POR SEGUNDA vez "embiste" el Parlamento de Canarias contra el Diputado del Común, Manuel Alcaide. Hablamos de un tinerfeño de pro, de carrera y de mucha experiencia en el mundo de la Justicia. Persona seria y de categoría, reúne cualidades más que suficientes para que su mera presencia les repugne a los malos políticos. Porque Manuel Alcaide es consciente de que una caterva de políticos inútiles está legislando contra los intereses del pueblo; personajes deleznables allá donde los haya, la mayoría de las veces ignorantes y siempre preocupados de embolsarse grandes beneficios mediante sueldos, dietas y comisiones convenientemente actualizadas al alza, incluso en épocas de penuria como la actual para el pueblo que ha de pagarlas.

La primera vez que sufrió Manuel Alcaide un testarazo de sus "señorías" fue cuando habló de la invasión que está sufriendo Canarias. Entonces, los niños y niñas del Parlamento se divirtieron acusándolo de xenófobo y racista; acusaciones que nosotros mismos hemos sufrido en propia carne, perseguidos ora por los perros de la ira canariones, ora por el socialismo político que nos quiere aniquilar. Sin embargo, como la verdad se evidencia por sí misma sin que la imponga nadie, pronto quedó claro que Alcaide fue un precursor de lo que se nos venía encima. Por no hacerle caso a voces como la suya, por tachar de xenófoba y racista nuestra línea editorial e informativa, la invasión, que era real, fue a mayor. El pueblo sabe lo que ha venido ocurriendo con los inmigrantes ilegales. No sólo los que se cuelan por los puertos y aeropuertos, sino los que llegan en pateras y cayucos. Todos ellos han obligado a las autoridades a arbitrar medios para atenderlos, en detrimento de los hijos de los hijos de esta tierra.

Sus señorías reprueban al Diputado del Común por su informe correspondiente al año 2008. No entramos en dicho informe porque lo desconocemos. Sin embargo, nos ponemos del lado de Manuel Alcaide por su trayectoria, por su dignidad personal y por su herencia familiar, pues son sus parientes personas muy dignas. Creemos en él pero no en el Parlamento. El Parlamento es un antro político infecto; no como institución, ya que como institución nos merece mucho respeto, sino por la categoría de quienes ocupan sus escaños. De todas sus "señorías" sólo salvamos a dos o tres. Entre ellas al dignísimo Miguel Cabrera Pérez Camacho, que es el único que no cobra sueldo, ni dietas, ni nada; el único que no esquilma a un pueblo hambriento.

En EL DÍA, lo repetimos, no hemos detectado la menor falta de honradez por parte de Manuel Alcaide. El hecho de que los socialistas pidan su dimisión y los populares lo critiquen duramente se debe a que los políticos buscan descargar las culpas en quienes los censuran por su ignominia. Una estrategia que a la larga se vuelve contra ellos, pues poco a poco se va destapando que los acusados son personas competentes y honradas, mientras que a los acusadores sólo cabe calificarlos de incompetentes. Los ruines siguen siendo ruines por muchas tretas que amañen para ocultar sus felonías. ¿No fueron dignas de reprobación sus señorías cuando desahuciaron a sus vecinos para construirse cómodos despachos? ¿No lo son ahora cuando pierden el tiempo con ese inútil Estatuto, en vez de aprobar una declaración que exija de una vez la independencia de Canarias? ¿No obran contra los intereses de todas las Islas cuando permiten que una sola, la más desangelada de todas, se arrogue el sobrenombre de gran?