MUY A MENUDO me acuerdo de él, aunque antes lo hacía con más intensidad y frecuencia. Pero el discurrir del tiempo, la lejanía de la Península respecto a nuestra tierra, las amistades, compromisos y familia hacen que aquel recuerdo si bien sigue permanente y nada ha perdido con el paso de los decenios, venga menos frecuentemente a nuestra mente. Mi buen amigo Félix. Aunque lo conocía de siempre como dependiente joven en la joyería de su padre en la plaza de la Constitución, nos pasaba lo que a los jóvenes de aquellos años, en los que todos nos conocíamos más o menos. Sabíamos quiénes éramos cada uno, aunque no hubiese en realidad amistad, que empezó ya en los años 40 cuando comenzamos a tener novia, esa novia que algunos hemos tenido como única y con la que seguimos más de 60 anos después y mientras el Señor lo crea conveniente y oportuno.

En el año 45 comenzaron en el verano mis venidas a Canarias para hacer los dos cursos de Milicia Universitaria, donde volví a coincidir de manera entrañable con mi amigo Félix y con otro alumno como él de Aparejadores, Enrique González Bethencourt, que con el tiempo sería el fundador de la rondalla Ni Fú ni Fá que con Los Sabandeños siguen medio siglo después manteniendo el espíritu canario, con sus costumbres y canciones. Con Enrique y Félix formamos una especie de trío que nos encargamos de la edición de una publicación titulada "Rollos y Metrallas", que nos permitía una cierta libertad adicional, pues algunas tardes teníamos que bajar desde Hoya Fría a la imprenta a revisar la edición del ejemplar correspondiente. No sé qué habrá sido de aquella publicación, sobre la que habré de contarles algo algún día, con la ayuda, espero, del coronel retirado Juan Arencibia, pozo de ciencia de cuanto se relaciona con la vida militar de Canarias y de España en general y creador del Museo de Almeida. Durante los fines de semana que la milicia nos permitía pasar en casa, aumentó mi amistad con Félix porque así como yo tenía novia, él la tuvo también en una primera echada con nuestra amiga Mercedes, recientemente fallecida en Las Palmas, donde se había ido a vivir con su esposo lagunero, también fallecido un año antes que ella. Pero en aquellos años pasamos juntos días felices con los bailes de fin de semana en el Club Náutico amenizados por la Orquesta René, a la que el amigo Ricardo Keating, con aquella gracia y estilo inglés, que sin duda heredó de su padre, bautizó como Orquesta René Ellington en parodia del entonces famosísimo Duke Ellington, que con Louis Armstrong fueron los grandes divos del jazz de entonces, sin olvidar al trío Los Huaracheros, con los que años después compartí pensión el último año de mi estancia en Madrid como estudiante, en la pensión de dona Isidora en la calle Madera Baja, nº 3.

Félix, aparte de terminar su carrera de aparejador y compartir sus ratos libres con su presencia en la joyería de su padre, tenía la ilusión de ser ayudante de Obras Públicas, ya que dos de sus hermanas mayores que él estaban casadas con dos peninsulares que lo eran y desempeñaban su trabajo en las islas. Así que en el verano del 48 iba todos los días por su casa de la calle Candelaria a repasar juntos algunos de los temas de matemáticas de que constaba la Oposición a la que habría de someterse si quería ser, como el marido de su hermana Mercedes, ayudante en la Junta de Obras del Puerto de Santa Cruz de Tenerife, por aquellos años bajo la dirección del tan recordado por todos don Miguel Pintor. A finales del verano decidió justamente mi amigo que la mejor forma de preparar la oposición era en una academia en Madrid destinada a esos menesteres y aquel verano nos volvimos juntos a la Península no en uno de los buques habituales, sino en uno de la línea Pinillos que hacía escala en Alicante en lugar de en Cádiz como los habituales de la Transmediterránea, viaje del que guardo no muy buen grato recuerdo ya que por su pequeñez en comparación con el "Villa de Madrid "o el "Ciudad de Sevilla" comúnmente utilizados, aquello se movía que era una delicia, con lo que me pasé la mayoría del viaje en la litera lamentándome de la nefasta elección, mientras Félix andaba por cubierta tan campante. Fue la última vez que volví de Santa Cruz a la Península en barco, porque todas las posteriores lo han sido en avión, eso sí, de todos los tipos.

Félix no llegó a ingresar aquel año en la Escuela de Ayudantes de Obras Públicas y abandonó el proyecto y con el tiempo rompió con su primera novia para acabar casándose con una de las bellezas de Santa Cruz como era y sigue siendo América y se estableció por su cuenta en una joyería en la calle Juan Padrón, que pasó a ser mi lugar predilecto de visita diaria cuando, ya casado, volvía por los veranos o Navidad a Santa Cruz, sitio de tertulia que compartía con la visita a la Óptica Rieu de la calle del Castillo, donde Raimundo terminó casándose con otra belleza local como era y es Rusela, lugar que sigo frecuentando cuando voy por Santa Cruz. Posteriormente vi poco a Félix, ya que mis idas a la isla en verano se concentraban en Bajamar, donde lo pasábamos muy bien con la familia de mi mujer. Ya viviendo en Madrid y por los años 70, vino Félix por allí un par de veces a cuestiones de su joyería y siempre lo acompañé a las visitas que hacía, si bien fue especialmente interesante la que hizo con motivo de la celebración de las bodas de oro de nuestra promoción de Milicias Universitarias, allá por el año 71, que él se encargó de organizar y que celebramos en Los Rodeos con visitas al capitán general de entonces, con entrega de placa de plata conmemorativa y cena colectiva de los asistentes a los actos, cena presidida por dicho capitán general en la Residencia Militar al lado del Club Náutico y a la que asistieron también el entonces gobernador militar general Prada Canillas, que había presidido los actos de Los Rodeos, y el general Ibáñez Kábana. Tenía Félix el proyecto de terminar los actos con una visita al caudillo en Madrid, pero esta visita no llegó a materializarse, ignoro por qué motivos.

Aún tuve ocasión de verle el año 76 en que celebramos en el Horel Mencey nuestras bodas de plata matrimoniales y a la que asistió él con mis parientes y amigos y en la que la familia Cabrera estuvo altamente representada por mi tía Bernarda. Si ahora paso revista a los asistentes a aquel acto casi se puede decir que somos minoría los que quedamos de tantos como se los ha llevado ya el Señor y entre los que más echo de menos está sin duda mi amigo Félix, del que un mal día me enteré había fallecido repentinamente, al que siempre saludaba con el "Felisián Felisiú, centralisán, centralisiú", y cuyo recuerdo no deja de emocionarme siempre que me viene a la memoria.. Mi querido e inolvidable Félix.