1.- Dice el mago que estas lluvias han mojado bien la tierra y, por fin, el rural estima que ha pluviado en cantidad suficiente para que los cultivos de la estación, y los que quedan por venir, se enderecen. El mago utiliza una expresión muy gráfica cuando estima que la lluvia ha empapado el suelo con fundamento: "el agua cogió centro". Una lectora me aborda, en la calle, para decirme que tiene apuntadas un montón de anécdotas del mago y que me las trasladará cuando las encuentre. Son inagotables, señora. La misma lectora asegura que la maga, cuando coge nervios, no duda en decirle a la cuñada que "estoy enferma de los mismos nervios". No sé por qué lo de insistir en eso de "los mismos nervios que me tiran al estógamo". Sostenía mi amable interlocutora que ya no existe el mago del campo, sino que ha sido sustituido por el de ciudad. Yo no estoy de acuerdo. El mago urbanita no es tal, sino un abominable elemento barriada, infumable: maleducado, violento, amigo del tunning y de otros ruidos infames. El del campo, que sigue existiendo, se ha sofisticado un poco, pero todavía es capaz de redactar carteles de locos, menús de risa, trazar linderos con cartones que moja la lluvia y desaparecen a su conveniencia, colocar bidones con cadenas a la entrada de su casa y, probablemente, llevar escopeta. No está todo escrito sobre el mago, aunque después de mis libros contando sus andanzas se hace muy difícil hallar nuevas anécdotas y comportamientos. Pero aún así, estimo que no todo está contado, que quedan muchas cosas por decir. Estoy pendiente del informe de un otorrino para estudiar el porqué el mago habla gritando, creyendo que su interlocutor le entiende mejor en ese tono, Y también por qué cuando se dirige a un extranjero los gritos suben en decibelios hasta hacerse insoportables. Acostumbrado a los susurros de Londres, el británico alucina.

2.- Ahora que los pedos de las vacas alteran gravemente la capa de ozono, a decir de los científicos, se comprende que el tono ligeramente amarillo del mago responde a la cercanía con el animal. No se han estudiado como se debiera las enfermedades del mago. Antiguamente caían como moscas a causa del tétanos, que casi ha desaparecido tras las vacunaciones y revacunaciones. La enfermedad del cerco se enmarcaba en ulceraciones en la piel del cogote y a la altura del tobillo, coincidiendo con el cuello de la camisa, el elástico del calcetín y el borde de la lona. Se quedaba un cerco de color indefinido que acababa en úlcera. El mago siempre fue poco cuidadoso con la higiene; ya lo decía OliviaStone en su obra sobre las Islas Canarias, titulada "Tenerife y sus Seis Satélites", escrita a finales del XIX. No es verdad que el mago sea limpio y aseado, sino todo lo contrario. Se bañaba los sábados y aprovechaba la misma agua para bañar a los chiquillos, que se sumergían en el chocolate. Ahora todo ha cambiado a mejor y el mago se asea con más frecuencia, aunque no digo yo que haya alguno que siga antiguas tradiciones. Se cuenta la anécdota del mago que fue a ver al traumatólogo, a causa de la dolencia en un pie, y el galeno le pidió que le mostrara las dos extremidades, con objeto de realizar sus comparaciones. El mago se resistía. El médico insistía. Hasta que, por fin, el paciente le confesó que sólo se había lavado la pata mala.

3.- Al mago sólo lo entendemos unos cuantos. Yo estoy acostumbrado a su trato desde los tiempos de mi abuelo. Me encantaba ir con él a pagar a los peones, los sábados. Me fijaba mucho en lo que hablaban entre ellos y cómo lo hablaban. Les cogí mucho cariño, pero decidí que un día contaría las anécdotas que viví. Me llamaba la atención el olor a potaje en sus momentos de descanso. Abrían aquellas cestitas de comida, preparadas con tanto cariño por la mujer desde el día anterior, y sacaban sus potajitos de berros con gofio y siempre, siempre, un plátano de la piña mejor de la finca, que habían puesto a madurar semanas antes, junto al cuarto de aperos. Algunos idiotas creen que yo me burlo del mago cuando lo que siento por él es un infinito respeto y una gran ternura. Pero nada de dorarle la píldora, ni ponerlo en un pedestal, sino llamarlo rebenque cuando me plazca y contar las animaladas que comete cuando sea menester. El romanticismo no es lo mío, aunque sea capaz de valorar los buenos momentos pasados junto a ellos, desde mi atalaya irrenunciable de señorito. Estas lluvias, pues, han cogido centro. Menos mal, cuando los expertos -vaya expertos, señor- anunciaban sin pudor que Canarias caminaba hacia la desertización. Váyanse por ahí y háganle caso al mago, situado sobre una piedra, pronosticando el tiempo que, inexorablemente, hará mañana.

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