1.- He comenzado a ingerir, otra vez, los polvos de Meléndez. Es decir, convencido de que con ellos me siento mejor, he optado por consumir de nuevo la glicina y el ácido aspártico, contento además porque el profesor, buen amigo mío, le ha ganado por goleada los pleitos a la Administración Canaria. Mas, oh sorpresa, compruebo que ya los polvos no los venden Meléndez y su Instituto sino una empresa de Barcelona, que los pone en tiendas de medicina alternativa, precintados e higienizados al máximo. Así que he comenzado de nuevo con la milagrosa polvacera que un día me dejó con 14 kilos menos, sin dolores y con una vitalidad envidiable. Pues, aunque ustedes no lo crean, a los tres días de consumir los polvoretes me encuentro mucho mejor, ha desaparecido un dolor en la rodilla izquierda y me ha bajado a modo el azúcar, que tenía en 1.84 y ahora está en 1.20. Varios médicos y farmacéuticos con los que he consultado me han dado el naviser, aunque no me hacía falta porque yo conozco a Meléndez y sé de su seriedad y de su formación científica.

2.- Vuelvo, pues, a los aminoácidos esenciales, a los nutrientes y a toda la parafernalia complementaria de la alimentación, tengo menos ganas de engullir carne de cochino y otros ricos manjares, igualmente dañinos, porque a mí del cochino me gusta hasta la conversa, y me dan ganas de bailar claqué, cosa que no intento velando por la seguridad del pavimento. Meléndez es un crack, pero no sé si volverá a su Instituto o se quedará con las ganancias anteriores, que deben de ser pingües; y me alegro, porque la polvareda la consumió todo bicho viviente, a cincuenta pavos el frasco (ahora está en 60).

3.- Y es que a medida en que me mando las raciones me están empezando a cargar los gordos, quizá porque ningún camello se ve su joroba, quizá porque es tal el entusiasmo juvenil que me embarga, a los 62 cumplidos, que me voy a convertir en el exegeta del profesor. Con los condenados polvos me levanto más optimista, hago los programas de radio más relajado y soy más feliz, a pesar de la falta de perras. No sé dónde colocar a este hombre, a Enrique Meléndez, por habérsele ocurrido, después de sesudas investigaciones, sacar a la superficie del globo los olvidados aspártico y glicina, milagrosos. Los polvos de Meléndez, como la clase popular ha bautizado a estos nutrientes, han regresado y ahora estoy a la espera de que el profesor me diga si él va a seguir con el asunto o va a dejar que otras empresas capitalicen su éxito. Claro que los aminoácidos no son exclusivos de nadie. Sino del consumidor.