SE PREGUNTAN algunos comentaristas políticos, naturalmente poco afines al PSOE y al Gobierno central sustentado por el PSOE, cómo es posible que José Luis Rodríguez Zapatero mantenga tan altos índices de credibilidad cuando los hechos fehacientes día a día desmienten hasta sus ofertas y predicciones menos importantes. Las grandes promesas del presidente, empezando por que esta iba a ser la legislatura del pleno empleo, no merecen a estas alturas ni una línea de comentario.

Resulta indudable que en España sigue existiendo una cuota cuantiosa de voto cautivo. Tanto en el PSOE como en el PP y, en el caso de las Islas, de CC. Se es de un partido, o se opta electoralmente por un partido, simplemente atendiendo a la ley del porque sí, y no como consecuencia de un razonamiento sobre el modelo de sociedad -entendido este como la suma de otros modelos componentes, como la sanidad, la educación, el sistema económico, etcétera- que ofrece cada político cuando pide el voto, en contraposición con el que luego ejecuta, si es que llega a realizar alguno, cuando gobierna. En pocas palabras, ningún ciudadano acude a un mitin electoral con el programa de los comicios anteriores en la mano para preguntarle al candidato de turno, una vez oída su perorata, por qué no hizo nada de lo que prometió cuatro años antes, o por qué se limitó a hacer cosas de las que no había hablado, como es llenarse los bolsillos propios y también, porque cierto grado de generosidad siempre está bien vista, los de algunos amigos.

No explica esto, empero, la credibilidad ciega de un montón de españoles en la palabra de Rodríguez Zapatero. Uno de esos comentaristas a los que me refería en el inicio de este artículo ponía, no hace mucho, un ejemplo quizá un tanto ofensivo para ciertas sensibilidades religiosas, pero en cualquier caso muy gráfico. Según él, si Cristo regresase a la tierra y prometiese que para abril o mayo de este año, para el final de la primavera o, como muy tarde, para después del verano, la crisis iba a estar superada, los parados ya no harían cola ante las oficinas de empleo y el consumo iba a estar tan boyante como lo estaba hace un año y pico, nadie creería en sus palabras. Nadie que no fuese un devoto a ultranza podría admitir un porvenir tan maravilloso. Sin embargo, más de la mitad de los españoles considera posible este milagro si quien lo profetiza es Rodríguez Zapatero. Por añadidura, y esto es quizá lo más curioso del asunto, la otra mitad del país, aun sin creérselo, no hace nada. ¿Es posible encontrar un conjunto de memos de uno y otro signo -es decir, por acción y por omisión- en cualquier otro lugar del planeta? Lo dudo.

No cabe la menor duda de que Zapatero y sus corifeos tienen a su alcance medios de comunicación afines con amplia penetración social. Los mismos de los que carece el PP de Rajoy, si bien a los conservadores no les hacen ninguna falta por una simple razón: el líder del PP no convence. Lo que dice es cierto. Sus planteamientos son cabales. Sus predicciones sobre la economía española se cumplen en las fechas previstas con una precisión de reloj bien ajustado. Pero la gente no cree en sus palabras. ¿Por qué? Que respondan los expertos. Ahí están los psicólogos, sociólogos y hasta politólogos, que abundan en España y son muy buenos. En cualquier caso, mientras llega esa explicación, haría bien el bueno de don Mariano en buscar sustituto en vez de llamar a los barones de su partido para reiterarles, dedo en alto y serio el semblante, su inamovible decisión de ser el candidato popular en 2012. Acaso sea esa cerrazón -a lo mejor la gente no es tan tonta como pensamos- la causa primigenia de su falta de carisma. Lo demás, incluido el nuevo baño de multitudes que le prepara la televisión pública a Zapatero con las preguntas de ciudadanos normales y corrientes, es accesorio. O, por seguir en el marco de lo bíblico, viene por añadidura.

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