Las sociedades, como pensaba Ortega del ser humano, son lo que son, más sus circunstancias. Y es difícil pensar hoy en Canarias sin tener en cuenta los momentos que estamos viviendo. Porque somos un archipiélago, formado por islas, pero no estamos aislados de una realidad que nos circunda y nos afecta.

España atraviesa por momentos difíciles. Está en cuestión su modelo territorial, su sistema de pensiones y la propia estabilidad política, sacudida por los escándalos y la agitación parlamentaria. Es curioso que ese momento concreto coincida con unas circunstancias excepcionalmente buenas para Canarias.

Nuestras islas han conseguido el reconocimiento de su acervo fiscal histórico. Han logrado mejorar su participación en la financiación de los servicios públicos estatales, recuperar los convenios especiales dedicados a carreteras o empleo e impulsar la renovación y actualización de dos normas estructurales de la Comunidad, la Ley de Régimen Económico y Fiscal y el propio Estatuto de Autonomía.

Y todo eso lo hemos hecho dentro de la lealtad a la Constitución. Porque aceptamos los límites de una legalidad que entendemos como un contrato suscrito por todos los ciudadanos, de cualquier rincón del Estado. El nacionalismo canario ha sido el primero en trabajar con responsabilidad por el buen gobierno de un país que quiere ser más y mejor Europa.

La política española se ha convertido en un avispero de intereses puramente políticos. La vida pública ha dejado de ser la preocupación permanente por lo que afecta a los ciudadanos y se ha transformado en una guerra de exterminio entre partidos. La vieja política y la nueva política está enzarzada en un cruce bochornoso de escándalos que está afectando a la misma base de la democracia española. Las condenas de corrupción en los tribunales se mezclan con las acusaciones por la vida privada de los líderes ?la compra de un chalé, por ejemplo? en un enfrentamiento que consiste en aplicar una y otra vez el principio del "y tú más".

Toda esta agitación, toda esta confusión, nos puede llevar a la incertidumbre y a la desconfianza. Pero la respuesta, como decía solo hace unos días, no está en alejarse de la política, sino en cambiar la mala política. La que no tiene a los ciudadanos en el punto de mira. La que hace que nos enredemos en los intereses puramente electorales. Gobernar es servir, en el más amplio sentido de la palabra. Y las discusiones y desencuentros tienen que surgir en la discusión de cuáles son las mejores medidas que se pueden tomar para solucionar los problemas de los ciudadanos.

Canarias, en estos últimos años, ha sido un ejemplo de compromiso con los ciudadanos. La acción política de los nacionalistas canarios, más o menos acertada, ha estado siempre en el horizonte de defender los intereses de los canarios de cualquier ideología. Esa es la razón por la que hemos votado a favor o en contra en las Cortes. Ese es el motivo que nos llevó a defender la "agenda canaria". Esa y no otra es la razón por la que estamos en política los hombres y mujeres de Coalición Canaria. Para conseguir las mejores condiciones de vida y las mejores oportunidades para los dos millones de personas que residen en esta tierra.

Para hacer eso no hemos puesto en cuestión el Estado. No hemos jugado sucio. No hemos roto las reglas ni hemos utilizado el poder que nos han dado los votantes para desestabilizar o ayudar a la permanente sensación de ruptura del orden constitucional. Hemos ejercido ese poder, en Madrid y en Canarias, con responsabilidad y con sentido común. Ese sentido que es el menos común a veces en la política española.

Canarias celebra su día oficial en este 2018 en las mejores condiciones: saliendo de la crisis económica, con cifras de empleo que mejora y una economía que funciona. Hemos mejorado la financiación pública de nuestros servicios, hemos impulsado las inversiones, estamos apostando por el talento joven y en líneas generales vamos por el buen camino, aunque seguimos teniendo grandes problemas por resolver.

Por contra, somos parte importante de un proyecto de Estado que atraviesa graves convulsiones políticas. Temas como las pensiones, como el separatismo catalán, la precariedad en empleo, el bajo nivel salarial o el cumplimiento de los planes de estabilidad con Europa, han pasado a un segundo lugar, desplazados por las urgencias de las estrategias políticas. Hay partidos desgastados que intentan resistir y otros emergentes que pretenden aprovechar el momento para acceder al poder. Pero ¿poder para qué?

El poder no es un fin en sí mismo, sino una manera de transformar la sociedad. De servir a los intereses de todo un pueblo que confía en sus servidores públicos. Frente a la idea de que la democracia no funciona, de que esto es un gallinero lleno de ruido y confusión, el ejemplo de miles de corporaciones locales, ayuntamientos y cabildos, es el de un trabajo cotidiano, serio y responsable, para hacer que las cosas funcionen. Esa es la política en la que creemos y la única que demuestra, un día tras otro, que este país tiene futuro.