Al margen de los dramas individuales, que los habrá y serán muchos, no me parece mala idea que el Gobierno de Canarias despida a un 11 por ciento de los trabajadores contratados en fundaciones y empresas públicas. Algo así como 270 personas. Una tragedia personal para quien le toque, insisto en ello, pero un beneficio para la sociedad en su conjunto.

El trabajador español no confía en la iniciativa privada. Más aún: detesta la empresa privada. Y eso que no son las empresas privadas existentes por ahí fuera, donde quien no rinde se va a la calle ipso facto, sino las españolas, en las que figura hasta en los convenios la media hora del desayuno. De vergüenza. Bien es verdad que en las empresas privadas existentes por ahí fuera también se paga más, se asciende por méritos distintos a la habilidad lingüística para lamer los traseros adecuados y, por añadidura, se valora al profesional por su preparación antes que por sus apellidos. Teñirse el pelo, verbigracia, no supone ningún mérito; como tampoco lo es hablar con la autosuficiencia de un plenipotenciario. Sobre todo si lo que se dice procede de la escueta cultura del teletipo. Esas personas, ténganlo todos ustedes por seguro, no llegarían ni a dirigir un misérrimo puesto de perritos calientes en los países seriamente competitivos.

Consciente de su escasa preparación y, lo que es todavía peor, de su proclividad por la holgazanería bien pagada, el español medio contrarresta su aversión al mundo laboral privado con un desmedido afán por los empleos públicos. Dicho sea con todos los respetos para los funcionarios, pues ellos son la columna vertebral de cualquier país. Si el imperio romano se prolongó todo lo que se prolongó, a pesar de las locuras de algunos de sus desquiciados emperadores, fue gracias a la silenciosa labor de los funcionarios. Por lo tanto, funcionarios sí; pero los necesarios. Los demás sobran, fundamentalmente porque detraen recursos públicos necesarios para generar empleo en otros ámbitos. La Administración del Estado, las 17 autonómicas, las insulares y las locales deben crear las condiciones para que las empresas privadas puedan funcionar con rentabilidad y contratar a trabajadores. Mal asunto, en cambio, si se dedican a suplir a los empresarios; es decir, a competir directamente con ellos en condiciones desleales, pues lo hacen utilizando los impuestos que pagan esos mismos empresarios.

Día sí, día también, se habla de la crisis y de lo que vamos a tardar en salir o en no salir de ella. Ya hay datos fehacientes. Después de cuatro trimestres seguidos a la baja, la economía norteamericana ha experimentado un aumento interanual del 3,5 por ciento en el tercer trimestre de 2009. La realidad española es otra. En ese mismo tercer trimestre de este año, nuestra economía cayó cuatro décimas con respecto a los tres meses anteriores, lo cual supone un descenso anual del 4,1 por ciento. Parece que no basta con ser recibido por Obama en la Casa Blanca. Convendría copiar también lo que hacen los gringos.

Unos gringos, sobra decirlo porque se ha repetido muchas veces, cuya Administración no compite con los empresarios que la mantienen, y que sólo contrata a los empleados públicos que se puede permitir. Y cuando no tiene dinero para pagarles el salario, los envía a su casa de vacaciones.