A BELÉN ALLENDE, diputada del Parlamento de Canarias, le hemos recriminado políticamente que fuese una de las votantes de la reprobación del Diputado del Común. Ahora bien, ¿qué dice en nuestra edición de ayer la señora Allende? Dice, con toda la razón del mundo, que la no admisión a trámite en el Congreso de los Diputados de la Lotraca ha sido un ataque a Canarias. Un ataque a la colonia, añadimos nosotros. "Una vez en Madrid -escribe Belén Allende en su artículo-, cuál no sería nuestra sorpresa al conocer que se había operado tal vez la desconsideración más burda del Parlamento español hacia Canarias por la sinrazón y el desprecio de los partidos centralistas -PP, PSOE-, que votaron contrariamente a su toma en consideración". ¿Alguien esperaba otra actitud de estos partidos al servicio de la colonia?, nos preguntamos nosotros.

También coincidimos plenamente con Belén Allende cuando señala que "efectivamente, se operaba la segunda gran traición a Canarias. Se traicionaron incluso los que salieron de Canarias con el firme, o por lo menos aparente, propósito de apoyarla. Vergüenza para el señor Pérez y los de su Grupo, que tendrán que dar cuenta de sus actos a los ciudadanos canarios". Lamentamos decirle a la señora Allende que en esto último se equivoca. Políticos como Santiago Pérez sólo dan cuenta de cuanto hacen a sus amos peninsulares; de forma concreta, a ese político que tan empecinadamente ha sembrado la discordia en el Archipiélago, llamado Juan Fernando López Aguilar. ¿No comprende la mencionada diputada que la misión de los partidos estatales, cuya sede, además, está en Las Palmas, es mantener este Archipiélago como una ignominiosa colonia?

Y de una diputada autonómica a una nacional. A doña Ana Oramas la han dejado tirada con la Lotraca, después de haberle dado su apoyo a Zapatero gratis et amore. Los españoles han hecho con ella lo que siempre hacen con los indígenas procedentes de tierras distantes y distintas: le han dado una patada en el trasero, la han mandado a su escaño y a llorar al valle. En su caso, le han dicho que vuelva a la colonia a lamentarse.

A la señora Oramas la hemos apreciado siempre por sus valores personales y políticos. Sin embargo, creemos que se ha equivocado como nacionalista al defender la españolidad de Canarias y también a los españoles. La obligación de alguien como ella, elegida para estar donde está bajo las siglas de un partido nacionalista, es defender a Canarias y a los canarios. Una defensa para la que en estos momentos no existe otro camino que el de la soberanía. O el de la independencia, que es lo mismo. Hablemos claro, pues son muchos, muchísimos, los isleños amordazados por el miedo que les infunde la Metrópoli, y no queremos que nos ocurra lo mismo a nosotros.

Doña Ana Oramas ha sido, es y seguirá siendo persona de nuestro afecto. De ahí que a veces la llamemos, cariñosamente, la Niña. Su figura es juvenil y su comportamiento político admirable. Sin embargo, y lo lamentamos si con ello la ofendemos, no compartimos su españolidad. ¿Defender a los españoles a cuenta de qué, doña Ana? ¿Quiere usted que no nos vuelvan a humillar los peninsulares como lo han hecho con el asunto de la Lotraca? Lo tiene muy fácil: basta con que se ponga en pie en su escaño, al igual que su compañero nacionalista en el Congreso de los Diputados José Luis Perestelo, y juntos digan que Canarias ha de ser libre e independiente como muy tarde el 31 de diciembre de 2010, porque así lo establece una declaración de la ONU que en su día firmó España. Diga en las Cortes españolas que Canarias debe ser libre. Dígalo ya, doña Ana. En ese momento les temblarán las piernas a los diputados españoles. Esa misma tarde, o como mucho al día siguiente, convocan un Consejo de Ministros monográfico para tratar este asunto. Y bastará con que ustedes presionen un poco más para que el Gobierno de la Metrópoli nos conceda un amplio estatus de soberanía o autogobierno. Situación que, desde nuestro punto de vista, sólo puede ser transitoria, ya que nosotros, los soberanistas -o los independentistas, pues ya no nos importa decirlo, insistimos en ello- no descansaremos hasta conseguir, siempre por la vía pacífica, que Canarias forme parte del conjunto de los países libres del mundo; un país -se lo hemos dicho muchas veces, doña Ana; escúchenos al menos una- con bandera y asiento en los foros internacionales; un país con habitantes poseedores de una identidad propia en el mundo, en vez del falso gentilicio que poseemos ahora, pues se dice de nosotros que somos españoles por la circunstancia de que así lo establece la Constitución española, pero sin ningún motivo racional. Únicamente hace falta una voz valiente en Madrid, doña Ana. ¿Por qué no ha de ser la suya? La suya o la de Perestelo, ya que del "otro" no decimos nada, considerando que es una persona políticamente muy limitada. O la de Paulino Rivero, siempre que no olvide cuál es su papel en este proceso. Lo decimos porque al igual que usted, doña Ana, y don Ricardo Melchior, parece que ambos los tres se han perdido por los equivocados caminos de la falsa españolidad de Canarias.

