GRACIAS AL AVANCE de la medicina en las últimas décadas, los seres humanos morimos, en general, a una edad más avanzada. La longevidad ha dejado de ser una utopía y, en la mayoría de los casos, se vive con calidad el periodo mal denominado "la tercera edad", con apenas un ligero deterioro de las facultades psíquicas y con las limitaciones correspondientes de las físicas. Esto no es sinónimo de punto y final, al contrario, siempre es un punto y siguiente, pero la pregunta que inevitablemente se nos plantea es: ¿qué hacer cuando la mente se desorienta, el cuerpo se niega a obedecer o la enfermedad nos atrapa en una espiral de dolor?, ¿y si el hombre pierde cualquier ápice de dignidad hasta convertirse en despojo?, ¿para qué seguir lacerando un cuerpo mancillado por interminables sesiones de tratamientos e intervenciones quirúrgicas, si se sabe que no hay esperanza para una enfermedad terminal? El tema por su cotidianeidad es siempre actualidad. Ya no se puede decir: "se morirá cuando Dios quiera", ahora se muere cuando la medicina llega al límite, cuando cesan los tratamientos futiles, cuando el cuerpo se cansa de luchar y se plantea a las familias una despedida, una sedación suave para que el ser querido deje de sufrir. Y que nadie se rasgue las vestiduras, esto sucede.

Eluana ha muerto en Italia. A estas alturas de la historia, todo el mundo conoce los detalles: una joven de mirada inteligente, alegre, vital y de amplia sonrisa, que un día, un negro y triste día, al volver a casa sufrió, como otros tantos jóvenes, un accidente de tráfico y entró en coma irreversible, un drama que viven en silencio muchas familias en el planeta. De esto hacía diecisiete años y poco quedaba de esa Eluana, cuyas fotografías han dado la vuelta al mundo. Según los periódicos italianos, pesaba menos de 40 kilos; sus brazos y piernas estaban agarrotados; los párpados entreabiertos sin signo alguno de vida, la piel fina y llagada -a pesar de que cada dos horas se le hacía un cambio postural- en resumen, condenada a una agonía lenta, a un vía crucis: condenada a vivir.

Desde hace unos diez años, sus padres pedían, al amparo de la normativa vigente, preservar el derecho de su hija a morir en paz y no lo han logrado. Eluana ha sido el epicentro de duras batallas dialécticas, de agrias disputas sobre la conveniencia o no de regular la eutanasia, y todo ello con un gran estruendo mediático, con el eco de voces que sin venir a cuento han querido meterse en vidas ajenas. Su padre, Beppino Englaro, está dolido. Es un hombre de rostro afilado, enjuto, de mirada triste, que está cansado de luchar en los tribunales buscando el fin a este purgatorio, a este calvario que llevaba su familia.

En esta historia se ha faltado al derecho a la intimidad y a la autonomía personal. No se ha respetado el dolor de los Englaro. No ha habido un ápice de vergüenza para utilizar este caso con otros fines. Los políticos han manipulado el tema y han entrado en un jardín que no les concierne, instrumentalizando el caso, masacrando las convicciones y los sentimientos de sus progenitores. Se han tergiversado los hechos y vulnerado los derechos ciudadanos, en un afán por controlar la vida y la muerte. Berlusconi ha creado crispación, confusión y temor. Hay que recordarle que la moral es algo individual, que no es patrimonio del primer ministro de turno. Pese a él, Eluana, amada, protegida e idolatrada hasta el final, ha podido abandonarse a la muerte. Il Cavaliere, primer ministro italiano, lamenta su óbito, pero dice que murió asesinada?

Apoyo el derecho inalienable de cada cual a decidir cómo vivir, pero también el de cómo morir, sobre todo, cuando no se puede ejercer a plenitud de facultades este derecho. Eluana siempre había manifestado su rechazo a vivir en estado vegetativo y sin marcha atrás. Era su voluntad, y han sido sus padres los que le dieron el ser, los que han decidido por ella. Tanto la han respetado que ni en defensa propia han mostrado imágenes de su verdadero estado ante los que les crucificaban. Su acto ha sido de piedad y se han limitado a solicitar la interrupción de un tratamiento médico. El sentido común indica que no se trata por tanto de eutanasia, sino que habría que hablar de suspensión de tratamiento médico y de sus posteriores consecuencias.

Existe una legislación europea sobre el derecho a la autonomía del paciente y el consentimiento informado, y en España contamos con la Ley Básica Reguladora de la Autonomía del Paciente, que reconoce el derecho de los enfermos y de sus tutores a pedir la citada suspensión de tratamiento. Pero urge reglamentar más y con prudencia en este tema, acabando con la hipocresía que rodea estas circunstancias, en las que los políticos con su poder y los catecismos con sus dogmas limitan el libre albedrío.

Apliquemos el espíritu de perdón, seamos generosos, evitaremos más polémicas, ayudaremos a que posturas e ideas se reconcilien siempre bajo un respeto absoluto por la vida. Y seamos sinceros al reconocer que sentenciamos a "cadena perpetua" cuando condenamos a vivir a alguien que se ha convertido en una marioneta rota, ulcerada, sin aliento, sin sentimientos, sin dignidad, sin libertad, atada a una máquina, con la voluntad secuestrada y la intimidad perdida y violada. Es, además, una tortura dejar que los suyos abriguen alguna esperanza, hacerles vivir los episodios de su deterioro progresivo, la agonía de una geografía física que se torna irreconocible, maniatando sus vidas hasta que por caridad piden que acabe el sufrimiento de ese cuerpo que ya no posee un rasgo conocido, y que tan sólo por la fuerza del amor siguen llamando hija. Hay que dejarse de abstracciones ideológicas y de arrogarse el derecho de establecer el criterio de vida de los demás.

Deseo tener mi derecho sobre la muerte. Me niego a ser invadida por la tecnología y a ser condenada a vivir con una sonda para siempre? mi testamento biológico ya está hecho, no quiero herir a los que me aman, que usen el sentido común y que se acojan a la bondadosa mano de Dios. Ella será la que marque el destino.