LAS IMÁGENES de ese trozo de territorio expoliado a Cuba, Guantánamo, en las que se pueden ver prisioneros engrilletados, maniatados, encorvados, arrastrando sus miserias humanas, vigilados desde altas torretas rodeadas de metralletas y multitud de focos irradiando luz alrededor de cientos de metros, perros feroces muertos de hambre prestos a saltar al mínimo aviso de agresión, así como las vejaciones y torturas que sufren los que allí permanecen sin tener un juicio y que ni siquiera son considerados como prisioneros de guerra nos hace pensar en los campos de concentración nazis.

Ignoro si los trasladaron hasta allí en furgonetas que desprendían ciertos gases para entontecer o poner al borde de la muerte a los 240 prisioneros del campo; ignoro si se separa a los más desvalidos físicamente y se ponen en un reservorio a la espera de una muerte inmediata y a otros se les premia con un mejor trato porque su biología es fuerte y soportan las calamidades del confinamiento.

Pero lo que sí es cierto es que, tanto unos como otros, están deshumanizados, les han marcado el camino hacia el encuentro de sí mismos como meras piltrafas, despojados de valores y de conciencia.

Se deja de estar vivo, de ser, de existir cuando el pensamiento se escinde, se deteriora y se hace plano, babea entre las neuronas cerebrales disponiéndose al sometimiento y llegándose hasta suplicar al torturador que al menos se le deje vivir con el suplicio físico como única válvula de escape porque la condición moral ha huido, no existe.

En el campo de concentración de Guantánamo la moral, sobre todo esa moral norteamericana que encarna el progresismo que manifiesta estar en contra de la violencia, está incrustada en una sociedad donde se tortura y se veja, y a las personas se les empuja hacia el abismo donde jamás podrán ser rescatados.

Eso sí, adornando todo esto con el discurso simplón e hipócrita de los que manejan el mundo con unos esquemas truculentos, desde el napal arrasando arrozales y miles de vietnamitas, o las bombas de Hiroshima y Nagasaki calcinando miles de vidas, o ahora en el campo de concentración de Guantánamo, donde la finura y la delicadeza son virtudes ausentes. Y lo peor no es eso, sino que este falso progresismo se imita por otros que así se consideran. Y más ahora en campaña electoral.

A la entrada en ese lugar donde la vida desaparece, el recién llegado sólo tiene dos opciones: o bien se deja atrapar por el dominio y participa como se hacía en los campos de concentración nazis actuando de carceleros de los demás, de sus compañeros de viaje para ir tirando, o bien se encierra en sí mismo dispuesto a su destrucción y aniquilación total.

Auschwitz tuvo una influencia enorme y se pensó que podía transformar la Humanidad, la historia, la percepción de los hombres, el significado de determinadas palabras, el admitir y negar la existencia de límites en los hombres, tanto en la bondad como en la maldad, pero vemos que no. La historia nos engañó.

Si el hombre ha sido el ingeniero que ha ideado las fábricas de la muerte al mismo tiempo que el obrero que las ha hecho funcionar, quizás ello signifique que el ser humano ha llegado a tan alto grado de degeneración, que él mismo ha anulado toda esperanza de sacar algo positivo de su especie, de su persona.

Lo que se pensaba quedaba para un recuerdo de la historia del mundo civilizado ha vuelto a la memoria y se ha consolidado en la imagen de Guantánamo como campo de exterminio. Y es así porque allí no existe el pensamiento crítico ni la mera defensa de una causa, la que sea, justa e injusta. La persona es considerada una pieza totalmente prescindible de una gran maquinaria en la que todo es posible, es una mera banalidad y permite justificar lo que un ser humano inflinja a otro ser humano, esté cerca como carcelero o lejos como responsable político.

Por eso cuando se dice que Guantánamo se cierra y Obama se pronuncia a su favor y la sociedad americana amparada por el Senado dice todo lo contrario, no sé si se estará inmerso en la teoría de la destrucción por la destrucción, en la más alta cima de la impiedad y que, por supuesto, el progresismo de una sociedad hipócrita, huidiza, sea una paradoja a la vez que constituya el paradigma de la animalidad que se lleva dentro y que allí, en Guantánamo, llega a su más alta exquisitez.

La singularidad del nazismo no se traduce en el número de víctimas que ocasionó, seis millones, ni en lo repugnante de los métodos y violencia que utilizó. La verdadera singularidad de los comportamientos nazis es la voluntad de hacer desaparecer lo humano en cualquier persona, ya sea víctima o verdugo.