La mayoría prefiere no pensarlo, pero algunos no tienen más remedio. Han visto cómo su padre moría tras un cáncer o un alzhéimer largo que lo postró en una cama y le arrebató la vida antes de que su corazón dejara de latir. Ellos sí quieren decidir cómo serán los últimos días de su vida. Hay quien prefiere que se haga lo imposible para mantener sus constantes vitales, que se prueben métodos experimentales, pero otros no están dispuestos a soportar más dolor del necesario y eligen recibir solo tratamientos paliativos para que el irreversible camino hacia la muerte sea más rápido. Así hay 8.500 personas en las Islas, que han dejado por escrito sus convicciones en el Registro de Manifestaciones Anticipadas de Voluntad de Canarias. Lo han hecho ya por si en ese hipotético futuro una enfermedad no les permite tomar esa decisión.

Canarias reguló este "testamento vital" para enfermos terminales en 2006, pero el debate sobre la muere digna, que todavía tiene un gran recorrido, surgió en los años 50 del siglo pasado. Los avances de la ciencia permitieron rescatar de situaciones sanitarias a determinadas personas que se encontraban al borde de la muerte y que años antes no habrían tenido otra oportunidad. Sin embargo, para muchos sanitarios y familiares de enfermos esa segunda oportunidad -permanecer en un estado vegetativo permanente a la espera de un milagro científico- no era una opción. Este movimiento dio lugar al convenio de Oviedo de 1997, que estableció las denominadas instrucciones previas como uno de los derechos a aplicar en todos los países del Consejo Europeo. Es decir, si una persona ha dejado instrucciones previas el médico está obligado a seguirlas. A partir de ahí se legisló la eutanasia pasiva en muchos países, incluido España, pero la activa continúa estando prohibida.

Carolina Perera es la responsable del Servicio de Manifestaciones Anticipadas de Voluntad de la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias. Este registro, creado en 2006, es la regulación de esas "instrucciones previas".

"Cuando suceden casos como el que acabamos de ver en Galicia o lo que le ocurrió a Schumacher, muchas personas acaban preguntándose: si me sucediera algo así, ¿qué querría?". Sin embargo, la mayoría de quienes acaban haciendo uso de este servicio no se plantean hipótesis tan improbables. Su experiencia tiene mucho que ver. Los perfiles más habituales son "descendientes de personas con alzhéimer, esclerosis múltiple o un cáncer terminal, que han vivido la enfermedad", reconoce Perera.

El registro está abierto a todos los ciudadanos, con independencia de que tengan tarjeta sanitaria o no. "Es lógico. Por ejemplo, si tienes un accidente, ¿qué importa eso?". A pesar de que la decisión la puede tomar cualquier persona -siempre que sea mayor de 18 años, límite que establece la norma canaria- el perfil del usuario es el testigo de Jehová. Este documento -que sirve para expresar la voluntad médica de la persona firmante cuando no puede hacerlo, y no solo al final de su vida- los ayuda a evitar transfusiones de sangre en cualquier caso en el que su vida no corra peligro y el médico tenga que cumplir con su deber legal. A partir de ahí, si se excluye la variante religiosa, la usuaria más frecuente es una mujer que ronda los 60 años y que tiene antecedentes de enfermedades complicadas en su familia. También acuden personas que ya están enfermas y que no quieren prolongar su agonía más allá de lo necesario, o de lo que permite la ley. Estas visitas son las más complicadas para el equipo de Perera, que muchas veces tiene que hacer más un trabajo terapéutico que administrativo.

El registro muestra, además, una diferencia en cuanto a las nacionalidades. Dentro del grupo de extranjeros, los alemanes son los que más recurren a esta prestación (590), seguidos de los venezolanos (251), los ingleses (156), los colombianos (141), los argentinos (139), los italianos (131) y los cubanos (105). La gran diferencia entre los alemanes y el resto puede estar en que "son muy organizados, quieren tenerlo todo previsto". Ellos no utilizan esta posibilidad por miedo a que la genética haga de las suyas; es una cuestión de creencias y de orden.

"Todo depende de las ganas de lucha y del concepto de dignidad personal de cada uno. Stephen Hawking nos sorprende. Cuántos quisiéramos decir que en el caso de estar cómo él aguantaríamos todo lo que él aguanta, pero no todos tenemos la misma fuerza", admite Perera.

Para los que no cuentan con esa voluntad o no consideran que esa situación sea digna, todavía hay una cuestión pendiente: y la eutanasia activa, ¿para cuándo?