PREMIO Canarias de Literatura, D. Rafael Arozarena Doblado (1923-2009) queda como persona querida y muy significada del país, como académico del siglo XXI, poeta y novelista perteneciente a la generación canaria del Bajamar de la postguerra. Sus primeros contactos literarios se producen con escritores de la generación anterior, como D. Víctor Zurita o D. Víctor Galtier, pero al integrarse en un grupo fetasiano -formado por escritores de las islas de los años 60 y 70 (denominada la Generación del 70)- sus posturas se radicalizan.

Estamos hablando de una filosofía existencial, filosofía vital o religión sin sacralizar, aunque la idea en torno a la cual parece gravitar la inquietud de los fetasianos es en el intento de captación de la realidad en su más intacta pureza o virginidad. La tentativa de suicidio de María de Femés -pieza central de su novela "Mararía", una mujer conocida y sin suerte en la vida, que levanta pasiones entre los hombres de su pueblo, por su belleza e inteligencia y por el contrario es odiada por las mujeres- es un acto fetasiano. Cuando a él mismo le preguntaron ¿qué es ser fetasiano? respondió: "Pues no lo sé y el día que lo sepa dejo de ser fetasiano. Su base está en los pitagóricos, los presocráticos y sobre todo en el existencialismo. Un existencialismo diferente al de Sartre y Kierkegaard, en el que vemos el marco como una salida" y esto mismo es lo que a veces les sucede a los sabios: que quieren ver más allá de los límites y salidas con lo que seguramente, no lo dudo, "resulta que todo el mundo es fetasiano sin saberlo". El grupo, además, lo integran o integraban entre otros: D. Isaac de Vega, D. Antonio Bermejo, D. Francisco Pimentel, D. Juan Antonio Padrón.

Por ejemplo, sobre el choque de civilizaciones opinó: "Existe una lucha entre la materia y el espíritu. El mundo occidental está rendido al materialismo puro, pensando en la fuerza, el poder y el dinero. Y, en contraste, está el mundo oriental, que soporta la pobreza. Ante toda la barbarie que se está desarrollando en Occidente hay que ser una persona sensible a los problemas del mundo. En "Los ciegos de la media luna" -obra poética ambientada en Fez (Marruecos)- sitúo la pobreza por encima de la riqueza".

Sobre Canarias: "Hay un aislamiento físico, pero no espiritual. Siempre tendremos la esperanza del horizonte. Quien no tiene horizonte se siente estrangulado. El mar siempre ha sido un camino para la fantasía. Nuestra vida está relacionada con el mar; si no, seríamos otra cosa. El mar es una puerta para salir y para entrar. Hay que estar agradecido a ser isleño porque nos da una visión peculiar del mundo".

En especial poeta, su novela mencionada, "Mararía", está considerada como una obra clásica de la literatura canaria y su aparición se interpretó como uno de los más evidentes síntomas de lo que se hizo llamar el "boom" de la narrativa canaria. Fue llevada, y no a su completo gusto, al cine en 1998 por el director D. Antonio José Betancor, con la actriz canaria Dña. Goya Toledo y música del cantautor tinerfeño D. Pedro Guerra. Todo un lujo, fruto de una estancia del autor en el lanzaroteño pueblo de Femés como empleado de la Compañía Telefónica y en el título funde el nombre del personaje central, María, y el del genio del deseo, Mara, de las mitologías orientales, que autodestruye (como los volcanes de Lanzarote) su belleza a través del fuego para luego purificarse.

Sus primeros relatos aparecen a principios de la década del 40 en la revista Arco. En los años 50 parece acentuarse su dedicación al género narrativo con sus colaboraciones en las páginas literarias del diario tinerfeño La Tarde y en el suplemento literario Gaceta Semanal de las Artes. Ha publicado también narraciones en las antologías "Aislada órbita" y "Cuentos canarios contemporáneos", así como en las revistas literarias Fablas y Liminar.

Sus obras más importantes como poeta: "Romancero Canario", escrita en 1946; "A la sombra de los cuervos", en 1947; "Altos crecen los cardos", en 1959; "Aprisa cantan los gallos", en 1964; "El ómnibus pintado con cerezas", en 1971; "Silbato de tinta amarilla", en 1977; y "Desfile otoñal de los obispos licenciosos", en 1985.

"Cerveza de grano rojo" es la que, bajo su punto de vista, es su mejor novela.