El Parque Nacional de Timanfaya probablemente será el escenario de la próxima erupción que ocurra en Lanzarote y, si esta se produce, sus actuales campos de lava absorberán la mayor parte de los daños, con la excepción de las distorsiones que genere la caída de cenizas en el sur de la isla.

Ese es el pronóstico que cuatro investigadores del Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera (ICTJA-CSIC) realizan este mes en la revista Natural hazards and Earth system sciences, en un artículo que analiza cómo pueden ser en el futuro las erupciones que se produzcan en Lanzarote y qué tipo de riesgos comportan.

Visitado cada año por millón y medio de personas, Timanfaya es el resultado de una de las mayores erupciones que se conocen en Europa: se prolongó durante seis años (de 1730 a 1736), generó centenares de conos volcánicos a lo largo de una fisura de unos 13 kilómetros de longitud y cubrió de lava un tercio de la isla. Emitió 1,5 km3 de magma (volumen equivalente a llenar el pantano de Mequinenza, el mayor embalse del río Ebro).

No hubo que lamentar víctimas, pero la gran duración de las erupciones y la vasta área afectada tuvieron graves consecuencias para la vida diaria los lanzaroteños en el XVIII. Menos de un siglo después, en 1834, sobrevino otra erupción en la misma zona -la última hasta la fecha en Lanzarote-, de mucho menor tamaño y duración.

Los investigadores del CSIC Laura Becerril, Stefanía Bartolini, Adelina Geyer y Joan Martí (uno de los expertos que asesoró al Gobierno canario durante la erupción de El Hierro en 2011) han analizado todos los episodios volcánicos en Lanzarote y la geología de la isla para determinar cuál es el riesgo más probable.

Y su pronóstico es que, si volviese a suceder un fenómeno de este tipo, seguramente sea de las dimensiones de la erupción de 1834, con un máximo de material volcánico emitido de unos 0,02 km3, columnas de cenizas de hasta tres kilómetros de altura y flujos de lava de hasta siete de longitud.