No es solo una época de cambios, es un cambio de época. Las transformaciones del mercado laboral producen vértigo, generan retos y oportunidades y obligan a afianzar los sistemas de protección social. El director de la oficina de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para España, Joaquín Nieto, abordó las consecuencias de esta transformación global durante el Simposio Iberoamericano que la institución ha celebrado esta semana en La Palma.

¿Estamos preparados para los cambios drásticos que parecen avecinarse en el mundo del trabajo?

No del todo, pero podríamos estarlo. Si los comprendemos, España tiene capacidad para responder a estos cambios de manera positiva, tanto a la transición energética como al mundo digital. Además, esta transformación puede ser muy beneficiosa.

¿Y cómo podemos prepararnos?

Debemos tomar conciencia de la importancia de estos cambios. A través del diálogo social se deben adoptar medidas para facilitar la transición y garantizar que sea justa. Desde el punto de vista de la digitalización, se necesita un diagnóstico común para tomar medidas que impulsen las potencialidades de España y corregir sus déficits. En cuanto a la transición energética, las medidas que está adoptando este gobierno van hacia ese cambio. Si hay que abandonar unas formas de producción de energía y adoptar otras habrá que facilitar que los empleos que se puedan ver afectados no lo sean negativamente, sino que, por el contrario, se genere una perspectiva de empleo mayor. Hay que facilitar esa transición mediante la protección social, una formación que permita la adaptación de los trabajadores e inversiones públicas y privadas.

¿Qué obstáculos encuentra esa transición energética?

Hay un antes y después del acuerdo de París. La necesidad de abandonar cuanto antes los combustibles fósiles ha tenido impacto también sobre las empresas, particularmente las del sector eléctrico, que han pasado de tener una situación dudosa o de resistencia al cambio a asumir esa necesidad. Este nuevo modelo implica también la energía distribuida. Las empresas energéticas han vislumbrado que su actividad o se adapta a este futuro o peligra. El Gobierno de España está en una clave de modernización y negocia con las organizaciones empresariales y sindicales. Esto facilitará disolver los obstáculos al cambio. Se está tratando de que no tengan efectos sociales adversos. En ese sentido soy optimista.

¿Serán tan poderosas las consecuencias de la robotización como a veces se augura?

O más. La robotización no solo va a afectar a las tareas mecánicas, como en anteriores procesos de modernización. Ahora, esa transformación está hecha en términos de digitalización, de inteligencia artificial. La sustitución se va a hacer también en actividades de gestión y creativas. Es posible que los "best sellers" más vendidos de los próximos años los escriban algoritmos. La sociedad se tiene que preparar, porque este cambio se está produciendo ya. La gente percibe que vivimos una época de cambios, pero tal vez no que estamos viviendo un cambio de época. Va a ser impresionante y supondrá grandes desafíos. El sistema educativo tendrá que prolongarse durante toda la vida, para que las personas tengan la capacidad de adaptarse a nuevas profesiones. La sociedad tendrá que facilitar también una protección social que garantice que las personas en ningún caso se vean sin ingresos en las situaciones de transitoriedad entre empleos.

¿Cómo afectará ese proceso a economías volcadas en los servicios y el turismo como Canarias?

Las actividades menos rutinarias y que requieren de una toma de decisión inmediata se pueden ver menos afectadas, pero también se verán afectadas. Así pasará con la gestión de los hoteles. Pero las afecciones no son siempre en términos de sustitución o destrucción de empleos, sino de transformación de los empleos, que pueden requerir capacidades diferentes. Muy pocos sectores van a escapar del cambio, que también va a requerir nuevas actividades, una presencia mucho mayor de los sistemas educativos y, por lo tanto, de los empleos relacionados con la formación. El resultado final puede ser incluso más empleos. Se dice que esta es la cuarta revolución industrial. En las anteriores siempre se creó más empleo del que se destruyó. Hoy en el mundo hay 3.000 millones de trabajadores, un volumen que no había existido nunca antes.

Y esas revoluciones siempre se vieron con temor.

Siempre hubo incertidumbre. Esta vez también, porque el factor digitalización es nuevo, y en un contexto global y desigual incide de otra forma. Puede afectar a cualquier parte del mundo. Aunque el impacto global de la transformación sea positivo, puede haber áreas donde los trabajadores sufran impactos negativos. Si dejamos que solo actúe la propia dinámica de las cosas, esas desigualdades territoriales se acusarán más. Hay 7.500 millones de personas y 3.000 millones de trabajadores en el mundo. Eso requiere una gobernanza global. De ahí la importancia de instituciones globales, como la OIT, que es más necesaria que nunca. La OIT se creó para adoptar normas del trabajo válidas para todos los países. Esa regulación internacional será necesaria, pero se va a tener que ir más allá. Necesitaremos elementos de negociación colectiva mundial y un sistema de seguimiento de la aplicación de las normas mundiales más efectivo.

El temor de que sectores de la población estén condenados a no tener trabajo ha reactivado el debate sobre las rentas básicas.

Los sistemas de protección social deben universalizarse. Defendemos que haya un nivel básico de protección en todos los países. Hoy, la mitad de la población no tiene protección. También debe haber una protección social complementaria de la contributiva. Hay que asegurar unos ingresos. Se trata de que haya unos niveles marginales de desempleo estructural, no como en España, donde siempre son demasiado elevados. Eso es una anomalía. Pero también se trata de que el desempleo transitorio sea muy transitorio y de que todo el mundo tenga la garantía de que no se quedará arrinconado. Esto significa ampliar la base fiscal y formalizar el trabajo informal. El 60% del trabajo en el mundo es informal y no contribuye fiscalmente. El aumento de la productividad que se supone implicará la revolución tecnológica debe redistribuirse para tener una mayor base fiscal y una universalización de la protección.

¿Qué retos plantea el envejecimiento demográfico?

Las tendencias demográficas afectan a un mundo desigual. Cuarenta millones de jóvenes acceden cada año al mercado laboral. Tenemos países en invierno demográfico y otros donde hay jóvenes buscando un empleo que no encuentran. Hay 265 millones de migrantes en el mundo, el doble de los que había a principios de siglo, pero la mitad de los que habrá en 2030. Dependiendo de cómo se gestione, puede ser un problema enorme o una bendición para los países que necesitan nuevos trabajadores y mantener sus sistemas de protección social. Por otro lado, la irrupción de las mujeres como sujeto de acción social ha venido para quedarse. Las mujeres no van a aceptar la discriminación en el trabajo. Todo proceso se tendrá que abordar desde la perspectiva de la igualdad de género.