CINCO SEMANAS y pico como jefe de prensa de una candidata a elecciones municipales me proporcionaron una imagen precisa, y hasta entonces desconocida, de cómo son internamente los partidos políticos. Cómo son por dentro, cómo funcionan y quiénes forman parte de ellos. Personas casi todas -y lo siento si ofendo a las excepciones, que las hay- que no valdrían para nada en cualquier otra actividad. Cinco semanas y un poco más resultaron suficientes; ni siquiera las nueve y media de la famosa película protagonizada por Kim Basinger y Mickey Rourke. Desde entonces no me asombra, por ejemplo, que alguien proponga la sede del Parlamento para una final de murgas.

La capacidad de los políticos para tomar decisiones con proyección más allá de los cuatro años es manifiesta. Y eso al comienzo de cada legislatura; a medida que avanzan éstas se reduce el horizonte de sus sucesos. Es, empero, en el empleo del lenguaje donde más les brillan las neuronas a algunos de nuestros representantes públicos. Un lenguaje lleno de muletillas, de frases hechas que enseguida se quedan más sobadas que los asideros de una guagua, de circunloquios estúpidos y de idioteces al uso que rebotan entre esos políticos y los periodistas que cuentan sus hazañas. Una subespecie esta, la del informador político, sumamente curiosa: nada de lo que cuentan sus taxones posee interés para el gran público -den un paseo por la calle del Castillo y pregunten por lo que se discutió en el Parlamento la semana pasada-, pero su actividad es sumamente rentable para la promoción personal. Se puede empezar de plumilla en las páginas de información política, y acabar de director de periódico, aunque el asunto suele requerirle al sujeto en cuestión titánicos esfuerzos para ocultar su ignorancia.

El caso es que los periodistas -entiéndase algunos periodistas- amplifican las barrabasadas de muchos políticos. "Si ha habido limpieza étnica en los despidos, sería gravísimo", manifestaba hace un par de días José Alberto Díaz-Estébanez en relación con los despidos de la Sociedad de Desarrollo. He querido enterarme si han liquidado a algún empleado por ser negro, sudamericano, eslavo o malayo. Pero no; parece que la raza -la etnia, por emplear un hipócrita eufemismo actual- no ha tenido nada que ver en este asunto.

¿Sabe el señor Díaz-Estébanez lo que significa limpieza étnica? ¿Sabe lo que ha supuesto esta expresión para Europa y otros lugares del mundo a lo largo del siglo XX, e incluso en los comienzos del XXI? Ya sé que es difícil pedirle a un político que no diga sandeces, sea del partido que sea, pero tratándose de palabras que tan amargos recuerdos nos traen en esos últimos cien años de historia, incluidos holocaustos, purgas estalinistas y genocidios a cuenta de revoluciones culturales, ¿no convendría pensar un poco en su significado antes de soltarlas tan inconscientemente?

Lo mismo podría decir, aunque no sea el caso del portavoz municipal de CC, de las acusaciones, tan generalizadas como imprudentes relativas al racismo y xenofobia. Aunque pedir prudencia en este aspecto, cuando lo que cuenta es un titular de prensa, se me antoja tan inútil como predicar en el desierto.