Quieren ayudar y, además, lo hacen con conocimiento de causa. Muchos de los casi 1.000 voluntarios que tiene Cáritas en toda la provincia donan parte de su tiempo. Algunos sirven almuerzos, otros desayunos, muchos recaudan dinero para actos benéficos... Y otros, además, ponen su profesión o su carrera al servicio de la entidad y dedican parte de su tiempo a hacer gratis lo que el resto del tiempo les da para vivir. Es su manera de contribuir a que la sociedad en la que viven sea más justa.

Joshua Pérez Martín y Ramón Méndez Armas son dos ejemplos de entrega. El primero tiene solo 28 años; el segundo, en cambio, 71 y ya está jubilado. Cada uno tiene una historia diferente, pero ambos comparten la misma filosofía: el mundo es mejor cuando hay un compromiso con quienes peor lo están pasando. Ramón no pudo sacar tiempo cuando aún estaba trabajando. "Estaba dedicado a sacar a mi familia adelante, que era bastante", cuenta. Cuando las obligaciones laborales desaparecieron decidió que era el momento de involucrarse más con su parroquia. Empezó ayudando en tareas que no tenían que ver con su profesión, pero al poco tiempo pensó que podía usar su formación -es aparejador- en esta nueva etapa de su vida. Desde entonces se encarga de supervisar y ejecutar trabajos que debe acometer la entidad en alguna de sus instalaciones -desde roturas de tuberías a otras cosas más complicadas-. "Si se trata de un trabajo menor consigo a unos peones y lo arreglamos; si es algo mayor pido ofertas de distintos contratistas para encontrar el presupuesto más adecuado". Ramón lleva tres años muy vinculado a Cáritas. En este tiempo ha colaborado en el proyecto Café Calor (para personas sin hogar), ha servido almuerzos y ha contribuido en la organización de actos benéficos. Empezó en Café Calor y ya no imagina su vida sin ayudar. Lamenta que otros aparejadores no hayan querido implicarse con la entidad - "llevé la propuesta al colegio oficial y nadie se ofreció"- porque considera que la aportación que pueden hacer es interesante para una organización que atiende a tanta gente. "Solo ha participado un alumno de arquitectura de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, que hizo las prácticas conmigo un verano", cuenta. Así y todo, él sigue teniendo mucho ánimo. "Siempre salgo lleno de Cáritas; siento que tengo que hacerlo, como humano y como cristiano".

Joshua, que vive en Mazo (La Palma), cree que esta época de dificultades económicas ha servido para concienciar más a los jóvenes. Este chico, que trabaja como gestor cultural, coordina un grupo de animación juvenil. "Está compuesto por 25 chicos de entre 14 y 18 años". Dentro de este colectivo se muestra el rastro de desigualdad que han dejado tras de sí estos años. "Hay chicos de familias que son ayudadas por Cáritas y de familias que ayudan a Cáritas". Cree que esta disparidad es una prueba de que hay más concienciación y, como consecuencia de ello, más implicación. Él y su grupo han impulsado varios actos para conseguir dinero y financiar causas por las que creen que hay que luchar. No siempre son en la isla. Una de las iniciativas consistió en hacer una colecta para adquirir una ambulancia y donarla a un barrio de Nuakchot, la capital de Mauritania. Joshua viajó hace poco con Cáritas hasta allá, donde comprobó lo que ha significado para los vecinos de la zona contar con un vehículo médico de estas características. Ese viaje ha sido una de las razones por las que ahora piensa en dedicar más esfuerzos a la cooperación internacional al desarrollo. No es que en Canarias no haya pobreza, dice, pero allá se ve de otra manera. Cáritas cuenta en la actualidad con 911 voluntarios repartidos por las diócesis de la provincia, de los que la mayoría -713- son mujeres. Cada uno aporta lo que puede, pero todos con la misma idea: cuantos más seamos, más personas recibirán ayuda.

Ramón Méndez Armas

aparejador Voluntario EN cáritas

Joshua Martín Pérez

coordinador cáritas joven en mazo