EN CIERTA ocasión visité a una señora viuda, ya entrada en años, que vivía sola en un pueblo de Tenerife. Su marido había fallecido meses atrás. En las anécdotas que contaba de él se advertía un trasfondo de pena por la pérdida aún no superada. En realidad, no creo que llegase a vencer jamás ese dolor, y ella lo sabía. Me enseñó su casa -más bien un caserón-, con patio canario en el centro. Me mostró la biblioteca, el amplio salón donde había una televisión anticuada que seguía funcionando en blanco y negro, y también el dormitorio principal con la amplia cama de matrimonio. Sobre las mesillas de noche, una a cada lado, había sendas lámparas asimismo vetustas pero elegantes. Los cables por los que le llegaba la electricidad estaban tirados por el suelo junto a la pared. "Cuando nos casamos mi marido los puso así de forma provisional", comentó al darse cuenta de que me fijaba en ese detalle. "Estuvimos cuarenta y dos años casados, y siempre siguieron igual", añadió con un tono de reproche que no abroncaba a su difunto cónyuge, nada más lejos de su intención, sino que trataba de aproximarlo con ese recuerdo de otra época más feliz, que el inexorable transcurso del tiempo había transmutado en cariñoso. Después de todo, tampoco ella había llamado a un electricista para que arreglara de una vez aquellos cables.

En ese momento pensé en una frase que le había leído a alguien tiempo atrás: "asombra lo perpetuas que llegan a ser las cosas provisionales en este país". Desconozco si en los demás países ocurre lo mismo, habida cuenta de que todavía no me ha invitado una respetable viuda francesa, teutona o inglesa a visitar su casa. Lo desconozco, insisto en ello, aunque tengo fundadas razones para pensar que en la perennidad de lo transitorio también somos diferentes. ¿Hay algún país por estos alrededores -alrededores occidentales, claro- en los que una banda terrorista haya sido supuestamente desmantelada e indubitadamente derrotada tantas veces y, sin embargo, siga poniendo bombas y pegando tiros en la nuca cada vez que quiere? Respondan ustedes mismos sobre este asunto pendiente, acaso de cariz más grave que los cables de una viuda. Al final tendré que darle la razón a Julio Anguita, al menos en este asunto, cuando dijo -por cierto, durante una rueda de prensa en Tenerife- que el problema vasco sólo admite una solución: un referéndum tras un período de sosiego, y a continuación la ejecución, pésele a quien le pese, de la voluntad popular expresada en las urnas. En un sentido, u otro. Lo cual significa que si los vascos realmente no quieren pertenecer a España sino seguir por su cuenta, Madrid debe respetar esa opción. Pero también que si son más los vascos que desean permanecer en España, hay que hacer cumplir la ley con todas las de la ley, cueste lo que cueste y pésele también a quien le pese. Entiéndase sin más soplapolleces de guerras de banderas, amagos de referendos, soflamas de curas fracasados pero reconvertidos a políticos con cara de onanistas, así como la restante tramoya de una ópera que sería bufa de no ser por la sangre de sus víctimas.

Sobra decir que, por desgracia, no es este el único asunto provisional y pendiente en la España de este recién inaugurado 2009. En Canarias, sin ser tan graves, tenemos unos cuantos.