ACONSEJA la sabiduría popular no vender la piel del oso antes de cazarlo. Decimos esto porque uno de los cuatro godos que ejercen -es un decir- el periodismo en Canarias, cada cual poseedor de sus propias lacras -entre ellas la falta de limpieza corporal y moral- pretende ganar un juicio sin que todavía se haya celebrado la vista. Qué desfachatez. Aunque, ¿para qué asombrarnos? Ni el godo en cuestión, ni ninguno de los otros tres, conocen la vergüenza ni la moral.

Suele creerse el godo superior a los canarios por el mero hecho de ser godo; para ser exactos, por la circunstancia de ser descendiente de las tropas mercenarias que masacraron a los guanches y les robaron sus tierras. Ese complejo de superioridad lo lleva a pensar que ancha es Castilla y aquí todo gira en torno a sus intereses, incluso la Justicia. Por eso alardea que tanto el editor de EL DÍA como un colaborador de esta Casa van a ser condenados poco menos que a cadena perpetua, tras la demanda que ha presentado al sentirse aludido en artículos y editoriales que hablan de hedores, de inmoralidades, de mentiras y, en general, de godos en el peor sentido de esta palabra; una palabra que no es idéntica a la de peninsular, pues al español decente, al que no quiere subirse encima de los canarios, siempre lo hemos respetado.

Dicen que los jueces pueden procesar por indicios pero condenan, si procede condenar, con pruebas. Por eso desde aquí le decimos a ese godo que cuando hablamos de malos olores, de inmoralidades o de tinturas, ha de demostrar fehacientemente que nos referimos a él. ¿Qué le hace pensar eso? ¿Por qué se arroga esos calificativos? ¿Tal vez por su mala conciencia? Parece que para probar sus chifladuras ha buscado testigos. Nos sorprende que, al parecer, entre ellos se encuentre una periodista que ha pasado por esta Casa, de la que salió airosa para ocupar un cargo en la radio. Se da la circunstancia de que recientemente nos visitó para agradecernos todas las atenciones que hemos tenido con ella. No sabemos qué le hemos hecho ahora para que se convierta en testigo de ese godo. Manías o paranoias del godo.

Jamás hemos mencionado a este personaje en nuestros artículos, comentarios o editoriales. En cambio, el editor/director de esta empresa tiene un cúmulo de citas contra él escritas en tono peyorativo por este individuo, producto del resentimiento que siente el aludido godo por sus fracasos profesionales. Al final, su empresa ha logrado sacárselo de encima, no sin que antes la dejara por los suelos. Le aseguramos que las decenas de citas denigrantes contra el editor de EL DÍA se volverán contra él. Por si fuera poco lo anterior, este godo no pierde ninguna ocasión para dejar en ridículo a José Rodríguez y sus colaboradores, porque periodísticamente no llega a la altura de ninguno de ellos. Sus acometidas contra nosotros se deben a que envidia nuestro triunfo.

A estos cuatro godos insufribles los invitamos a que se marchen a su tierra. Dos de ellos pasaron por EL DÍA y se atribuyeron sin pudor los éxitos de este periódico. Como auténticos godos, presumieron de lo que nunca fueron -jamás pasaron de simples amanuenses- y se presentaron ante políticos y autoridades como si fuesen los dueños de esta empresa. Uno de ellos tuvo la insolencia de decir en público que él había sido el artífice del éxito de EL DÍA. El otro se mercó dos nombramientos institucionales haciéndose pasar por José Rodríguez. Fue justamente a partir de que los mandamos a la porra por ser inservibles y codiciosos cuando EL DÍA se ha situado como el periódico más leído de Canarias. "Nuestros" cuartro godos, mientras permanezcan en Tenerife, vivirán estigmatizados, y arrastrarán a sus familias.

Comprenderán nuestros lectores, y los canarios en general, cuanto anhelamos que desaparezcan esos cuatro godos, porque sólo han traído hediondez a esta profesión. Uno de ellos arrastró a una decena de trabajadores de esta Casa, a los que pronto dejó en la calle -un auténtico capitán Araña- mientras él se refugió en uno de los caballo de Troya que la prensa canariona ha introducido en Tenerife. Así, en un santiamén pasó de defender a esta Isla a defender a Las Palmas. Qué cínico. El editor de EL DÍA conoce al "celímetro" las limitaciones e impudores de este godo y del otro que estuvo por aquí. En cuanto a los otros, ha sufrido el hedor -o la pestilencia- y el artificio de pasar en poco tiempo del negro que blanquea al tupé coloreado.

Y acabamos: esos cuatro godos, como los invasores de hace seis siglos, deberían marcharse a su tierra -donde tal vez tampoco los quieren- y desistir de las desvergüenzas que están cometiendo con los canarios. Deberían dejarnos libres e independientes, como lo era el pueblo guanche antes de la vil conquista, porque los canarios queremos nuestra libertad. ¡Godos insufribles! ¡Viva Canarias libres de godos como estos! ¡Viva Canarias libre del "gran"!