El garoé es todo un símbolo de la isla de El Hierro. Los estudiosos dicen que se trata de un til o tilo y destacó por ser el árbol sagrado de los bimbaches, antiguos habitantes de El Hierro. Incluso el escudo de la Isla recoge un árbol con su copa rodeada de nubes del que caen gotas de agua.

Cuentan las crónicas de la Conquista que las grandes hojas del garoé eran capaces de captar y destilar el agua de las nieblas que a él llegaban, agua que se recogía en grandes oquedades hechas en torno al árbol por los bimbaches. No había más agua en El Hierro que la que emanaba del garoé. "Por ello -dicen los historiadores- el pueblo bimbache tenía al garoé por una divinidad digna de toda adoración".

Este mítico árbol se encontraba en una zona cercana a Tiñor, en una ladera constantemente bañada por el alisio, y a unos mil metros de altura sobre el nivel del mar. Se sabe que el garoé era de impresionante tamaño y que su tronco tenía metro y medio de diámetro.

A la llegada de los españoles, los bimbaches resolvieron ocultar a estos la cualidad del garoé para que, no hallando agua, la sed les hiciera tornarse rápido a sus bases. Y a punto estuvieron de conseguir su propósito. Pero Agarfa, una joven bimbache, se enamoró de un soldado andaluz que formaba parte de la expedición y, traicionando a los suyos, lo condujo directamente hasta el árbol que el necesario elemento les proporcionaba. Poco después Armiche, el mencey, fue capturado y con él todos los que lo seguían y defendían.

En el año 1610, fortísimos vientos arrasaron toda esa zona y el árbol garoé fue arrancado de la tierra que tan orgullosamente lo alimentaba. Tras él, la población aborigen de El Hierro, los bimbaches, también desaparecieron por falta de agua, entre otras cosas.

Hoy en día se piensa que el garoé podría haber pertenecido a una especie que tiene por nombre "Ocotea foetens".

Han sido diversas las referencias al mítico árbol como, por ejemplo, Abreu Galindo: "Desde su tronco o parte del norte, están dos tanques o pilas grandes, cada uno de ellos de veinte pies de cuadrado y de hondura de dieciséis palmos, hechos de piedra tosca, que los divide, para que, gastada el agua del uno, se pueda limpiar, sin que lo estorbe el agua del otro".

Fray Bartolomé de Las Casas también se detiene en la contemplación al árbol santo en su Historia de Las Indias.