Un barco de 12 metros de eslora y un Neptuno de seis metros de alto son los elementos principales del escenario diseñado por el creador tinerfeño Javier Caraballero para el decorado cuya estructura metálica ya se ha levantado en el recinto ferial. La semana pasada ya partió desde Valencia el primer contenedor con parte de las piezas que han construido medio centenar de los operarios de ocho talleres que integran la firma fallera Caballo de Troya, según explicó Manolo Martín. Con el aval de haber fabricado la escenografía de los Años 20 de 2002, en la plaza de España, y los cuatro últimos del recinto ferial, Manolo Martín sentencia de forma categórica: este decorado es el de mayor volumetría de cuantos se han instalado en el recinto ferial.

"Con diferencia es el más grande en cuanto a volumen; antes eran más planos. Esa característica hace que sea un decorado muy llamativo, también porque recrea el fondo marino desde un punto de vista muy Disney", explica.

Manolo Martín destaca la colaboración de todo el equipo, que se ha entregado a la construcción durante dos meses, una labor que ha supervisado con dos visitas a los talleres el propio diseñador, Javier Caraballero. Entre las características, Manolo Martín destaca las pantallas de retroproyección que se incluyen en la escenografía. Y es que la luz jugará un papel fundamental por las características de la decoración de los 130 corales que se han construido, rematados por pinturas muy vivas y rematadas con escarcha. Junto al contenedor que salió la semana pasada, hoy está previsto que se embarquen otros dos para Tenerife; y hoy mismo se sabrá si la habilidad del almacenamiento evita que sea necesario un cuarto envío.

Dado el retraso del Carnaval, que comienza este año tres semanas después que la anterior edición, Manolo Martín lamenta que no podrá asistir al montaje, aunque asegura que con Luciano Delgado como asesor técnico de Benelux, la empresa ganadora del pliego de escenografía, está "más que garantizado el éxito del montaje".

Manolo Martín comenzó en el taller fallero de su padre casi como un juego, con 12 años. "Lo normal es que el hijo de un fallero fuera al taller de su padre". Pero advierte que comenzó "en serio" con 20 años, cuando culminó su formación de ingeniero industrial. Le gustaba el trabajo de su padre y su ilusión era aportar la técnica, porque la parte artística estaba garantizada. Montó una oficina técnica y sobrevino una crisis, hasta que se sumó a la empresa de su padre. Su ilusión era trabajar codo con codo, pero en 1999 cayó enfermo, hasta fallecer cinco años después. Hoy, Manolo se reconoce un enamorado de su trabajo, aunque de ingeniero solo le queda el título, dice con humor. Aunque el sello de presentación son las fallas, por su reputación profesional, se dedican más a escenografías, parques temáticos y publicidad "made in Valencia".