La acidificación de los océanos, que causan las emisiones humanas de dióxido de carbono, están afectando a las bacterias encargadas de limpiar el agua, según un estudio internacional en el que participa un investigador de la Universidad de La Laguna (ULL).

El centro docente informa hoy en un comunicado de que la investigación, que ha sido publicada en la revista científica Nature Climate Change, ha sido coordinada por un equipo de la universidad sueca de Linneo dirigido por Jarone Pinhassi con participación, entre otros, de José Manuel González, del Departamento de Bioquímica, Microbiología, Biología Celular y Genética de La Laguna.

González explica que para conocer los cambios que ocurren en el bacterioplancton marino se manipularon unos tanques con gran volumen de agua a la que se sometió a un proceso de acidificación.

Este experimento se hizo en el Instituto de Ciencias del Mar del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Barcelona y, según detalla el investigador, se extrajo el ADN y el ARN de las comunidades de organismos y se secuenciaron esos ácidos nucleicos.

De este modo se describe así la comunidad de organismos por medio del ADN y la expresión de los genes por medio del ARN.

El científico de la ULL utilizó técnicas de bioinformática para analizar esas secuencias de ADN y ARN y añade que éstas suponen un gran volumen de información que solo se pueden analizar por medio de programas informáticos y ordenadores potentes, por lo que el trabajo duró aproximadamente un año.

Los investigadores advierten sobre los peligros de la acidificación de los océanos y, según comenta Jarone Pinhassi, ya se sabía que ésta degrada los arrecifes de coral y perturba la producción de las conchas calcáreas del fitoplancton, pero ahora resulta novedoso descubrir que las bacterias también se ven afectadas negativamente.

La investigación demuestra que las bacterias expuestas a la acidificación oceánica se ven obligadas a alterar significativamente su metabolismo e invertir su energía en tratar con el ácido en el agua.

Las bacterias de los océanos tienen un papel crucial en el ciclo global de los elementos necesarios para la vida y actúan principalmente como degradadores de la materia orgánica producida por algas microscópicas o de los materiales liberados a través de las aguas residuales.

Cuando las algas u otros organismos mueren, las bacterias actúan como las plantas de tratamiento de aguas residuales al mar y, al mismo tiempo, ayudan a liberar nutrientes como el nitrógeno y el fósforo, esenciales para la cadena alimentaria.

Se estima que los océanos del planeta se volverán tres veces más ácidos a finales de este siglo si las emisiones humanas de dióxido de carbono procedentes de la combustión de combustibles fósiles continúan al ritmo actual.

"Generalmente, se ha supuesto que el aumento de las concentraciones de dióxido de carbono en el agua -y la acidificación de los océanos que ello causa- afectará sobre todo a la producción del ecosistema marino, al afectar la fotosíntesis de las algas", explica Pinhassi.

Ahora los análisis genéticos realizados para este estudio muestran que la acidificación del océano repercute directamente en cómo las bacterias regulan su metabolismo.

Añade que en cada litro de agua de mar hay alrededor de mil millones de células bacterianas y, de igual forma que la microbiota intestinal es importante para el bienestar de los seres humanos, las bacterias en los océanos tienen un papel determinante en la salud de los ecosistemas marinos pues, como ejemplo, las bacterias sintetizan vitaminas de las que dependen las algas y otros organismos.

Para comprender las consecuencias del cambio climático futuro en la productividad del océano es esencial investigar cómo las bacterias responden a las emisiones humanas de dióxido de carbono, explica el coordinador del proyecto.

"Tal vez incluso podamos aprender a aprovechar las adaptaciones genéticas de las bacterias marinas con el fin de hacer un mejor uso de los recursos de nuestro planeta", precisa.

En el proyecto han participado además científicos del Centro de Estudios Avanzados del CSIC en Blanes (Girona), el Instituto Catalán de Investigación y Estudios Avanzados, la Universidad de Wageningen (Países Bajos) y el Instituto de Tecnología de la Información de Islamabad (Pakistán).