Como saben, hay sobradas razones para preocuparse por las "turbulencias" de la crisis en los países acomodados del Primer Mundo -ya hemos insistido en ello-, en el cual las dificultades ya no son sólo para exportar, sino incluso para mantener la cuota dentro del propio mercado nacional. En ese trance, o "percance", no queda otro remedio que dar paso a las fusiones, absorciones, acuerdos de cooperación, etc., reduciendo costes de mano de obra y aceptando una menor cuota de mercado. Evidentemente, so pena de caer en manos del capital privado o público. Por ejemplo, el sector financiero está casi siempre en el punto de mira de los gobiernos, prestos a tomar las riendas y evitar males peores. No es el caso de CajaCanarias, cuya solvencia y "fuerza motriz" le permiten estar al margen del proceso acariciado por los intrigantes de la tercera Isla. ¿Me explico?

La verdad es que hubiera repercutido mucho menos los síntomas del más negro porvenir económico a la vista, sencillamente, no sobrepasando los límites normales del crecimiento ni aferrándose al espíritu de lucro que sobrevivió en medio de toda suerte de "botines". Sobre todo, cabría decirlo así, porque hay que pensar más (desde arriba) en el futuro del desarrollo humano compartido.

Bien, como el realismo consiste en hacer análisis (o diagnósticos) incisivos, sin paliativos, debemos explicar a las nuevas generaciones las tristes secuencias de los españolitos que en la posguerra se acostaban sin cenar, porque, se quiera o no, antes o temprano van a pretender apoderarse del "becerro de oro". O sea, repetir la hazaña. En este punto, merece recordarse el refrán inmortalizado por Francisco de Quevedo: "Poderoso caballero es don Dinero". Estribillo de un poema satírico, cuya primera estrofa dice así: "Madre, yo al oro me humillo". Sin comentarios?

En este caso, creo que no vale la pena insistir más respecto a la reflexión precedente, ni emplearse a fondo con las vicisitudes de la crisis, ni estrujarse el cerebro para averiguar el "origen profundo" del descalabro armado por ciertos personajes del laberinto especulativo de un mundo que va camino del desastre. Es más, en la capacidad de cada uno está dominar la porción del espacio que le toca, y a "grandes males, grandes remedios", de tal forma que nadie se quede a dispensas de la mano generosa de los servicios sociales, o a la espera de que el INEM les emplace para trabajar en lo habitual; ni hablar. Es una operación de sentido común ponerse cuanto antes manos a la obra, en lo que surja, como hay tantos que lo hacen sin esperar a que papá Estado venga con los suministros.

No sé si saben lo mal que lo están pasando en los países asolados por las guerras, el hambre y la explotación de los clanes que esclavizan a los infelices que apenas comen todos los días. Y no lo digo para que sirva de consuelo a los que perdieron el empleo, la casa o, incluso, las ganas de vivir; no. Los males que uno percibe se mitigan un poco si se razona que en otras sociedades el hambre y la enfermedad se llevan más vidas que parados hay en los Estados desarrollados. Los lectores que pertenecen a la generación donde la poesía formaba parte de la instrucción de la escuela -¡Dios, cómo pasa el tiempo!- recordarán aquella inmortal décima de Calderón de la Barca: "Cuentan de un sabio un día"? Pasó a ser sabio cuando se dio cuenta de que las yerbas que él desechaba las iba cogiendo otro más "pobre y triste" que él. Como contraste, hoy en día se deja entrever la superioridad económica frente al vecino que puede permitirse ciertas licencias; una actitud que no tiene pies ni cabeza, pero que todos (o casi todos) quieren mantener el postín de la clase media? (¿) Una moral ¿cristiana? concebida por obra y gracia de don Dinero. Ése es precisamente el culpable de tanto alboroto.

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