Jaime González Cejas lleva ya varios días convencido de que no llegaría como alcalde a la apertura de juicio oral. Hizo lo posible por no derrumbarse, después de tantos años -con algún descanso- al frente del Ayuntamiento. Sabía que iba a ser muy duro todo, incluso la parte previa de la rueda de prensa con los amigos y compañeros del Sur. Le preocupaba que no se le saltaran las lágrimas al despedirse, quedar mal, parecer blando. Son extrañas las cosas en las que piensa un hombre en los momentos críticos de su vida.

Todo entierro tiene su liturgia: los amigos y compañeros del difunto acuden a rendirle una -casi siempre última- demostración de respeto. En la rueda de prensa a los medios, a las diez y media de la mañana, en el convento franciscano de la plaza González Mena, pegado al ayuntamiento, Julio Cruz y Héctor Gómez repitieron las palabras de ritual, que al alcalde por horas le sonaron muy lejanas. Julio Cruz, consciente del desastre, estuvo menos agresivo que otras veces, Héctor Gómez muy enfadado. Ambos entonaron el ''no nos moverán¡'' de las grandes ocasiones, y pidieron de nuevo a Coalición que parara lo que ya no podía pararse. González Cejas también habló, arropado por el sindicato de los alcaldes, Miguel Fraga, Pedro Martín, José Julián Mena, el excedente Rafael Yanes, reubicado por Patricia Hernández como viceconsejero de Empleo, su sucesor y aspirante frustrado a la alcaldía de Güímar, el joven luchador Airam Puerta, hijo de una concejala de Yanes, el portavoz de San Miguel, Víctor Chinea, y luego la tropa de Icod, de Tacoronte y de La Laguna, un ejército dividido y con dos cabezas: Mónica Martín, representando a la línea oficial, y Javier Abreu, el hombre que soñó con este mismo y preciso momento cuando era el alcalde posible en Aguere, ahora reconvertido en una más de las plañideras del funeral. Patricia no fue, tenía una muy oportuna comisión de control parlamentario al Gobierno. Mandó a hacer bulto a su jefa de gabinete, Carmen Nieves Rodríguez Fraga, la hermana del gran patrón de Adeje. Hasta Santiago Pérez apareció por allí. Él y Abreu aprovecharon para comerle el tarro a algún socialista de Granadilla y vender la venganza posible en la ciudad de los Adelantados. Después de la rueda de prensa se fueron los más amigos a la alcaldía, por última vez, a esperar que fueran las doce, la hora fatídica. El paseo del convento al Ayuntamiento, pared con pared, duró nada. No sólo hacía un sol de plomo, tampoco habían ido para mucho lucimiento. Parecían los restos de un ejercito iracundo y derrotado, pero con ganas de volver al teatro de batalla...

A las doce en punto ya estaba el salón de plenos a rebosar, más amigos que damnificados, en ese ambiente de tensión extrema que siempre se masca en el aire antes de las mociones de censura. A las diez y unos minutos entró González Cejas y al poco empezaron.

En su discurso, seguido con aplausos por los suyos, el profesor de Historia y Geografía José Domingo Regalado explicó que el sentido de la censura era "cambiar el rumbo del municipio", porque su grupo se opone a las "formas de gobernar" del alcalde González Cejas, a su incapacidad para alcanzar acuerdos con ninguna otra fuerza política. Lo dijo después de haber acusado a Cejas, pocas semanas atrás, de haber cerrado un acuerdo con Izquierda Unida. Insistió en que no quería ser "partícipe" de las imputaciones judiciales, de la inestabilidad y de la parálisis municipal. Hasta ahí, de puro manual. Pero luego se dejó llevar por el entusiasmo y aseguró tan pancho que él "nunca había pensado en dar marcha atrás". Estaba decidido a votar la moción ocurriera lo que ocurriera. Fue uno de los momentos más duros, para los presentes resultó una suerte de confirmación de que los negociadores de Coalición habían intentado engañar a los socialistas, que nunca hubo intención de parar la censura. Una verdad a medias: Clavijo sí quería pararla. Y los concejales acudieron a la reunión que nunca se celebró en el Parlamento. Esperaron -los siete- a que apareciera el PSOE para firmar. Quizá alguien les había dicho que firmar era ganar tiempo para evitar una expulsión que era lo que buscaba Barragán esa tarde del domingo. Si les hubieran expulsado definitivamente la moción habría sido ilegal, y aunque hubiera prosperado en el pleno -la mesa de edad había caído de la mano de ellos- habría sido revocada por los tribunales. Firmar, evitar la expulsión y luego presentar la censura. Ese era un camino posible. El camino de alguien que nunca pensó "en dar marcha atrás".

