LA MEJOR forma de combatir la crisis es no pensar demasiado en ella. Ya sé que es difícil, pero si dejamos a un lado las noticias, las cuales nada más que logran deprimirnos a base de desgracias ajenas: asesinatos, malos tratos, accidentes, enfermedades apocalípticas, desahucios, paro, miseria?; tal vez podamos centrar nuestra atención en lo que en realidad importa. Es menester desligarse un poco de la realidad circundante, y poner más cuidado en intentar solucionar los problemas que nos afectan directamente.

Mi amigo Pelicar insistió el otro día en invitarme a tomar un cortado porque tenía ganas de hablar conmigo. En realidad, conociéndolo como lo conozco, sé que lo que necesitaba era desahogarse conmigo. Cuando nos encontramos supe, por su tono de voz, que estaba preocupado por algún asunto que no se atrevía a exponer abiertamente. Al final, entró de lleno en el contenido de su desazón y me contó que estaba pensando en cerrar su pequeña empresa. No puedo más, me dijo con tristeza, las deudas me agobian; ya sabes, demasiados gastos, pocos ingresos, numerosas presiones, mucha responsabilidad: la familia, los trabajadores, la hipoteca, los proveedores, los impuestos? y pocas ayudas?; figúrate que si seré pollaboba que me creí eso que anunciaba ZP de los créditos del ICO, y solicité uno de 100.000 euros para poder tener algo de liquidez y, al menos, asegurar por unos meses el pago de las nóminas y hacer frente a algunas deudas; y va el director de la sucursal, al que le entregué como dos kilos de certificados e impresos que se necesitan para estos casos, y se pone a hacer cálculos, y me dice que, según la normativa vigente, le tengo que devolver el dinero en tres años con una cuota de seis mil euros al mes.

Pero que yo sepa, tú en tu taller de reparación de chapa no vendes droga, ¿o sí?, le dije tomándome a broma semejante proposición. Eso mismo le dije yo al director del banco. Pues menudas ayudas y facilidades nos dan. Lo que es absurdo es que sólo den dinero al que demuestra que lo tiene. Pero si yo tuviera dinero, ¿para qué demonios lo iba a pedir, entonces?

Cuando acabó el café me pidió que le aconsejara, y entonces fue cuando le pregunté si tenía algún periquito en su casa. Al principio me puso cara de pocos amigos. Veo por tu expresión que no. Bueno, no te preocupes, te regalaré algunos de lo que tengo. Dentro de un tiempo nos volvemos a ver y hablamos otra vez del tema.

Efectivamente, al cabo de unas semanas me llamó y quedamos en un bar cercano a su empresa para tomar algo. Cuando lo vi, tenía otra cara. Me dio las gracias y un abrazo. ¿Y qué, cómo te fue con los periquitos?, le pregunté lleno de curiosidad. Pues las dichosas aves, me contestó con una sonrisa, han revolucionado toda la casa, y nos han roto los esquemas: empezando por los más pequeños y terminando por los abuelos; los primeros porque han aprendido por fin a desarrollar su sentido de la responsabilidad a través de los cuidados que esos preciosos periquitos necesitan, así como de la observación de sus costumbres y hábitos; y a los mayores porque han llenado sus vidas con su alegre, vistosa y sonora presencia.

La verdad es que son muy sociables, tremendamente activos, vitalistas, aseados, protectores y muy trabajadores. Hemos observado cómo se reparten los papeles, cómo la madre es quien gobierna y cuida de sus polluelos, mientras el padre impone la disciplina y los protege. Todo ello me ha dado que pensar, y he trasladado a mi empresa parte de lo que los periquitos me han enseñado. ¿De verdad? Le pregunté con cierta ironía. Pues sí, aunque no te lo creas, he decidido reestructurar la plantilla; he bajado un poco los precios; he llegado a un acuerdo con los trabajadores para congelar los salarios durante este año al menos, y así, no tener que despedir a nadie; he hablado con los proveedores y algunos me han concedido una prórroga en los plazos; he hablado con un conocido que tengo trabajando en una aseguradora, para que recomiende mi taller cuando algún cliente necesite reparar el coche; sobre el horario he decidido que es mejor para todos ponerlo corrido en vez de cerrar al mediodía.

En definitiva, he pensado que, al igual que mis periquitos, que nos han dado una lección de solidaridad, si todos, sin excepción, tenemos asignada una función, y la cumplimos con energía, nos volveremos más eficaces; en tiempo de vacas flacas, todos hemos de apretarnos el cinturón y hacer sacrificios; empezando por mí, que he decidido coger parte de mis dividendos e invertir en una mejor maquinaria y en un ordenador más potente que nos ayude a llevar mejor el control de los suministros y clientes; al menos, así, podremos ser más competitivos.

Ahora, le dije orgulloso de cuanto le escuché decir, sólo es cuestión de que los responsables de las distintas administraciones se pongan también las pilas, y sepan adoptar medidas, como lo has hecho tú, y sepan afrontar esta crisis con ideas, con resolución, con coherencia, con solidaridad, con responsabilidad, y utilicen mejor los recursos de que disponen para, entre todos, remontar esta endiablada crisis que a todos nos afecta; aunque para ello tengan que poner en cada despacho una pareja de periquitos del amor. Que así sea.