1.- La presidenta del Consejo de la Juventud de Extremadura, Laura Garrido, quiere enseñar a masturbarse no sólo a los jóvenes de su comunidad autónoma, sino también a los viejos. Como si los viejos no supiéramos. Y para ello, sin cortarse un pelo, ha organizado unos cursos que la izquierda siempre llama "talleres". Yo creo que los socialistas han perdido totalmente el rumbo, aunque no deje de reconocer que la idea tiene su asuntillo. Pero la masturbación es un acto íntimo que difícilmente necesita de regulación. Gregorio Peces-Barba, ex presidente del Congreso, catedrático y ex rector de Universidad, dijo una vez, y yo estoy de acuerdo, que "hay pajas que se recuerdan como novias". Pero se trata de unas novias silenciosas, que contrastan con los alardes de doña Laura Garrido, que en vez de Laura tendría que llamarse Manuela por razones obvias. En fin, que los seminarios para aprender a pelársela o reciclar la cosa van a comenzar más pronto que tarde y que monitores y monitoras la emprenderán a cachetones con los miembros (y miembras) viriles y menos viriles de los ciudadanos de la comunidad extremeña. Se nota que allí ya no está Rodríguez Ibarra, que era un hombre serio y que no creo fuera a tolerar tamaños excesos. Se pone de moda, pues, el grito extremeño, gracia a doña Laura -que no tiene nada que ver con la doña que hace postres y los vende en bares-, ni con lady Laura, la señora madre de Roberto Carlos. El asunto pajillero de Extremadura contará, sin duda, con la bendición de las progres del PSOE, entre ellas Bibiana Aído y Leire Pajín (y lo de pajín no va con segundas ni con terceras). El país muriéndose de hambre y el PSOE regulando las pajas propias y ajenas. Otra forma de distraer al personal, de excitar a los jovenzuelos porrientos (como si ya no lo estuvieran lo suficiente) y de alegrar al jubileta, a paja limpia, escapado de la parienta y colado de matute (mientras utiliza la coartada de comprar el pan) en uno de los centros de doña Laura.

2.- Y es que los sociatas no saben qué hacer en cuanto cogen cuatro perras. Se las gastan organizando las cosas más pintorescas. Si se ponen a ver, todo va dirigido al voto. A más pajas, más votos. Ya en 1992, cuando era ministra de La Cosa Matilde Fernández se le negó una subvención a las víctimas del terrorismo, pero no a una revista -se llamaba "La Boletina"- dedicada al pajerío femenino. Para doña Laura, el pajerío es una práctica saludable -en eso estoy de acuerdo- que necesita de recordatorios. Se quejaban de que Rita Martín, nuestra consejera de Turismo, enviara voluntarios a Islandia y al continente europeo para promocionar el turismo, una crítica injusta; y en Extremadura hay quien censura que una legión de voluntarios y de voluntarias se ocupen, en el "taller" de doña Laura, a reparar los viejos tubos de escape de los jubiletas y el almejillerío de las jóvenes y puretas del lugar. Puestos a ver, se trata de una labor social inconmensurable, que sin embargo ha encontrado no poca crítica en los sectores más conservadores locales. Yo ando con el corazón partido, pues soy, por una parte, de los que creen que la paja ennoblece y refuerza la musculatura del antebrazo; y, por otra, no puedo negar mis orígenes conservadores y religiosos. No en vano los curas nos decían que esas prácticas reblandecían la espina dorsal, mentira cochina porque si fuera cierta la opinión del clero secular un servidor andaría más petudo que aquel señor corcovado de Aparejadores que iba con la novia a todas partes y del que da fe en sus comentarios coloquiales un dilecto amigo mío, cuyo nombre no viene al caso.

3.- Si les digo la verdad, ahora que estamos en domingo y que las cosas se ven como más distendidas, en Extremadura se ha puesto una pica en Flandes. Todo el mundo buscará esos talleres como agua de mayo. Será obligatoria, en el exterior de ellos, una placa que diga: "Servicio Oficial de Reparación de Jubiletas". Y se les verá entrar, en cola, desafiando la gravedad, y posteriormente salir con una mueca de satisfacción mal disimulada, agarrar la bolsa del pan que estará depositada en unas taquillas, ajustarse el chándal y dirigirse, dando saltitos de alegría, a sus domicilios, donde les espera la parienta, que tiene el turno de tarde en Ca Laura. Yo iría a esos cursos, pero con la condición de que no me pongan de monitora a Teresa Fernández de la Vega. Para eso prefiero estar solo, como han estado hasta ahora los llaneros solitarios, hasta que les abrieron el burdel que ahora quiere cerrar -por escandaloso- mi buen amigo el alcalde.

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