"DE AQUELLOS polvos vienen estos lodos" es frase antigua que refleja las consecuencias de nuestros actos irreflexivos; de los que, embriagados por el entusiasmo del momento, realizamos sin considerar los pros y los contras -sobre todo estos últimos- respecto a sus resultados. Dejamos a un niño jugar con unas tijeras y con casi total seguridad se cortará; montamos en bicicleta por primera vez y nos caeremos; accedemos a una ocupación con poder decisorio y nos costará mucho regresar a nuestra situación anterior de ciudadano de a pie; en la bonanza económica nos acostumbramos a derrochar -sobre todo en banalidades y fruslerías que en nada mejoran nuestra calidad de vida-, mas cuando la situación es la opuesta no gastamos ni lo que nos sobra.

Esos pensamientos y otros de índole similar me vinieron a la mente cuando el domingo pasado me convertí en peatón y decidí bajar desde la plaza de La Paz al Rastro de Santa Cruz, en los alrededores del mercado Nuestra Señora de África. Hacía bastante tiempo que no hacía ese recorrido y, la verdad sea dicha, mejor hubiese sido hacerlo en el tranvía -ese regalo que san Ricardo nos dio a los chicharreros y laguneros- porque antes de llegar a la plaza de Candelaria tenía el ánimo por el suelo; nunca mejor empleada esta frase por prosaica que sea. Y digo esto porque cuando he tenido que hacer alguna gestión por esos alrededores, en días laborables, la gente que por allí discurre nos impide descubrir la gravedad del problema que estamos viviendo una vez más, lo siento por emplear una de mis frases preferidas, "los árboles no nos permiten ver el bosque".

La cantidad de locales comerciales y oficinas que han cesado en su actividad durante el último año es verdaderamente preocupante. Eso ciñéndonos a la rambla de Pulido y a la calle del Castillo, pues prefiero dejar a un lado Imeldo Serís y Bethencourt Alfonso, porque allí la situación debe de ser todavía peor. Pequeños comercios dedicados durante muchos años a la alimentación, artículos para el hogar, repuestos para maquinaria ligera, tejidos, zapaterías, etc. han cerrado sus puertas y se ofrecen ahora en alquiler, venta o traspaso, y tiene uno que tener muy malas entrañas para no imaginar el drama que se esconde detrás de cada uno de estos cierres. La familia que aún tiene empleado a algunos de sus miembros "escapa", pero de ninguna manera la que de la noche a la mañana se encuentra en la p... calle; y estas, según dicen las estadísticas, son miles sólo en la provincia tinerfeña.

No soy economista para razonar sobre los motivos que nos han llevado hasta esta situación, aunque ya apunté antes lo de "los polvos...". Debemos reconocer que no hemos sido hormigas -ni falta que hacía dada la aparentemente boyante situación de la economía y en la conveniencia de disfrutar un poco de la vida-, pero no es lógico "fardar" con un Mercedes cuando tu sueldo sólo te permite uno de gama media; o vivir en un adosado si tu capacidad de endeudamiento sólo te consiente un piso en una calle no muy céntrica; o cenar todos los fines de semana -un día con los amigos y otro con la familia- en restaurantes que, llevados por el entusiasmo, cobraban por menú el doble de lo debido. Sinceramente, esto no resultaba lógico, y sí lo es que la burbuja se rompiera en algún momento.

Hay que reconocer, sin embargo, que lo que está ocurriendo no ha sido del todo malo puesto que ha servido para colocar las cosas en su justo lugar. Y si no, ¿por qué en restaurantes donde antes se almorzaba por veinte o treinta euros ahora ofrecen comidas a quince o veinte? ¿Han bajado tanto los productos -un 30 ó 40 %- o es que el beneficio era excesivo? Y si hablamos de la vivienda, ¿no era absurdo vender a 3.000 euros el metro cuadrado de edificación cuando su coste no superaba los 1.500? Nos quejamos de la situación que vivimos y que, si Dios no lo remedia, vamos a vivir durante bastante tiempo, pero al mismo tiempo -al menos eso dicen los entendidos en la materia- nuestra actitud ante ella la está haciendo más grave. En efecto, una gran parte de la población continúa con su puesto de trabajo -sobre todo los funcionarios, y son muchos en las cuatro administraciones que soportamos-, cobran a fin de mes y encuentran más baratos los productos que consumen. Siendo así, ¿por qué gastamos menos que antes? ¿Por qué vamos menos al cine? ¿Por qué ya nos reunimos con los amigos una vez... cada quince días? La respuesta no hay que ser un "lince" para adivinarla: todos tenemos miedo a que la situación empeore. O lo que es lo mismo, hemos pasado en poco tiempo de derrochadores a ahorradores. Hasta la propaganda -algo absurdo que rompe las normas del comercio- ha disminuido en todos los medios de comunicación, provocando el cierre de algunos o la disminución del número de páginas en otros.

Sinceramente, ni yo ni nadie sabe cómo va a acabar este drama; porque de drama hay que hablar. "Mal de muchos, consuelo de tontos", dice el refrán, pero a mí particularmente que la economía de otros países se encuentre como la nuestra en recesión no me tranquiliza. Ver las colas de gente bien vestida que se forman ante los comedores públicos rompe el alma, pues si ahora reciben algo para que puedan "ir tirando'' nadie puede asegurar que los recursos que tienen los diversos gobiernos sean capaces de financiar el gasto futuro. Está claro que el ¡¡muchas felicidades!! y el ¡¡feliz año nuevo!! que todos vociferamos el pasado 31 de diciembre nos ha salido "rana".