Las tortugas bobas del Atlántico norte consumen gran parte de su juventud en un lento viaje de ida y vuelta a través del océano que suele terminar en las mismas playas del Golfo de México donde nacieron, siguiendo un ciclo en el que ahora se revela clave una de sus etapas: su paso por Canarias.

Las universidades de Las Palmas de Gran Canaria y Exeter (Reino Unido) y cuatro organismos científicos del archipiélago publican en la revista británica Diversity and distributions, dedicada la biodiversidad, el seguimiento que han hecho a lo largo de 13 años a 24 juveniles de tortugas "Caretta caretta "en el entorno del Canarias.

Esos ejemplares, todos ellos sanos, fueron capturados en cinco momentos diferentes (cinco en 1999, siete en 2006 y 12 entre 2008 y 2009) para colocarles localizadores vía satélite, con el propósito de conocer cuál era su comportamiento en este lado del Atlántico, las zonas que frecuentan e, incluso, sus hábitos de buceo.

El control de estos animales ha revelado que las tortugas bobas jóvenes (su edad se estima a partir de la longitud del caparazón) utilizan en el Atlántico oriental una enorme extensión de océano: una superficie de 2,5 millones de kilómetros cuadrados comprendida entre Canarias, Madeira, el Sahara Occidental y Marruecos y que, en primavera y verano, llega incluso al sur de la Península Ibérica. Los autores de este estudio subrayan que, aunque existen numerosos trabajos sobre el comportamiento de las tortugas adultas, se sabe muy poco sobre los años que pasan desde que abandonan sus playas de nacimiento en América y se suben a la corriente del Golfo para cruzar con ella el océano, hasta que emprenden el viaje de regreso cuando se acerca su edad de madurez sexual. Los movimientos de los 24 ejemplares de "Caretta caretta" estudiados corroboran que los archipiélagos de Azores, Madeira y Canarias son lugares "clave" para que los juveniles de esta especie de tortuga marina crezcan y estén listos para el viaje de retorno.

Cada una de las tortugas de este estudio fue controlada durante tiempos que oscilan entre un mes y tres años (la media ronda los nueve meses), en recorridos que alcanzaron los 4.307 kilómetros. Veintiuna de ellas permanecieron todo el tiempo en una gran área marítima situada entre el sur de la Península Ibérica y el norte de Cabo Verde, pero tres emprendieron el viaje de retorno a las costas de América (dos de ellas directas al Caribe y una, con un rumbo errático mucho más al norte, que la llevaba hacia Terranova).

Los seguimientos muestran que la mayor parte del tiempo las tortugas lo pasan en aguas oceánicas profundas, aunque también utilizaron 60 enclaves de aguas someras situadas frente a las costas de Canarias, Marruecos, el Sáhara y el suroeste de la Península Ibérica. Eso sí, sin bucear demasiado (menos de seis minutos en la mayoría de inmersiones y a no más de 6 metros de profundidad).

En cuando a los viajes de regreso, los autores reconocen que los tres casos observados no permiten aclarar qué mecanismo ecológico le dice a la tortuga que ha llegado la hora de volver a su playa de origen, pero subrayan que "por primera vez" tienen pruebas de que, sea lo que sea, ocurre cuando su caparazón alcanza los 50 cm (lo que equivale a entre seis y siete años, según algunos estudios). Sus conclusiones apuntan que la estancia en las aguas que rodean Canarias resulta "clave" para que las tortugas jóvenes estén listas para afrontar su viaje de regreso a través del océano, por lo que defienden que todas las medidas que se tomen esa vasta zona pueden tener un importante impacto en la recuperación de esta especie, considerada como peligro de extinción en el Atlántico oriental.

Las seis instituciones que firman el artículo reconocen que el área utilizada por las tortugas bobas en su etapa juvenil es tan amplia (2,5 millones de km2 equivalen a cinco veces la superficie de España) que resulta "poco realista" proponer su protección, pero animan a todos los países implicados a ratificar los tratados internacionales de conservación del mar y a tomar medidas para reducir al máximo las capturas accidentales por parte de pesqueros.

En el estudio han participado investigadores de las Universidades de Canarias y Exeter, el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre de Gran Canaria, el Instituto Canario de Ciencias Marinas, el Observatorio Ambiental de Granadilla (Tenerife) y el Instituto de Investigaciones Marinas y de los Cetáceos de Canarias (Ceamar).