AYER por la ma-ñana, víspera del Día de Canarias, muchos niños acudieron a sus escuelas vestidos con algunas de las versiones del traje típico. La siempre fértil imaginación de los maestros -otra cosa no se ha visto- los lleva a organizar actividades especiales en los colegios para conmemorar la fiesta vernácula. Algo que me parece bien. Me parecería mejor, desde luego, si tales actividades se realizasen el mismo día; es decir, si la festividad de la Comunidad Autónoma, de la Canariedad o del nombre que deseemos darle a una fecha a la fuerza singular para los isleños, se celebrase en el día correspondiente y no durante la víspera. Bien es cierto que sería una maldad absolutamente perversa quitarle un sábado de asueto a los profesores. A los profesores y a los funcionarios en general, pues el descanso es sagrado. Lo interesante, insisto en ello, sería que el Día de Canarias estuviese dedicado no sólo en los centros de enseñanza, sino también en cualquier institución de la Comunidad Autónoma a ensalzar lo que es Canarias; a pensar en lo que son y lo que quieren ser los canarios; a reflexionar en conjunto -una especie de catarsis colectiva- sobre el futuro de unas Islas que hoy por hoy, independientemente de quiénes sean los culpables, no sólo doblan sino que triplican con creces la media del desempleo en la UE. Huelga decir que todo esto cae muy lejos de la imaginación del profesorado, del "funcionariado y hasta del "politicariado" de esta región. Se viste a los niños de magos en la víspera, se entregan unos cuantos premios en un acto solemne colmado de discursos institucionales -¿se dice así?- y a correr que son dos días.

No pretendo un cambio radical del estado de la cuestión. Entre otras cosas, como digo, porque no deseo estropearle un fin de semana en la playa a nadie. Aunque no sólo por eso. Con independencia del día en que se celebren tales actos, siempre estaremos asistiendo a una ristra de acciones estereotipadas que en el fondo sirven de muy poco, si es que realmente valen para algo. Lo dijo Uslar Pietri cuando todavía faltaba una década para los fastos del Quinto Centenario. Temía, y de ahí su congoja y sus críticas, que al final despachásemos el acontecimiento con desfiles y despliegue de banderas, como así ocurrió llegado el momento, en vez de establecer las bases necesarias para que la comunidad iberoamericana estuviese en igualdad de condiciones con el mundo anglosajón. Hoy, casi veinte años después de aquel pomposo 1992, el mundo hispano sigue muy lejos de ese primer mundo anglosajón. ¿Derrotismo? En absoluto. Simples estadísticas.

¿Estará alguna vez Canarias a la cabeza de las comunidades autónomas españolas? Quiero decir a la cabeza de clasificaciones dignas y no de otras que lacran a sus habitantes con vergonzosos y vergonzantes marchamos; verbigracia, el paro, el fracaso escolar, las deficiencias sanitarias, etcétera. No lo sé. Resulta fácil intuir, en cambio, que esos lugares de excelencia que realmente interesan y dignifican no se conseguirán sólo vistiendo el traje típico cada 29 de mayo, y tumbándose uno a la bartola no sólo el 30, sino el 31. Y también los 30 días de junio, los 62 de julio y agosto y cualquiera de los que quedan durante el año vigente.