CUALQUIER sociedad que busque un horizonte de paz, libertad, bienestar y desarrollo ha de prever encontrar un equilibrio permanente que aúne la tolerancia, el respeto y la ponderación en los asuntos que conciernen a las diferentes normas, principios y valores por los que han de regirse; sobre todo, esto es importante, cuando se trata de establecer los criterios que han de garantizar su continuidad como sociedad; donde, obviamente, se han de incluir aquellos preceptos que garanticen la reproducción, así como la división entre lo femenino y lo masculino, en función de las diferencias biológicas que existen de forma natural entre el hombre y la mujer.

Lo que hasta ahora conformaba una serie de derechos y de obligaciones (género) que se desempeñaban en función de unos determinados roles, y las diferencias biológicas (sexo) que las distintas sociedades habían venido construyendo desde los inicios de los tiempos, y que han servido para, partiendo de esas mismas leyes naturales, organizar la sociedad y las relaciones humanas, la ideología de género pretende en la actualidad distinguir dicha diferencia biológica (hombre y mujer) de las que culturalmente la sociedad ha venido construyendo.

Lo que se pretende mediante dicha ideología no es otra cosa que cambiar las costumbres y la propia cultura; basándose exclusivamente en motivos ideológicos y utilizando para ello la ingeniería social como instrumento experimental de consecuencias aún desconocidas para el conjunto de la sociedad. De esta forma, el progresismo militante actual, anclado aún en el neomarxismo, les conduce inevitablemente a distorsionar una realidad que aún enmarcan en la lucha de clases. Esta ideología, abanderada por las feministas de género, en realidad no pretende mejorar la situación de la mujer, lo que, como es lógico, sería natural y deseable, sino que en realidad lo que pretende es desnaturalizar al ser humano, despojándolo de su condición sexual. En otras palabras, pretende deconstruir a la persona como hombre y mujer; así como todas sus relaciones sociales, incluido el matrimonio y, cómo no, la familia. Es obvio que si se elimina la familia biológica, acabaremos de camino con la necesidad de la represión sexual; de esta forma, si el hombre y la mujer son iguales, éstas no tienen por qué dar a luz.

"Si desconceptuamos a la familia -dicen las feministas-, haciendo hincapié en que se trata de una entidad diabólica donde se esclaviza a la mujer, si conseguimos destruirla, no sólo lograremos nuestra liberalización, sino que habremos acabado con una institución donde se educa a los hijos e hijas para que entiendan y acepten como normal y algo natural el matrimonio y la maternidad". Es evidente que las feministas de género persiguen la libre elección de la reproducción (o sea, el aborto libre), y un cierto "estilo de vida" que no les condicione su libertad sexual, ya sea dentro o fuera del matrimonio.

La perspectiva ideológica de género ha llegado al extremo de manipular el sentido de las palabras, en algunas ocasiones incluso el significado -como, por ejemplo, la palabra matrimonio- para que la sociedad en su conjunto admita como "nuevos derechos" el que las parejas de homosexuales y lesbianas puedan establecer una relación formal, e, incluso, puedan adoptar o concebir hijos a través de la inseminación artificial, o adoptando legalmente los hijos de sus compañeras o compañeros. De esta forma, la sociedad deberá aceptar -y tal y como está de aletargada nuestra sociedad, ésta acepta lo que le echen- el hecho de que el matrimonio, como institución natural, ya no tiene por qué estar formado por una mujer y un varón; para lo que sería necesario romper toda relación con quienes se opongan a ello, como puedan ser la Iglesia, o cualquier otra institución que no acepte lo que ellas proponen.

En España, de hecho, la ideología de género, engendrada dentro del más radical de los feminismos, y los lobbies afines a sus pretensiones han conseguido colocar sus tesis en los ámbitos más representativos de la sociedad; como ha sido el lograr evitar toda referencia a la diferencia de sexo, imponiendo que cada cual pueda escoger su propia identidad personal, independientemente de sus características biológicas u orientación sexual, logrando que admitamos cono normal que cada cual pueda alterar su propia realidad en función de sus propios deseos; o transformando radicalmente todo lo relacionado con el Derecho de Familia, haciendo que las leyes que antes la protegían, y que respetaban el orden y la realidad natural, queden ahora supeditadas a la complacencia emocional, cuando no psicológica y/o sexual de los interesados; y, por último, manipulando la educación de nuestros hijos e hijas, a los cuales se les insiste en que cualquier intento de diferenciar al hombre de la mujer es una pura discriminación, haciéndoles ver que lo realmente importante en cualquier relación es la diversidad afectivo-emocional, obteniéndose como resultado el hecho de que todas las instituciones sociales hayan quedado mermadas, subvirtiéndose el mismo orden social, empezando por las relaciones paterno-filiales y terminando por desautorizar la propia figura de padres y profesores.

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