UNA SOLA vez estreché su mano y fue suficiente para venerarlo. Hablo del general Sabino Fernández Campo, Conde de Latores, Grande de España, secretario general de la Casa del Rey entre 1977 y 1990, año en que pasa a ocupar la Jefatura de esta Institución hasta su cese en enero de 1993, año en el que el Monarca lo nombra consejero privado vitalicio. Un ovetense que se caracterizó por su discreción y lealtad, por su inteligencia y prudencia, por su fidelidad al Rey y por la defensa de la libertad, y a quien se le atribuye una de las frases más significativas de la historia reciente de España: "Ni está, ni se le espera".

El militar respondía así al general Jorge Yuste, jefe de la División Acorazada Brunete cuando éste le pregunta por teléfono si el general Armada había llegado ya a la Zarzuela. Guiado por la intuición y haciendo valer su carácter, hizo ver con sus palabras que Armada mentía a los conspiradores al asegurar tener el beneplácito de la Corona al golpe de Estado. Esta oposición de don Sabino sirvió como respaldo a los mandos de la Brunete que pedían el regreso de los acorazados que marchaban a Madrid. Se evitó así que otras Capitanías militares, además de la de Valencia, se sumaran a la acción golpista. Poco más tarde, el Rey, capitán general de los Ejércitos, con majestad y firmeza, se dirigía a través de la televisión a los españoles, disipando dudas, llamando a la unidad y ordenando a los sublevados el regreso a los cuarteles. Fueron unas horas inciertas e inquietantes que hicieron tambalear los cimientos de la democracia y la libertad. Unas horas en las que la presencia de este general con talla de hombre de Estado, al lado del Rey y cerrando puertas a las malas intenciones, fue decisiva para evitar el ruido de sables, el triunfo del golpe, la posible instauración de una dictadura y la caída del orden constitucional.

Su consejo permanente, certero, siempre estuvo pronto para ayudar al Monarca, siendo un modelo de discreción pese a saber tanto. Su entrega al Rey, su admiración por la Reina, su afecto por el Príncipe y su cariño por las Infantas, puestos de manifiesto hasta el final de sus días, han servido para consolidar la Corona y para elevar el prestigio de la Institución. Personaje clave en la transición política, pasará a la historia como figura esencial del paso del franquismo a la democracia. Por ello España siempre estará en deuda con don Sabino, con ese caballero ponderado que emanaba dignidad, la dignidad de un hombre cabal, la que sale de dentro y que no es impostada; una dignidad que es referencia de altura moral y de rectitud.

Su voz era tranquila y pausada, sus gestos breves y equilibrados, transmitiendo en cada momento el valor de la discreción, la eficacia y la prudencia. Hasta sus silencios eran elocuentes, por lo que Fernández Campo es, además, un referente para el mundo del protocolo y para esta hornada de servidores públicos que cada día hacen menos gala de equilibrio y mesura, valores que no están en alza entre muchos de nuestros dirigentes. Fue decisivo en la introducción de los usos y costumbres de La Zarzuela, evitó a los cortesanos las sinuosidades, las vilezas, granjeándose afectos sinceros y el "real aprecio" del Monarca, que le reconoce los servicios eminentes prestados al país en tiempos de incertidumbre, su extrema educación y estar siempre a su lado, otorgándole la merced del título de conde de Latores con Grandeza de España.

Al morir don Sabino Fernández Campo y ahondar en su biografía, escuchar y leer lo que personas de bien relatan sobre su magisterio y discurso, no me cabe la menor duda de que en España hemos perdido a una de las mentes más preclaras de los últimos tiempos, una figura necesaria en unos momentos en que el encanallamiento de la política está más acentuado que nunca, abundando perdonavidas, allegados, aventureros, cantamañanas, envidiosos, prevaricadores, irreverentes, asaltadores de caminos? frente a contados ejemplos de honradez, discreción, elegancia de maneras, trabajo y entrega.

He sentido su muerte y espero que no mancillen su nombre y su ejemplo, sacando a colación frases que nunca pronunció, intrigas palaciegas que nunca existieron y episodios que con su rector proceder prefirió envolver con el papel del silencio, un silencio que para el profesional del protocolo siempre es más valioso que la palabra.

* Titulada Universitaria en

Relaciones Institucionales y Protocolo