El derecho a la educación no tiene edad. Rosalía Lago no pudo estudiar cuando le tocaba. Con 11 años emigró de Santiago de Compostela a Venezuela. Luego llegó el momento de casarse, formar un hogar y trabajar duro. Los lazos familiares la trajeron hace años hasta a Tenerife. Hoy, con 70 años y dos bisnietos a su cuidado, tiene la oportunidad de aprender todo aquello que la vida le negó entonces. Este es su segundo curso en el Centro de Educación para Adultos (CEPA) Acentejo Tacoronte, uno de los más de treinta que tiene el Archipiélago y que atienden a aquellos quieren reengancharse al sistema, pero, también, a quienes nunca tuvieron esa primera oportunidad.

Isabel, la directora del centro, ha dedicado prácticamente toda su vida profesional a impartir docencia a personas adultas. Empezó casi por casualidad, quería cambiar de isla y solicitó una comisión de servicio, pero desde el principio se dio cuenta de que había encontrado su vocación. "Los alumnos vienen motivados y es importante que el profesor sepa mantener viva, cada día, esa motivación", insiste. "La educación para adultos es una ilusión". Para ella, el perfil del docente de estos centros es el de una persona que es consciente de que esta formación está a medio camino entre la educación y el servicio social. "Hay que intentar mantener vivo ese estímulo y la responsabilidad es tanto del alumno como del profesor, porque muchos se refugian en el centro y no encuentran ese apoyo fuera. Por eso es importante que quien viene a dar clase a un centro de mayores lo haga convencido", subraya.

Las edades de los estudiantes que acuden es muy variada. Hay personas que aprovechan su vejez para ajustar las cuentas pendientes y sentirse útiles. Otros, en cambio, confían en encauzar su vida. Es el caso de Raúl Díaz. Compañero de clase de Rosalía, tan solo tiene diecinueve años. Se matriculó para intentar acabar la Secundaria, pero tiene en mente ir mucho más allá. "Me gustaría ir a la Universidad y hacer algo como Filosofía o Historia, pero no lo tengo decidido. Ya veremos qué pasa cuando llegue el momento", cuenta con una sonrisa. Aunque Raúl no tiene un trabajo fijo, de vez en cuando consigue empleos temporales y los profesores buscan la forma de que compensen esas horas.

Para Rosalía el tiempo no es un problema, aunque sí que tiene trabajo. Se ha diseñado una rutina muy ajustada para no faltar a clase. Cada día se levanta temprano, hace la comida para sus nietos, lleva a uno de sus bisnietos al cole y se va a clase. Los miércoles también lo ha apuntado por las tardes a deporte y a catequesis. "Lo tengo en el comedor para tener más libertad. Me siento muy, muy bien viniendo aquí y no estando encerrada en casa". Rosalía también sabe qué habría estudiado. "Después de toda mi vida, he visto tantas injusticias que una piensa que podría haber cursado Derecho y ayudar a tanta gente que no ha tenido quien le tienda una mano".

Rosalía no lamenta no haber podido estudiar antes. "Era lo que tocaba", dice sin tristeza. Le gusta compartir mesa y aula con chicos más jóvenes que sus nietos. "Están más entrenados y yo tengo que esforzarme para ir como ellos, pero lo hago".

En el CEPA Tacoronte Acentejo estudian 400 alumnos repartidos por los municipios donde el centro tiene unidades de actuación (Tacoronte, El Sauzal, La Matanza). La crisis no ha hecho que fluctúe la matrícula, que se mantiene estable cada año. El próximo curso prestarán servicio también a la localidad de La Victoria.

La sede principal se encuentra en Tacoronte, en una zona poco concurrida. Las instalaciones son muy modestas y aunque no se escucha el bullicio de un centro de primaria o un instituto, el ambiente es extremadamente familiar.

En sus aulas se imparte Formación Básica Inicial (FBI) y Formación Básica Post Inicial (FBPI). Además, tienen un acuerdo con la Escuela de Capacitación Agraria para que sus alumnos obtengan un certificado de profesionalidad. "Nuestro centro no es un destino, es un sitio de paso para seguir avanzando".

"Mucha gente habla de la educación de adultos como si fuera un cajón de sastre o el lugar de las segundas oportunidades, pero los casos son tan distintos y tan únicos que esa definición se queda corta", subraya la directora. Es verdad que hay alumnos que se desengancharon del sistema y vuelven para intentar seguir donde lo dejaron, pero para muchos otros, como Rosalía, es su primera vez. "Existe el derecho a la educación, pero tendría que ser un derecho que podemos ejercer en cualquier momento de nuestra vida. No debería estar siempre sujeto a a tasas de éxito o fracaso. Hay una riqueza que es difícilmente medible, pero que también es riqueza".