Me decía recientemente una amiga que malas son las dictaduras de bota alta, aunque peor aún resultan las de alpargata. Líbrenos Dios de ambas, pero coincido con ella en que son más temibles las segundas. Y es en la que estamos. No voy a decir que el Gobierno de Zapatero tiene la culpa de que hayamos llegado a cuatro millones de parados ocho meses antes de lo previsto. Curioso dato pues, si no me falla la memoria, el propio ministro de Trabajo dijo hace poco que posiblemente el desempleo no creciese tanto para alcanzar ese guarismo. Ahora es la vicepresidenta económica, Elena Salgado, quien anuncia que nunca habrá cinco millones de personas sin ocupación. Para echarse a correr. No voy a decir tampoco que el Gobierno de Canarias es culpable de que su comunidad autónoma ostente el triste honor de encabezar las cifras de la tragedia. Porque el hecho de que uno de cada cuatro canarios esté en paro es una tragedia, se mire como se mire.

Si los políticos no son culpables, ¿quiénes lo son?, cabe preguntar. Lo somos todos. A pesar de la gran carga de responsabilidad que tienen en estos asuntos los gobernantes, en un país democrático a los gobernantes los eligen los ciudadanos. ¿Y qué piensan los ciudadanos de Zapatero?, vuelvo a preguntarme y a preguntarles. "Es la única persona capaz de sacarnos de este desastre", me decía el otro día un taxista camino de Los Rodeos. Lo cual no me sorprende porque horas antes, almorzando con un señor jubilado, oí que todos los curas son unos sinvergüenzas porque el de su pueblo había dejado preñada a su propia sobrina. Aseveración con la misma fuerza lógica que afirmar que todos los números son pares porque el 2 es un número par. O el no menos "profundo" razonamiento de una niña pija que aseguraba la inexistencia de Dios porque no se puede demostrar que existe. Lástima que tan agudo raciocinio no fuese adoptado antes por los matemáticos. Se hubieran ahorrado, por ejemplo, tres siglos y medios de titánicos esfuerzos para demostrar el último teorema de Fermat.

Esta es una faceta de la dictadura de la chola. Porque este mismo esquema, trasladado linealmente al plano político, lleva a manifestar "con Zapatero, con razón o sin ella". Y también con Aznar, con Rajoy, o con Juan López. Continuamos siendo un país de costumbres futboleras -nunca mejor evidenciado en este fin de semana de "derby"-, y en el fútbol se es hincha de tal o cual equipo en función del lugar en el que uno haya nacido o, simplemente, de un mero capricho. La lógica interviene poco.

Podemos pensar, si es eso lo que nos apetece, en el país más avanzado del mundo. Tal país existe y continúa siendo Estados Unidos. ¿Hay palurdos entre los gringos? Muchísimos. Como en cualquier lugar del mundo. Escasean, en cambio, los palurdos políticos. Más o menos la mitad de los norteamericanos se quedan en casa el día de las elecciones. Pero los que acuden al colegio electoral no optan, habitualmente, por tal o cual candidato en función de una etiqueta que se pegaron en la camiseta o en la gorra años atrás. Ajenos a la dictadura de la alpargata, votan atendiendo al convencimiento de que una opción es mejor que la otra dependiendo de las circunstancias. Si hay que poner a un presidente negro en la Casa Blanca, lo ponen. Y si lo hace mal, lo echan. No por negro, blanco, amarillo, cobrizo o malayo, sino porque no sirve. A Obama, con un porcentaje de paro menor a la mitad del que ha cosechado Zapatero, lo habrían destituido ya los blancos, los negros y hasta los hippies de California, porque una cosa es un porro de vez en cuando y otra muy distinta desayunarse, almorzar y cenar a diario con hierba.

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