Cumple 14 años y quiere ir sola. No le vale ir de tu mano ni siquiera ya le llena tu compañía. Ya no es suficiente. Es verdad que si cierras los ojos aún la puedes ver en el maxi-cosi, pero de todos esos que visten de blanco, de esas decenas de miles de personas, eres el único (o casi) que la sigue viendo como una niña...

Santa Cruz de La Palma amaneció de blanco. Antes, los Indianos, ese acto carnavalero que tuvo que inventar un colega de Albert Einstein, comenzaban después de almorzar. Quizás incluso un poco más tarde. Ahora, ayer mismo, a las diez de la mañana van y te lanzan polvos. "¡Afloja!, tronco mago", eso le gritas. "¿Dónde van tan pronto?", piensas. Los aparcamientos habilitados estaban prácticamente llenos a esa hora y el transporte público comenzaba a hacer caja. Por cierto, la guagua era un poco (o muy) cara. Un abuso.

En el fondo, aunque a veces se olvide (algunos nunca lo han sabido), la idea es recordar a aquellos palmeros de generaciones pasadas que se fueron en busca de un futuro mejor y regresaron a su terruño con mayor o menor fortuna. Y, para ello, no hay que ir sin desayunar. Más que pronto hay que ir con guasa y elegancia, y si se mezclan mejor, aunque el ayuntamiento se empeñó en 2016 en promocionar los Indianos con una imagen que es todo menos la esencia de esta fiesta: el mogollón. Es lo que tenemos.

Tiene 14 años, pero ya se viste como una adolescente. Su traje de indianos es el "verdadero" y te dice que ha quedado para ir a ver a la Negra Tomasa. ¿Sabes?, te quieres "apuntar" pero algo por dentro te aclara que ella no quiere. Eso duele, pero... la bajas y la dejas con sus amigos. Son diez o doce. Sí, también hay chicos. Respiras hondo y te vas. Cuesta acostumbrarse...

La plaza de España a las doce de la mañana es el camarote de los hermanos Marx pero a lo grande. Una enfermera, una negra que en realidad es un blanco, una maleta, dos loros, una jaula, tres bastones, miles de móviles... Por la calle Real sube la conga, quizás sea el único desfile real que le quede a la fiesta. "Sosó" llega a la entrada de El Salvador a las 13.30. Es uno de los puntos fuertes de los Indianos. Hay miles de personas que lo observan desde la plaza. Un año sí, y al otro también. Aquel hombre de 75 años se transforma vestido de mujer. Tiene chispa, salero, ritmo, lo tiene todo...

Para qué mentir, no disfrutas igual. Piensas si estará bien, la buscas con la mirada entre tanta gente, miras el móvil, te duele la barriga. ¡Estás de mal humor! No te lo esperabas, o tal vez sí, y te apetece que sean las siete de la tarde para irla a buscar y regresar a casa...

Sobre las dos de la tarde, ya no cabe un alma en Santa Cruz de La Palma. Suena a frase hecha de Matías Prats Cañete, pero no es así. Se lo puedo decir de otra manera, pero es la realidad. Calle Real, Pérez de Brito, Avenida Marítima, Alameda... Quizás sea la edad, los recuerdos, la nostalgia (métale los sinónimos que prefiera), pero por un momento dan ganas de cerrar las "puertas" de la Isla desde el viernes al martes de Carnaval y no dejar entrar a nadie que no sea residente. De verdad, somos muchos. ¿Quieren indianos? Copiénlos. Como hacen en Gran Canaria. Cinco botes de talco, se visten del Madrid y tiran por Triana a dar cuatro gritos. ¿Molesta?, antes sí. Ahora, no. ¡Hagan uno en cada barrio de las Islas! Al menos, un año...

El cronista acaba a las tres en La Marina. Primero fue al McDonald''s, pero allí era imposible entrar. Por el camino observas a indianos en quioscos, también en las barras que los bares ponen frente a sus negocios, las cañas a 1,50, los bocatas de carne al precio de un plato de espaguetis (no todos), la feria a fichas por monedas de oro... Un descanso antes de acudir al reparto de polvo.

Bueno, por la tarde la fiesta es bastante semejante desde hace algunos años. Es verdad que se intentó recuperar el desfile, y que incluso en 2015 la Negra Tomasa hizo un esfuerzo por mantenerlo vivo hasta pasada la plaza de España, producto del trabajo de la organización, pero ya parece el recuerdo de un pasado mejor... ¿Se acuerdan (es imposible que nadie más lo recuerde)? Ibas volando desde el bar Quitapenas hasta la plaza de la Alameda y le dabas abrazos y besos, te daba igual, hasta a la vecina que no saludabas luego en la escalera comunitaria. Alguien se tiene que inventar algo, algo bueno, para darle chispa al indiano de tarde, que acaba desperdigado sin sentido por toda la ciudad.

¡Toma!, las siete. Vas a por ella y no se quiere ir. Te pide una hora más. Pero no aceptas. Ni te lo planteas. En el viaje de regreso no te habla, pero en el fondo te importa poco. La llevas contigo y en esa primera salida parece que todo salió bien. Al menos, va entera. ¿Cuestión de acostumbrarse?