A los planes de futuro de María (nombre ficticio) se les ha puesto un precio: cerca de 300.000 euros. A esa cifra podría alcanzar la cuantía de la indemnización por haber perdido la visión de su ojo derecho tras una intervención quirúrgica en noviembre de 2014 para solucionar un desprendimiento de retina.

Con menos de 30 años, sin embargo, ella ha perdido algo más que la visión de su ojo. Ha perdido su seguridad, sus sueños y parte de su futuro. "Siempre quise estudiar filología inglesa", explica, para añadir que se llegó a matricular en la universidad pero dejó de ir. "No me sentía cómoda con la gente". Y es que a María el gas (perfloroctano) que le pusieron en el ojo para pegarle la retina le "quemó todo por dentro", de forma que no solo ha perdido la visión sino que también se le ha hundido. Esto le produce una asimetría que tapa con un flequillo suficientemente largo y ladeado.

El sustituto del sueño de la universidad ha sido la Escuela Oficial de Idiomas. "Estoy en semipresencial, para no tener que estar mucho con gente", resume.

En noviembre de 2014 a María se le desprendió la retina del ojo derecho. Fue intervenida a los pocos días en el Hospital Universitario de Canarias (HUC). "A la semana o así le dije al médico que no veía", explica. Este le recomendó que esperara, para que se fuera disolviendo el gas. El 18 de diciembre de 2015 recibió una llamada del hospital que le comunicaba que el producto que habían aplicado estaba, al parecer, en mal estado.

María ya estaba ciega de un ojo y ahora sabía por qué. "Busqué un abogado y la verdad es que me apoyó mucho", dijo, en referencia al trato recibido por el letrado Juan José Rodríguez.

Hasta que se produjo esa llamada de teléfono, la joven se culpaba a sí misma de haber perdido la visión de ese ojo. "Para que el gas se pegue correctamente tienes que estar con la cabeza baja tres semanas. Pensé que la había levantado sin querer", recordó.

Ella es una de las 32 afectadas por perfloroctano "supuestamente en mal estado", según anunció días atrás el Hospital Universitario de Canarias (HUC), que ha puesto en conocimiento de la Agencia Española del Medicamento la posible toxicidad de uno de los lotes empleados en las intervenciones de retina.

En el ojo izquierdo también sufrió un desprendimiento de retina con anterioridad y, aunque la operación en ese caso sí salió bien, padece astigmatismo. Tiene que usar una lentilla y, también, gafas de cerca y lejos, porque no existe lentilla con suficiente graduación. "Tropiezo bastante por la calle, con la gente, con las cosas. Cuando oscurece tengo que ir con alguien porque no veo escalones y demás".

Muchos de los planes de futuro de María se han quedado también a oscuras: sacarse el carné de conducir, ser azafata de vuelo... "Daría todo por ver con el ojo", dice. Porque los proyectos de vida, los sueños, no se pueden cuantificar.

"He pedido un préstamo para ponerme una prótesis"

María (nombre ficticio) explica que ha pedido un préstamo para ponerse una prótesis y evitar la asimetría entre sus dos ojos. La técnica, denominada "evisceración", consiste en vaciar el interior del ojo y "colocar una pelotita" para recuperar el volumen perdido y encima una lentilla que imita el color y forma del otro ojo.

La mejor prótesis que hay en el mercado está en Madrid y cuesta 1.500 euros, explica. Al margen de este precio quedan los viajes y la estancia para las diferentes pruebas y mediciones.

Esto no le va a devolver la visión, pero evitará que su ojo ciego siga encogiéndose en su cara y le devolverá parte de la seguridad perdida. María reconoce que está acudiendo a un psicólogo y que le han diagnosticado una depresión.

Ni siquiera, reconoce, ha iniciado el papeleo para gestionar su discapacidad. Porque no es fácil aceptar que nada volverá a ser como antes.