Con el calor no se juega

No tengo una idea, ni siquiera aproximada, de si llegarán a estar de acuerdo con el motivo de estas líneas. Pero, a pesar de estas dudas, no quiero dejar de plantear una protesta que hace tiempo tengo en mente.

En esta tierra donde la climatología es tan generosa, hay cada día un mayor número de personas que, por fas o por nefás, se quejan de todo en relación con las diferentes variaciones de la temperatura, más ampliamente con el denominado cambio climático y, por ende, con sus consecuencias.

Recuerdo desde pequeño que siempre eso nos diferenciaba de los peninsulares. Teníamos un clima envidiable y si algún pero tenía era su poca variación. Esto nos permitía construir las casas sin tener que acordarnos de los radiadores, de la calefacción, de la caldera en el sótano y del portero que pusiese en marcha todo el sistema, para nuestra comodidad.

De la misma manera vivíamos sin nevera, ayudados exclusivamente por la piedra de la destiladera, el bernegal y el elegante culantrillo. Los más exigentes compraban hielo en la fábrica, que estaba en Santa Cruz de Tenerife, un poco más arriba de la Cruz del Señor, no sé exactamente si en Ballester, pero sí recuerdo que al fondo de una calle donde en varias ocasiones tuve que visitar como médico a "la píldora".

Llegaron las neveras, en buena hora, y nuestra vida comenzó a ser más confortable. Pero no es suficiente. Es fundamental instalar el correspondiente aparato de aire acondicionado. Sin él es imposible conciliar el sueño, especialmente los niños, pero lo mismo les ocurre a sus padres, y a sus abuelos, que no sabemos cómo se las arreglaban antes, con colchones de lana, de clin, o crin, o de fajina. Las oficinas, que se construyen sistemáticamente sin ventilación-iluminación exterior, necesitan todo el santo día las luces y el aire conectados. Los comercios, los bares, las agencias de viajes, las relojerías y los estancos, y todo establecimiento que quiera acoger a sus parroquianos con una sonrisa consideran imprescindibles estas instalaciones.

Es posible que un proyecto para la construcción de un edificio pueda ser rechazado incluso por falta de estética. Pero una vez construido se le pueden colgar en la fachada, en los balcones o donde venga en gana a cada propietario, el número de aparatos de refrescar que al mismo le parezcan oportunos.

Tal vez me puedan decir que esto no es así, que hay que pedir permiso y es la autoridad municipal la que concede o veta el proyecto. Sinceramente, no me lo creo, más que nada porque, aunque la tal autoridad haya demostrado no tener un sentido exquisito de la estética, no es posible que autorice tanta chapuza. Lo que permite suponer que aquellos que tienen que inspeccionar o vigilar este asunto sería ideal que visitasen a su oftalmólogo favorito, o bien que dejasen de mirar para otro lado.

Sin embargo, lo realmente indignante es que si usted va caminando tranquilamente por la acera tenga que ir aguantando los chorros de aire caliente que, sin protección alguna, lanzan constantemente sobre los peatones, como si eso fuese algo inevitable. Supongo que si todo esto está reglamentado no pueden estar autorizados esos a modo de cálidos resoplidos, que en ocasiones ladean a más de uno el bisoñé.

Y a todas estas sin decir nada del agua de condensación que alegremente destilan.

José Luis Martín Meyerhans

Más sobre el 18 de julio en Santa Cruz

¡Así se escribe la Historia! Ayer todos éramos falangistas, camisa vieja; hoy somos demócratas de toda la vida. A mi avanzada edad nada me puede sorprender por estar curado de espantos, pero también tengo mi memoria, aunque no sea la "histórica", esa que ha venido para hurgar en heridas de nuestra Guerra Civil, ya cicatrizadas y olvidadas por casi todos los españoles.

Mi memoria me hace recordar los primeros días que siguieron al 18 de julio del 36 en Santa Cruz; el gran entusiasmo, fervor y patriotismo que se sentía por todas partes, asumiendo con agrado el llamado golpe de Estado dado por Franco contra el gobierno del Frente Popular. El comercio de "Mariquita la Mora", en la Rambla de Pulido, muy cerca a la plaza de la Paz, acabó con todas sus existencias de telas azules para confeccionar tantas camisas como aparecieron. Antes, al proclamarse la segunda República, esta misma tienda hizo su agosto vendiendo lacitos tricolores, que portaban pequeños óvalos con las efigies de los capitanes Fermín Galán y García Hernández. Lo mismo ocurría con un guarnicionero cuyo taller estaba en las cercanías de la plaza de Weyler; no daba abasto a fabricar tantos correajes para complementar la nueva vestimenta que todo el mundo lucía.

