RECIENTES están aún las Navidades,esas fechas entrañables en las que cada año expresamos nuestro compromiso con los sentimientos y las buenas intenciones. Es una época singular en la que todos nosotros hacemos votos de solidaridad y de esperanza, un tiempo en el que el deseo de felicidad se antepone a cualquier otra voluntad. Sin embargo, lamentablemente la Naturaleza no conoce de simbolismos y elige manifestar sus designios en cualquier momento, por muy inapropiado que nos pueda parecer.

Son fechas en las que nos acordamos especialmente de aquellas personas que ya no pueden estar con nosotros y que permanecen en nuestros corazones. Algunas familias tuvieron que vivir la pérdida de algún familiar estos días y las acompaño en el inmenso dolor que supone la ausencia de un ser querido. Entre las personas que se fueron alrededor de estas últimas celebraciones navideñas, los tinerfeños hemos perdido a tres de los nuestros, a unas personalidades que se habían distinguido sobremanera como hombres entregados por entero a lo suyo y como auténticos ejemplos de trayectoria admirable y digna de consideración. En cada uno de los casos supieron granjearse el aprecio y la admiración de quienes tuvimos la oportunidad de conocerlos y, por tanto, de respetar su quehacer.

El primero, Ezequiel de León, un artista de solvencia reconocida. Su carrera como escultor e imaginero mereció ser recompensada con el título de Hijo Ilustre de la Isla, un galardón que tuvimos la oportunidad de entregarle este mismo año. Orotavense de cuerpo y alma, ha sido y será una referencia en un ámbito en el que nuestro Archipiélago ha contado a lo largo de los siglos con figuras de la talla de Luján Pérez o Estévez, paisano este último del propio De León. Ahora se une a ellos en esa página de la historia isleña que nunca será borrada y que siempre permanecerá abierta para que se pueda apreciar el valor, el arte y la contribución que los artistas pueden realizar para el engrandecimiento de su tierra.

También hace escasas semanas se nos ha ido Quico Cabrera, un verdadero símbolo para quienes amamos el deporte y admiramos virtudes como la dedicación, la entrega y la constancia. Poco antes de su pérdida, también recibió el homenaje de Tenerife en el transcurso de un acto celebrado en el Cabildo, en el que le fue otorgado el título de Hijo Adoptivo de la Isla. Él había nacido en El Hierro, pero fue aquí donde desarrolló una inmensa tarea como promotor del voleibol, un deporte que ha sido el que más satisfacciones ha producido a los tinerfeños en forma de victorias en competiciones nacionales e internacionales. Siempre risueño, era capaz de transmitir su alegría y su impulso a quienes se le acercaban.

La tercera figura desaparecida recientemente ha sido la de Peter Hamilton, tinerfeño de nacimiento y de corazón pese a su nombre, quien labró también en el terreno deportivo una dilatada y fructífera labor. En este caso fue el baloncesto el ámbito en el que desde muy joven, primero como jugador y posteriormente como directivo, destacó por su empeño y por su trabajo. Son estos unos valores que quedan expresamente de manifiesto cuando se aprecia la solera alcanzada en el fomento del deporte por una entidad que él mismo fundó y que ha servido para aglutinar la formación y la práctica de centenares de niños y jóvenes. Todos ellos pueden tomar la actividad desplegada por su presidente como un ejemplo de conducta.

Es cierto que a partir de ahora no será factible volver a encontrarnos con ellos tres y departir sobre arte y deporte, que fueron las pasiones que movieron su existencia. No obstante, sí nos quedará su obra, esa tarea que realizaron ejemplarmente y que siempre deberemos tener presente. Nunca les olvidaremos.

* Presidente del Cabildo de Tenerife