CUALQUIERA tiene derecho a exhibir, previo pago de su importe, publicidad atea en un autobús barcelonés, en una guagua canaria o en donde mejor le plazca. Incluso los seguidores de una periodista británica con cara de soplagaitas, a quien se le ocurrió esa idea tras sentirse ofendida por otra publicidad, colgada en los buses de la capital británica, que se preguntaba por la fe que encontraría el Hijo del Hombre en caso de volver a la tierra. Más bien la falta de fe, para ser precisos.

No critico a la susodicha niñata en función de su ateísmo, pues cualquiera es libre de creer o no en lo que desee -hasta ahí podíamos llegar-, sino por el hecho de que pretenda sentar cátedra sobre asuntos que hombres y mujeres -hombres y mujeres de verdad, no machangos y machangas- han meditado durante centenares de años. Siglos, y también milenios, de quemarse las pestañas con la lectura de libros escritos por personas que se quemaron las pestañas antes que ellos. Hasta la propia Teresa de Calcuta estuvo atormentada durante cincuenta años por sus dudas sobre la existencia de Dios. Eso por no hablar de Santo Tomás o el propio San Agustín. En cualquier caso, no pretendo compendiar un ensayo de fondo teológico en el simple folio de un artículo diario. Fundamentalmente, lo repito, porque la libertad religiosa es irrenunciable.

La cobardía, en cambio, no guarda relación alguna con ese libre albedrío. Porque tanto la susodicha plumilla como sus seguidores, primero en Londres, después en otras ciudades y ahora en Barcelona, son unos redomados cobardes. Lo son porque Occidente no es la zona del mundo donde más influyen los credos religiosos en nuestra vida cotidiana. A nadie, salvo a los meapilas crónicos, le cambia la conducta leer "Probablemente Dios no existe; deja de preocuparte y disfruta de la vida". A los meapilas tampoco, por supuesto, aunque el letrero los incordia. Asunto distinto es lo que sucede en países no tan lejanos. ¿Se imaginan una guagua no ya por los arrabales de Casablanca, donde florece lo más florido del integrismo marroquí, sino por la cosmopolita Marrakech, luciendo un cartel con el mensaje "Probablemente Alá no existe; mujer, quítate el shador, muestra tu cuerpo y disfruta de la vida". Y también, habida cuenta de los tiempos en que vivimos, otro bus con parecido anuncio que diga "Probablemente Alá no existe; hombre, si eres gay, sal del armario con toda tranquilidad". Estoy convencido de que la guagua tardaría poco en arder como una tea. Eso en Marruecos, país tolerante en cuestiones religiosas; en otros lugares, inclusive en ese territorio que controlan los "inocentes" muchachitos de Hamas, la cosa acabaría mucho peor. Si alguien lo duda, ahí tiene el caso del asesinado cineasta holandés Theo van Gogh, o los muchos años que lleva escondido Salman Rushdie por publicar sus versos satánicos.

Esto, naturalmente, lo sabe la soplagaitas con cara de acné incipiente y cuantos le están riendo la gracia. Por eso ponen publicidad donde se consideran a salvo y no donde la religión, entendida como un instrumento de control de masas y no como un conjunto de respetables creencias individuales, choca a diario con los más elementales derechos humanos. En definitiva, ateos pero no tontos.