"Profe, ¿y para qué sirve la filosofía?" Andrés Fajardo se ha acostumbrado a escuchar esta pregunta cada vez que empieza el curso. No solo no se ha cansado de contestarla, sino que tampoco ha dejado de dar respuestas. Hace cuatro años decidió, junto a otros compañeros, organizar las primeras olimpiadas de filosofía de Canarias. Quería formar parte de una competición donde se valoran habilidades que no aparecen en el currículo, pero que nos definen como personas: el compromiso moral, la curiosidad o la capacidad de entender. Treinta institutos se han sumado ya a la iniciativa y seleccionan cada año a los alumnos más brillantes en la materia. Los mejores de cada comunidad autónoma pasan a la fase nacional y algunos chicos canarios ya se han coronado como los mejores de todo el país.

Para Andrés es fácil hacer una defensa de la filosofía y enumerar algunas de sus ventajas. "El fomento del espíritu crítico frente a la cultura de la resignación, del pasotismo o del borreguismo, o el fomento de la curiosidad y del afán desinteresado de saber frente al pragmatismo ramplón y la obsesión por lo útil". Lo más difícil es que chicos de 17 años expliquen casi con la misma convicción la importancia que tiene la filosofía en sus vidas. Estefanía y Javier son dos de esos adolescentes que un buen día descubrieron que la filosofía no solo no era un tostón, sino que les permitía hacerse preguntas que hasta entonces no se habían hecho, y que eso, además, les permitía entenderse mejor a ellos mismos, pero también el mundo que les rodea.

Las clases que prepara Andrés siguen el currículo oficial, pero siempre con mucha práctica. El año pasado hizo que los alumnos se pasaran una semana debatiendo sobre la homeopatía. La discusión sobre si las universidades catalanas debían permitir que se impartiesen asignaturas sobre esta terapia alternativa saltó a los medios y el profesor decidió que sería un buen tema para trabajar el método científico. Los puso a investigar y luego a debatir, pero no como tertulianos con conocimientos someros; en clase había que argumentar y contrargumentar. Javier todavía se acuerda.

Las olimpiadas de filosofía

http://olimpiadafilosoficacanarias.blogspot.com.es/ funcionan de forma similar. No se trata de un examen sobre autores o épocas, como cuando los chicos se preparan para entrar en Selectividad. Hay tres pruebas. Los alumnos de tercero y cuarto de Secundaria matriculados en Valores Morales -la alternativa a Religión, que solo cuenta con una hora semanal- tienen que resolver un dilema moral. "Ante una situación dilemática en la que hay al menos dos cursos de acción válidos, pero ninguno óptimo, tienen que elegir entre una serie de valores determinados y renunciar a otros", explica Andrés. Los de Bachillerato, en cambio, hacen una disertación. En este caso tienen que abordar una problemática determinada, "por ejemplo, qué es la belleza o quién soy yo en la red, si nuestra evolución puede escribirse del australopithecus al ciborg o si la tecnología es un mecanismo evolutivo". El alumno tiene que partir de esta problemática y defender una tesis. A esto aprenden en clase, pero la documentación, la originalidad de su exposición y sus propias vivencias personales marcan la diferencia.

Este año el tema elegido por la olimpiada a nivel nacional -y que en Canarias también utilizan para la autonómica, de manera que los chicos que lleguen a la siguiente fase estén más preparados- es "Nuevas tecnologías e identidad humana". Incluye varios subtemas, pero todos abordan los límites éticos de la tecnología en un futuro cercano. Se plantean las mismas dudas que tienen historiadores y pensadores actuales. Algunos de los artículos que han usado para introducirse en el tema son del israelí Yuval Noah Harari, autor de dos best seller sobre la historia y el futuro de la humanidad ("Sapiens" y "Homo Deus").

Esta unión entre ciencia y filosofía no es nueva, pero la Lomce casi ha desterrado la asignatura de los itinerarios más técnicos. "La filosofía es un saber transversal, pero la nueva ley la plantea como una asignatura de opción en los alumnos de humanidades y muy optativa en el caso de ciencias", lamenta Andrés. "Ayuda al científico a comprender su propio trabajo y a la vez es una actividad constitutiva del ser humano, ya que aborda cuestiones como la felicidad o la convivencia. Y eso no es una actividad de personas de Ciencias o Humanidades, sino de personas a secas".

Javier y Estefanía no solo han participado en otras ediciones de las olimpiadas -Estefanía incluso en la nacional-, sino que también sirven para demostrar la teoría denostada de que la ciencia y la filosofía deben ir de la mano. Javier no sabe aún qué estudiará. Está entre Matemáticas o Física, pero elija lo que elija le gustaría hacer Filosofía como segunda carrera. "Es necesaria para interpretar la ciencia. Muchas de las últimas teorías, la de cuerdas, los multiversos, son filosofía más que ciencia". Estefanía también se debate entre Psicología y Filosofía. "Me llaman la atención las dos porque se plantean preguntas existenciales que tenemos que resolver".

Maestro y discípulos coinciden en algo más. En el caso de los tres, hacerse preguntas y buscar las respuestas les ha ayudado a sentirse mejor con ellos mismos. "Creo que solo intentar comprender el mundo, cómo funciona, y entendernos como sociedad y las relaciones que tenemos unos con otros, ya nos hace un poco más felices", dice convencida Estefanía. "Me gusta poder hablar de distintos temas, verlos desde distintas perspectivas", reconoce Javier. Y su profesor admite que aunque Aristóteles no está entre sus filósofos favoritos, sí que comparte su forma de entender la felicidad. "Él defiende la vida contemplativa o la práctica de lo que es más constitutivo del ser humano, la razón, como vía de acceso a la felicidad. Y en eso coincido con él".

Estefanía Ramos

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Javier Santolaya

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