Las rondallas han desplegado un año más su canto, que brota del desmedido entusiasmo de sus componentes y del público que, fiel a la cita, entiende el valor de su esfuerzo. Para muchos esta manifestación de indiscutible solera es el mejor garante de la identidad que da continuidad a nuestra fiesta, sin ocultar que no pocos las ven nadando contracorriente. Nos enorgullece a todos tenerlas en activo, como fiel contrapunto de una fiesta que evoluciona al ser claro exponente de la vida. No debemos olvidar que las rondallas nacen de la sencilla y alegre espontaneidad del pueblo chicharrero, que son fruto de una población de mayor cercanía vecinal. En ese marco las rondallas merecían el inmediato reconocimiento unido a la mención directa al disfraz con el que se presentaban; así ha trascendido en las crónicas de cada fiesta: sarantotones, lanceros bengalíes, montenegrinos, gauchos negros, pierrot, etc. Casi siempre quedaba en segundo plano la referencia o el vínculo a la entidad a la que pertenecían o bien las respaldaba: Luz y Vida, Prosperidad, Montepío de Dependientes, Casal Català, Salón Frégoli. Viña del Loro... El teatro Guimerá marcaba el punto de partida, pues a partir de allí se multiplicaba el eco que ante el público dejaban las compañías de zarzuela. La predisposición innata del chicharrero hacia la música lo lleva a repetir las melodías, contando con los más avezados que saben retenerla en el pentagrama o bien leerla en la partitura para luego hacer la compleja transposición a los instrumentos de cuerda, a la familia de plectro, a las distintas voces del coro... Fueron años de crecimiento sorprendente, de esfuerzo e ingenio que hoy resulta difícil de entender. Así las rondallas se fueron configurando como una expresión propia, diferenciándose a ocasionales respuestas que en otros ámbitos podrían vincularlas a las estudiantinas o grupos de ronda directamente unidos a la expresión folclórica. Las rondallas se hicieron depositarias y generadoras del espíritu más alegre de la fiesta santacrucera. Los rondalleros mostraron su inagotable predisposición a crear el mejor ambiente para que reinara la alegría, superando las trabas con las que se pretendía dar amplitud al silencio. Se aguardaba su amanecer en la cita anual del concurso y ante el paso alegre por las calles. A todos les podía el honor de pertenecer a esos grupos y mantenían en riguroso secreto el repertorio que preparaban y el atuendo con el que iban a irrumpir en el Carnaval. Durante muchos años fueron las rondallas quienes organizaban los concursos, que tenían por marco el Guimerá, la Plaza de la Constitución o la del Príncipe. En 1933, en plena Republica y atento a los efectos de los muchos canarios que retornaban desde Cuba, afectados por la situación económica que se inició en 1929 y que dio paso a la chambelona de Machado, las rondallas tomaron parte activa en la colecta popular que por igual realiza una estudiantina infantil y la sección femenina de la Asociación de Estudiantes de Comercio. El certamen de ese año tiene lugar en la Plaza del Príncipe y da como ganadores ex aequo a las rondallas Masa Coral de la Juventud Republicana, que dirige José Darias, y al Tronco Verde, que tiene al frente a Pepito Pérez. El premio, de 300 pesetas para cada una, se suma a otras 800 que se habían recogido por las calles. Al siguiente año el concurso pasa a celebrarse en la Plaza de Toros, el mejor espacio para disfrutar de su anual entrega. Las rondallas fueron cauce para mantener en Carnaval cuando sobre el mismo pesaba la prohibición. Los rondalleros sortearon los escasos márgenes de un tempo en el que dominaba la escasez y en el que se necesitaba un soplo de alegría. Anoche las rondallas volvieron al Guimerá junto a su público más fiel, el que siempre está dispuesto a brindarle los merecidos aplausos.