González Cejas contestó con una intervención institucional, repasando sus dos décadas al frente del Ayuntamiento, las obras públicas, las infraestructuras que pusieron a un pequeño pueblo agrícola instalado en el secano en el mapa de los mayores proyectos de la isla. Mirando a Arquipo Quintero negó la inestabilidad y pidió que "no se dilapide lo que hemos conseguido", y luego, ya emocionado, con los ojos vidriosos, habló de la honra, esa efímera musa a la que los políticos acuden cuando se les hunde el mundo: "La honra hay que ganársela", dijo, y después presumió de pueblo: "Ha sido un honor ser su alcalde"; y de partido: "En Granadilla quedan socialistas para rato".

Después hablaron todos: habló Jacobo Pérez, apenas un eco de Regalado. Y habló Marcos González, portavoz del PP, que se limitó a los lugares comunes. Su partido fraguó el acuerdo con Arquipo, con el realejero Manuel Domínguez, presidente del PP en Tenerife, negociando la censura con Ciudadanos por arriba y con Arquipo ''in situ''. Sin el empuje del PP, la censura no habría salido. Habló, por supuesto, Arquipo Quintero, traidor para unos y héroe para los otros; responsabilizó al PSOE de ser el "principal culpable" de la moción de censura. Podían haber limpiado el partido, sacando al alcalde y los dos concejales que se enfrentan al juicio oral. "Mi partido defiende tolerancia cero contra la corrupción", dijo. Si los papeles venenosos que circulan fotocopiados por Granadilla salen a la luz, habrá que recordarle esa digna sentencia sobre la tolerancia cero, más pronto que tarde. Habló el portavoz de Izquierda Unida, Félix Hernández, que se lavó las manos absteniéndose, pero puso a Arquipo a caldo...

Pero el primero que habló después del alcalde fue Nicolás Jorge, visiblemente irritado, muy contundente. Le dijo a Regalado que había dejado en evidencia a su dirección regional, y era cierto. Le dijo que en Granadilla se habían convertido en meros peones. Pero no dijo de quién en concreto, lo dejó en un ATI, más genérico que otra cosa. Y más: en el momento de mayor tensión del pleno, con el pacto firmado por Fernando Clavijo en la mano derecha, le dijo a Regalado: "Tu palabra no vale un Clavijo, la firma de Clavijo no vale ni el papel en donde está escrita". Y rompió los cuatro folios y los tiró con rabia lejos de él.

Nada más acabar la votación, sin sorpresas... se acercó González Cejas a recoger la vara de alcalde, para traspasarla a José Domingo Regalado, pero la política en los pueblos es a veces implacable. La presidenta de la mesa de edad, Concepción Cabrera, ya se lo había entregado por su cuenta. Ni un último detalle. Regalado agarró el bastón edilicio con las dos manos, sonriendo feliz de oreja a oreja.

¿Y después?

Después, ya saben: siete concejales expulsados pero menos, el PSOE asirocado y partido, Coalición instalada en la tentación de volver a ser AIC, el Gobierno en el alero, negociaciones sin focos, nuevos actores entrando y saliendo de los despachos, Barragán pendiente de cumplir, grabaciones y filtraciones, y cosas que se han de saber. Porque después es precisamente ahora, justo lo que está pasando.

Y habrá que contarlo. Pero será ya otra historia.