No tienen hogar, pero tampoco alguien con quien hablar un rato. A las personas que malviven en la calle se les han negado las necesidades básicas a las que debe tener derecho todo ser humano, pero también la oportunidad de socializarse, de relacionarse con otros. Jesús Socas, un alumno de Contabilidad y Finanzas de la Universidad de La Laguna, cree que esa forma de exclusión tan brutal influye mucho en la extinción de la dignidad de quienes ya lo han perdido casi todo. Para visibilizarlos -en las Islas ni siquiera hay un censo-, este alumno montó hace cerca de un año una especie de ONG estudiantil que lleva el nombre de Invisibles. Ya cuenta con el apoyo de más de 60 compañeros de otras facultades. Con ellos ha conseguido llevar a cabo una peculiar ruta: una vez a la semana, cuando empieza la noche, los estudiantes, divididos en equipos de cinco, visitan hasta a 16 personas que se concentran en distintos puntos de la capital tinerfeña. Les llevan comida, mantas o productos higiénicos, pero, sobre todo, se molestan en conocerlos.

No ha sido sencillo. "Es muy difícil conseguir que confíen en ti. Al principio no quieren saber nada de nadie. Menos aún si eres joven". Las malas experiencias hacen que tiendan a apartarse. "Uno de los hombres a los que ayudamos me contó que un día estaba durmiendo y de repente unos jóvenes empezaron a tirarle unas botellas". Jesús, no obstante, contaba con la ventaja que da la experiencia: no era su primera vez. El año pasado solía encontrarse siempre con el mismo hombre cuando iba a clase. Lo veía sentado en una plaza. Un día se dio cuenta de que ambos estaban leyendo el mismo libro y decidió acercarse. "La sonrisa etrusca" los unió y poco a poco se hicieron amigos. "Empecé a llevarle un bocadillo cada viernes. Me sentaba en el banco y hablábamos de literatura", recuerda. "Con el tiempo me di cuenta de que el hecho de que durante un rato estuviéramos charlando le ayudaba. Nunca me contó por qué estaba allí y yo tampoco se lo pregunté". Pasaron unos cuantos meses así, compartiendo libros y conversación, y al llegar las vacaciones Jesús dejó de ir. Cuando regresó, él ya no estaba y acabó enterándose de que había fallecido. Fue entonces cuando pensó que podía hacer algo distinto por esas personas.

Además de esa labor solidaria y de acompañamiento, los chicos también se dedican a informar de los recursos de alojamiento y de los comedores a los que pueden recurrir. Han notado que la mayoría no quiere saber nada del albergue de Santa Cruz. No porque no les apetezca dormir bajo techo, sino porque se sienten inseguros en él. Temen sufrir robos. En cambio, todos los que han ido a Café y Calor, un recurso alojativo de Cáritas, agradecen el consejo.

En sus visitas se interesan por saber aquello que más falta les hace falta. "Les preguntamos qué necesitan, incluso qué pueden comer o qué les apetece más". Ellos mismos, gracias a las aportaciones de otros alumnos, preparan la comida en casa de alguno. "No se trata de darles lo que nos sobra; la hacemos como si nos la fuéramos a comer nosotros". Cuando ellos mismos no pueden aportar lo necesario para atenderlos hacen un llamamiento en su grupo de Facebook. "Ahora somos 66 personas en el grupo, pero colaboran activamente la mitad", admite. Hay chicos de todas las facultades excepto de Medicina. Más que alimentos o mantas, lo que urge son más manos. En época de exámenes ha sido complicado mantener la periodicidad de la ruta. Jesús espera que se vayan sumando más alumnos.

Para difundir su causa, Invisibles organizó hace más de un mes la "presentación" oficial del proyecto en la ULL. Esta semana han programado varios actos de trueque -el lunes, en la biblioteca central; el martes, en la Facultad de Educación; y el miércoles, en el IAC- para aprovisionarse de comida. Se trata de encuentros en los que cada participante recibe un libro al entregar un kilo de alimentos no perecederos o de productos de aseo. De esta forma continuarán promocionando su iniciativa y, además, de alguna manera Jesús le hará un pequeño homenaje a aquel amigo insospechado que encontró en una plaza por casualidad. Una parte de lo que consigan servirá para sus próximas rutas, pero la mayoría se donará a Cáritas para que se encargue de administrarlo.

Esta es la primera experiencia de Jesús como voluntario. Nunca había participado en alguna organización de este tipo, pero la casualidad hizo que se planteara ponerla en marcha. "En casa mis padres siempre han estado muy vinculados a ONG; quizás por eso lo veo como algo normal", dice. Se siente muy satisfecho con lo que han ido consiguiendo. Cuando comenzaron apenas lograban ayudar a tres o cuatro personas, pero la insistencia hizo que los más reacios fueran abriéndose y hoy atienden muchas noches a 16 personas. El "mapa" de actuación se centra en la capital tinerfeña. Bajan en tranvía y el reparto lo llevan a cabo por el Auditorio, la parte trasera de El Corte Inglés y el estadio del CD Tenerife. Esperan que en el futuro estas cuadrillas de ayuda se multipliquen y puedan localizar a muchos más que siguen siendo invisibles. "El objetivo -insiste Jesús- no es solo que nosotros los veamos, sino que los vean los demás, que sean capaces de responder a un buenos días o decir hola", que no los eliminen del paisaje.