ESTE SERÁ un artículo de ficción política. Algo, por otra parte, que tampoco dista mucho de la realidad. La mayoría de los análisis que se publican en los periódicos lo son y a nadie parece importarle. Imaginemos a un alcalde. Un alcalde que se siente bien con su número dos en la Corporación municipal que preside, aunque no sea de su mismo partido. En realidad, tal regidor está contento porque ese número dos le resuelve bastante bien los problemas. Cierto que le roba protagonismo por doquier, pero esa circunstancia poco le preocupa. No le importa porque no está en sus previsiones de futuro volver a presentarse para el mismo cargo. Cierto que puede cambiar de opinión -cualquiera puede hacerlo; la vida misma, en realidad, es puro cambio- pero de momento, como digo, no le apetece repetir.

Añadamos un factor adicional aunque en absoluto baladí: el partido de ese alcalde no quiere renunciar a su hegemonía de años en el Consistorio. Ya se sabe que por un clavo se pierde una herradura, por una herradura que falta cojea un caballo, por un equino lisiado llega tarde a la batalla un general, por una batalla se puede perder una guerra, por una guerra una ciudad y por una ciudad un país. En consecuencia, por una ciudad también se puede perder un Gobierno autónomo. ¿Razón de más para que el entorno del permisivo alcalde no quiera quedarse sin una cuota nada desdeñable de poder? Pienso que sí.

Sin embargo, al alcalde remolón hay que motivarlo. Nadie hace nada que no quiera hacer, salvo que alguien le ponga una pistola en el pecho. Quedan dos años de legislatura. Demasiado poco tiempo para que se resuelvan algunos asuntos judiciales. Máxime si se trata de sumarios cuya instrucción se prolonga ya casi tres años. Tiene que seguir en el Parlamento de Canarias. Algo para lo cual, eso sobra decirlo, es necesario ir en unas listas. La pistola cargada, montada y apuntando a la sien.

El resto de la historia es accesorio, al igual que lo es ponerle nombres a sus personajes. No me resisto, en cambio, a hacerlo con las cosas. Puedo citar la Sociedad de Desarrollo sin mentar a nadie en concreto. Alguien ha podido quedarse sin un instrumento importante para afianzar sus aspiraciones de ser alcalde; ambiciones, dicho sea de paso, legítimas para cualquiera que se dedique a la política municipal. No es menos cierto, empero, que alguien también puede haber incurrido en un serio error de cálculo. Alguien, eso también sobra especificarlo, que no es el alcalde en cuestión.

Antes media legislatura era mucho tiempo. Ahora dos años se pasan enseguida. Y para ganarse a un electorado no resulta imprescindible tener una sociedad de desarrollo; basta con ser concejal de parques y jardines, siempre que las cosas se hagan bien. Siempre que los parques y los jardines estén adecuadamente cuidados.

Queda por determinar qué hará ahora el partido del número dos del alcalde. Quiero decir que está por ver si aplaudirá rabiosamente, o si por el contrario utilizará los pactos a otros niveles para que las cosas no se salgan de madre y el estropicio sea, como mucho, el admisible. Aunque considerando el desarrollo de los acontecimientos durante los últimos meses, tampoco es difícil vaticinar lo que ocurrirá en las próximas semanas.