Del debate llamado del Estado de la Nación han sobrevivido una larga porción de sugerencias parlamentarias al Gobierno. Tal como era de prever -y como muchos observadores anunciamos-, entre ellas no están las ocurrencias que improvisó el presidente del Gobierno en su discurso y que centraron el debate político y periodístico durante unos cuantos días: nada de ordenadores para todos los escolares, nada de desgravaciones fiscales, reducción drástica (y repartida entre el Estado y las Comunidades autónomas, que se enteraron entonces) de las ayudas para los compradores de coches, desaparición de las ayudas a los compradores de pisos a partir de dentro de dos años. Pero nada de eso ha importado mucho al Gobierno, pues ese debate estaba concebido desde el principio como una pieza de campaña electoral ante las europeas del próximo día 7 de junio, y desde este punto de vista el objetivo que el Gobierno se proponía se cumplió: los medios dijeron que había ganado Rodríguez Zapatero.

Esta semana la campaña propiamente dicha se ha empezado con una encuesta del CIS sobre intención de voto para el día 7. El organismo ha pronosticado un empate técnico entre PSOE y PP? si la participación es del 83 por ciento. Parece una broma, pero eso es lo que ha dicho el CIS. Da la sensación de que, a la hora de cocinar las respuestas de los encuestados, se ha ido subiendo el índice de participación hasta que saliera el empate, sin importar gran cosa que un 83% de participación sea una pura quimera si se tiene en cuenta que la abstención en las europeas suele rondar el 50%.

A la vista de este sondeo, los dos grandes partidos hacen lo posible para poner el acento de la campaña en una interpretación de las elecciones europeas en clave doméstica, por si eso anima a más electores a acercarse a las urnas. De hecho, muchos mítines parecen formar parte de unas elecciones legislativas españolas. Sin embargo, las previsiones de casi todos apuntan a una abstención importante, lo que mejora, aunque sea sólo un poco, las posibilidades de las candidaturas pequeñas, ya que, en números absolutos, los votos necesarios para obtener un escaño serán menos si la abstención es muy crecida.

El debate importante

Es cierto que las elecciones europeas son importantes, y no porque el Parlamento Europeo lo sea desde el punto de vista del poder efectivo, que no lo es mientras se mantenga la actual regulación según la cual la Comisión no depende de las mayorías parlamentarias, ni para su formación ni para la efectividad de sus decisiones. Su importancia deriva más bien de que se trata de una poderosa cámara de resonancia de las tendencias de fondo que habrán de inspirar tanto las legislaciones nacionales como la propia legislación de la Unión, que se incorpora automáticamente a los ordenamientos internos de los países miembros.

Este debate de fondo es el referido a la inspiración filosófica de una visión del mundo, del hombre, de la familia y, en general, de los aspectos de la vida que podríamos llamar pre-políticos o meta-políticos, que han de condicionar una u otra forma de organización de la convivencia civil.

En este sentido, el Gobierno español ha dado una nueva vuelta de tuerca a su revolución silenciosa, orientada a entender el derecho como el puro reflejo de las mayorías sociales de cada momento, con olvido de los principios y valores de aceptación común que han construido las democracias modernas basadas en la persona humana, su dignidad inviolable y sus derechos inalienables por el solo hecho de pertenecer a la familia humana. La llamada corrección política, ya muy extendida en Occidente, amenaza con corroer la democracia y las libertades igualando al hombre al resto de seres animados del planeta, y a veces también de los seres inanimados. El ecologismo idolátrico en boga, que suena bien pero que está fundado en la mentira antropológica; el llamado multiculturalismo que equipara moralmente a todas las formas de convivencia; el relativismo jurídico y moral que a la vez consiente cualquier comportamiento sexual o familiar, pero que es implacable con los nuevos dogmas, todo eso constituye un veneno que únicamente puede conducir a una organización despótica de la convivencia.

Aído y los demás

En este orden de cosas, me refería la semana pasada a la exhibición de ignorancia de la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, cuando presentó el anteproyecto de nueva ley del aborto. He de reconocer que me quedé corto: esta semana, preguntada en directo por la radio sobre si considera que un feto de 13 semanas es un ser vivo, respondió que sí, pero que no es un ser humano, "porque eso no tiene ningún fundamento científico". Las cuchufletas, como era de suponer, no tardaron en hacerse dueñas de las ondas y las páginas de los periódicos; y cuando un avieso reportero repitió la misma pregunta al ministro de Educación, Ángel Gabilondo, éste hubo de escaparse alegando que él "es de Metafísica", y que la cuestión de qué es el hombre es una de las grandes preguntas de los filósofos. Obviamente lo que dijo es muy cierto, pero no es menos obvio que la pregunta no se refería a eso, sino a la relación entre lo que se entiende por un ser humano y la legislación que establezca como un derecho de la madre a darle muerte antes de nacer.

Buena parte del debate público sobre la nueva ley de aborto se ha centrado en la permisividad de su práctica a las adolescentes de dieciséis años sin conocimiento ni, desde luego, consentimiento de sus padres. En mi opinión, el debate está gravemente desenfocado, porque es como si en un debate sobre la tortura se discutiera si los látigos en las flagelaciones deberían ser de cinco o de siete colas. El debate verdadero es sobre si el Estado puede desentenderse de la protección efectiva de la vida humana inocente, y no sobre si las menores de edad pueden matar a sus hijos en su vientre con o sin consentimiento ni conocimiento de sus padres.

Las elecciones europeas sí que tienen que ver con todo esto.