AFIRMO, sinceramente, que escribo con verdadero desagrado este comentario porque no me gusta el tema. ¿Será verdad, como dice mi compañero Andrés Chaves en su columna habitual de este periódico el viernes último, que en este país estamos viviendo en un Estado policial? Desafortunadamente, parece que así es. El colega y querido amigo teme que su persona sea objeto, en cualquier momento, de esa persecución fantasma que la Policía lleva a cabo con personas, significadas o no, que, de pronto, se sienten imputadas por los jueces debido a acusaciones inesperadas como el sonado caso del "Palma Arena", en que los supuestos infractores fueron paseados por Palma de Mallorca, esposados a la manera de peligrosos delincuentes y conducidos a chirona, donde permanecieron 72 horas encerrados, que es el tiempo máximo que permite la ley en estos casos, y luego absueltos con fianzas simbólicas. Se da el caso de que estos detenidos por nada y vejados por las autoridades responsables son del PP. Y es el mismo sindicato mayoritario de la Policía el que ha afirmado que el "paseo" con esposas, no de carne y hueso sino de las que se ponen en las muñecas de la gente, "no tiene precedentes y que hubo en la detención una exageración innecesaria".

Al verdadero asedio policial que -relata Andrés Chaves- sufrió un periodista amigo del alcalde de Santa Cruz, Miguel Zerolo, un servidor puede añadir un desagradable episodio semejante, que toca de cerca a este periodista ya que los sufridores del caso fueron su hija y una persona, amiga de la familia, que la acompañaba en el trance. Salían ambos en el coche de mi hija del hospital de La Candelaria, al que habían llevado a mi mujer para una consulta dermatológica, cuando un guardia civil, joven él, de la dotación que acompañaba a un grupo de personas al parecer procedente de un establecimiento carcelario, hizo señas, improcedentemente, con un dedo, para que el hombre saliera del coche y fuera a dar con él. Cuando le tuvo cerca preguntó, de la misma forma poco ortodoxa, a la persona si estaba "fumando un porro" y, como el hombre le contestó que se trataba de un cigarrillo de tabaco, le dijo el joven guardia que "parecía un porro" y lo sometió a un interrogatorio.

Tengo entendido que en el caso de que se tratara de un producto de estupefacientes no comete delito o falta quien lo fuma, sino quien trafica con el mismo. Eso, por un lado. Y, por otro, parece extraño que un agente de seguridad que va en misión de custodia o vigilancia como la que digo ejerza, de pronto, como perseguidor de narcotraficantes. He de aclarar que un guardia civil mayor, que acompañaba al incorrecto y poco educado que promovió la discusión entablada entre el agente joven los ocupantes del coche de mi hija trató de mediar y aflojar las ínfulas juveniles amenazantes de su compañero, quien trataba a sus interlocutores como si fueran delincuentes confesos. Mi hija acudió a poner el caso en conocimiento de la Guardia Civil a la Casa-Cuartel de Santa Cruz, y allí le informaron que fuera a denunciar el caso al juzgado, cosa que cumplió.

Este periodista, que ha tenido una vinculación especial con la Benemérita desde que, en los años sesenta, tuvo a su cargo la Sección de Sucesos de este periódico y se honró con la amistad y el afecto del entonces teniente coronel-jefe de la Comandancia, don Camilo Pajuelo Arteaga, y hasta colaboró con él informativamente, desde antes, y más, desde entonces, ha considerado siempre y jamás ha regateado elogios a la Benemérita, porque los merece. En mi larga vida profesional, como persona mayor y más conocedora de la vida, alguna vez he discutido, siempre educadamente, con miembros de la Guardia Civil, pero por el camino del consejo que combino con el estímulo a su trabajo y a su misión. Por eso me desagrada tener que decir lo que digo. Y, sinceramente, lo hago para que ningún jovencillo forofo dé la mala nota, que perjudica más al honorable Cuerpo al que pertenece que a su persona.