La Lotraca no era la solución definitiva para que Canarias deje de ser una colonia; la solución definitiva es la independencia. Sin embargo, intentaba soslayar de forma transitoria la ignominiosa subordinación a los peninsulares. De forma concreta, transfería a Canarias competencias en materia de gestión de puertos y aeropuertos de interés general del Estado, así como en lo relativo a la residencia y trabajo de extranjeros no comunitarios en los términos establecidos en el Estatuto, sin olvidar la gestión de la zona marítimo-terrestre, costas y playas. También incluía el espacio radioeléctrico y telecomunicaciones en el Archipiélago y la prestación de los servicios asistenciales correspondientes a Sanidad Exterior en el ámbito territorial de Canarias, en ambos casos "sin perjuicio de las competencias estatales en relaciones internacionales", el transporte aéreo interinsular, las facultades normativas sobre las especificidades económicas y fiscales de Canarias y, por último, el control fitosanitario y zoosanitario en los puntos de inspección fronteriza. Todo eso se ha quedado en nada por culpa de los partidos estatales.

No queremos concluir este editorial sin destacar, una vez más, los motivos que nos llevan a proclamar que la única salida para Canarias es la soberanía absoluta. Es decir, la independencia. Nos asisten todas las razones del mundo, y las de todos los países del mundo, para ser independientes, porque Canarias es una colonia consecuencia de una vil invasión seguida por asesinatos, venta de esclavos, genocidio y ocupación del territorio. En definitiva, de tropelías cometidas por las huestes de los "católicos" Reyes Católicos. En segundo lugar, nos ampara el motivo de la dignidad e identidad como canarios, que como tales no queremos estar sometidos a otras personas que no son de Dios sino del Diablo. Al igual que un célebre mencey, no estamos dispuestos a doblegarnos ante otros hombres. Como tercer punto para ser independientes sin más dilaciones está la administración de nuestras riquezas, que son inmensas pero no llegan a nuestras manos porque las explotan los españoles. Y, finalmente, debemos ser soberanos para conjurar la amenaza de anexión marroquí. En cualquier momento pasamos a depender no del Estatuto de Canarias (la palabra Estatuto nos pone los pelos de punta), sino de un estatuto que acuerden los gobiernos de Madrid y Rabat para que Canarias sea una provincia marroquí, tal y como sucedió con el Sáhara.

En conclusión: los peninsulares nos han dejado sin el remedio transitorio de la Lotraca. No perdamos el tiempo con nuevas tonterías, y dirijámonos directamente a donde debemos ir; es decir, a la independencia.

Aclaramos y acabamos. Éramos y estábamos autodeterminados, independientes y llegaron las tropas españolas, abundantes de mercenarios, nos "cazaron" como a Kunta Kinte, nos esclavizaron y hoy, para disimular ante el mundo, nos han disfrazado de comunidad autónoma, de españoles, pero seguimos esclavizados, dependiendo de los españoles peninsulares. ¿Quién es el valiente que lo niega? Y para colmo, Europa nos remacha diciendo que somos "subsaharianos" ultraperiféricos. ¿Dónde está nuestra identidad? ¿Dónde está nuestra dignidad? ¿Dónde está nuestra libertad? Mientras, nuestra riqueza la administran y disfrutan los españoles peninsulares. ¡Dios, qué injusticia!