El fotógrafo Antonio Rueda se retiró hace más de 25 años, pero sigue sin olvidar aquel domingo de 1977 en el que tuvo que racionar sus dos únicos carretes para no malgastarlos entre la niebla mientras retrataba para EFE en Los Rodeos escenas que han pasado a la historia negra de la aviación.

"Recuerdo aún olor a carne quemada, era horroroso", reconoce cuando están a punto de cumplirse 40 años desde el accidente que el 27 de marzo de 1977 costó la vida a 583 personas en el aeropuerto de Tenerife, tras chocar dos Boeing 747 sobre sus pistas.

Nacido en Ronda (Málaga) en 1930, Antonio Rueda recuerda en una entrevista aquella catástrofe aérea como los días "más tristes y más oscuros" de su carrera en la agencia de noticias.

Aquel domingo, el fotógrafo se encontraba con su familia en el pueblo costero de Bajamar, cuando, pasadas las cinco de la tarde, escuchó por la radio que se había producido en el aeropuerto del norte de Tenerife un accidente.

La manía de llevar siempre consigo la bolsa con su cámara le ayudó a llegar en unos minutos al aeropuerto, en medio de una intensa niebla que, según cuenta, no dejaba ver a más de 30 metros.

Allí estaba su amigo el fotógrafo del periódico "El Día" Domingo Sierra, con quien llegó caminando hasta la misma pista del aeródromo, en el que la bruma se mezclaba con el humo ocasionado por el violento incendio que se produjo tras la colisión de los dos jumbos de las compañías KLM (Holanda) y Pan Am (Estados Unidos).

Rueda recuerda, como si hubiese sucedido ayer, los quejidos de algunas personas que pedían ayuda desde el interior de los aviones en llamas. Sin ser del todo consciente del drama que estaba viviendo, el fotógrafo se tapó las orejas, sacó la cámara y empezó a disparar de forma cuidadosa, ya que solo tenía dos rollos y no llevaba flash, lo que dificultaba aún más su trabajo.

La primera instantánea que sacó -y que luego dio la vuelta al mundo-, fue la de un miembro de Cruz Roja recogiendo en una camilla a un hombre que gritaba de dolor, asegura Rueda, quien prefiere no recordar los sollozos de las víctimas desde el interior de los aviones, porque le siguen doliendo, 40 años después.

En muchas fotos de las que hizo y que todavía guarda bajo llave solo se ve humo. Y en la mayoría aparece gente desesperada corriendo de un lado para otro, camillas, ambulancias, bomberos y voluntarios.

También custodia, pero en su memoria, la imagen de algunas personas, sentadas aún en sus asientos del avión, entre las llamas.

"Era un espectáculo que la verdad daba pena, nunca había visto tantos muertos ni los he vuelto a ver", relata Rueda, quien decidió irse del aeropuerto cuando entró la noche y comprobó que había agotado los dos carretes y sin flash no podía disparar más fotos.

De camino a la terminal se desubicó varias veces debido a la intensa niebla, que lo hizo perderse de su amigo Domingo Sierra, con quien esa tarde, en repetidas ocasiones, se hizo la siguiente pregunta: "¿Qué hicieron para chocar?"

Antes de regresar a casa, transmitió al menos diez fotos para Efe, la única agencia internacional que estuvo presente el día del accidente con imágenes del propio Rueda y textos de Juan Carlos Carballo, exdelegado de la empresa pública de noticias en Canarias.

Mientras enviaba las fotos a la central de EFE en Madrid, proceso que tardaba unos 15 minutos por cada instantánea, el teléfono no paraba de sonar: fotógrafos, periodistas, amigos, todos querían saber por qué se habían accidentado dos aviones, pregunta que él no sabía responder en aquel momento.

"No sabíamos qué tipo de avión había chocado, luego vimos que eran dos jumbos cargados de gente y se empezó a rumorear con que el accidente se produjo por los desvíos desde Gran Canaria", asevera.

Al día siguiente volvió a las 9.00 al aeropuerto, donde la niebla había desaparecido y lucía "un día soleado muy bonito". "La pista estaba llena de hierros, ruedas, piezas de avión, motores y maletas", comenta el fotógrafo, quien, pese a la intensidad de la imagen que describe, dice: "Era mi trabajo, lo hice y ya está".

No ayudó a las víctimas, pues entendió que lo que tenía que hacer era sacar fotos, "fuera como fuera había que hacerlo y gastar los dos rollos", defiende Rueda, que ya rebasa los 86 años.