Casi todos los niños nos hicimos "balillas", "flechas" y luego éramos del Frente de Juventudes. Teníamos nuestro local en un solar cerrado cuya entrada daba al callejón del general Morales, más conocido como el "callejón de las Amarguras". Daba gusto ver niños como éramos aprendiendo la instrucción militar y con qué marcialidad salíamos uniformados formando centurias todos los domingos para acudir a misa de once a la iglesia de San Francisco. Las niñas y señoritas también se hicieron de Falange, animadas por las hijas del teniente coronel de Infantería Pérez Andreu; prestaron sus servicios en los Talleres Patrióticos haciendo prendas para los soldados canarios que ya estaban luchando en la Península.

No digo nada cuando nos enterábamos de que el Alcázar de Toledo había sido liberado o Málaga conquistada por las tropas nacionales. ¡Qué júbilo! ¡Qué alegría! Todo el mundo a la calle a festejarlo, y qué manifestaciones organizaba otro teniente coronel de Ingenieros apellidado Martínez. Tanto era el entusiasmo que ponía en estos actos que al final le llamaban "Se acabó la guerra". Todos los balcones y ventanas lucían colgaduras y la nueva bandera nacional.

La vida en Santa Cruz transcurría tranquila, pendiente de los partes de guerra. Recuerdo la corrida de toros que organizó la Comandancia Militar de Marina, siendo su comandante el capitán de navío Aurelio Arriaga, para honrar a las víctimas del crucero "Baleares", hundido por navíos republicanos. Desinteresadamente, para este festejo se ofrecieron Zacarías Lecumberri, armador y capitán del buque "Teresa", que los trajo a Santa Cruz, y además estoqueó un novillo Juan Belmonte, que rejoneó el marqués de Pitman y el aristócrata ovetense Julián Cañedo, que lidiaron sus correspondientes novillos, saliendo muy airosos del arte de Cúchares. Con ellos venía la famosa cantadora Custodia Romero, la "Venus de Bronce", con un plantel de flamencos que actuaron por la noche en el cine Reina Victoria.

Para terminar citaré con mucho cariño a mi querida y llorada amiga Luisa Estany. La veo llena de esplendor aquella noche que en el teatro Guimerá se puso en escena la ópera "Marina"; qué bella voz la suya, llena de matices. El teatro se vino abajo y no cesaban los aplausos cuando el telón dio fin a la representación. El tenor que la acompañaba era catalán, Luis Vives, y también tenía su papel la que, con el tiempo, sería la voz de Canarias, María Mérida.

Baltasar P. Bes

La importancia de lo importante

Para una familia (padres e hijos, hombre y mujer), ¿qué es más importante: el bienestar con comodidad en que no falte la alimentación y las cosas necesarias para vivir o las fiestas y los saraos?

Esto lo deben de estudiar los Ayuntamientos ante la situación de las familias que en su mayoría lo están pasando muy mal por el enorme paro que acosa a la población.

Yo les ruego a los señores alcaldes de nuestra provincia que, por favor, piensen más humanamente en el pueblo y se dejen de promocionarse políticamente, con gastos inmensos en fiestas, principalmente en el Carnaval. Como ha sido el caso del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, que en el año 2008, con su Sociedad de Desarrollo, tiró cientos de millones en eventos que más que beneficio fue un caos para las arcas municipales.

Por otro lado, pienso que una familia (y son miles) no estará muy dispuesta a participar en jolgorios con el estómago vacío. Aunque en la viña del Señor hay de todo.

De todas formas, ese derroche de dinero lo deberían de encauzar en ayudas para crear empleos y matar el hambre de muchísimas personas que lo padecen.

Dejen el Carnaval para el pueblo, que es sabio y sabe hasta dónde puede llegar, y no fuercen con donaciones que, al fin y al cabo, no conducen sino a gastos innecesarios. Pues aún hay sábanas en los hogares que, como antaño, sirvieron de disfraz y diversión.

Juan de la Rosa González