DE NO SER por el cambio de signo político en las comunidades autónomas de Galicia y el País Vasco tras las elecciones del 1 de marzo, habría sido ciertamente difícil señalar algunas noticias como las mejores del año que acabamos de dejar atrás. En efecto, el regreso del Partido Popular al Gobierno gallego devolvió la lógica de la voluntad popular a aquella región, en la que el PP pasó a la oposición porque le faltó un solo escaño para lograr la mayoría parlamentaria absoluta, y fue víctima de la coalición de perdedores socialistas y de izquierda separatista, el más votado de los cuales se había quedado a una veintena de puntos de distancia de los populares.

Caso diferente fue la llegada al Gobierno de Vitoria de otra coalición de perdedores, la formada por el Partido Socialista y el Partido Popular, que acabó con más de un cuarto de siglo de dominio continuado del Partido Nacionalista Vasco. En este caso, el PNV fue el partido más votado, pero desde luego no con las distancias respecto a sus seguidores producida en Galicia. Desde hacía varias legislaturas el PNV ocupaba el Gobierno autonómico con una coalición múltiple, que esta vez resultó insuficiente porque quedó, por fin, fuera de la carrera el brazo político de la banda terrorista ETA, con independencia del nombre que adoptase. En el País Vasco, la línea divisoria no distinguía entre derecha e izquierda, sino entre separatistas y constitucionalistas. Y en esta ocasión fue posible la coalición entre estos últimos, lo que ha significado un doble alivio: por una parte, el principio del retorno -que se adivina lento y trabajoso- a una política que parta de la realidad de un País Vasco como parte constitutiva de la España una y plural; por otra, el fin de un régimen edificado sobre una historia imaginaria, unos símbolos imperialistas de regiones limítrofes y unos modos de gobernar abiertamente contrarios a la democracia al depender de una banda de asesinos para formar mayorías.

Las malas noticias

En cuanto a las malas noticias, ha habido en 2009 un muy amplio abanico donde escoger, desde el recrudecimiento de la crisis económica, con las terribles secuelas de un millón y medio más de parados hasta superar los cuatro millones y medio o el enquistamiento del mercado inmobiliario como consecuencia, sobre todo, de la resistencia de los bancos a contabilizar en su precio real los bienes raíces que han pasado a formar parte de sus activos por la ejecución de hipotecas impagadas; esta obstinación bancaria por mantener precios superiores al mercado tiene su explicación en que, si los bancos anotasen los nuevos precios en sus balances, se pondrían cuando menos al borde de la quiebra. El efecto de este atolladero ha sido la enorme dificultad para sanear el sector inmobiliario, presupuesto indispensable para pensar siquiera en alguna clase de revitalización.

Y como la economía se resiste a obedecer a la literatura o a la pura charlatanería de feria de ganado, resulta que los pronósticos de todos -menos los del Gobierno de Rodríguez Zapatero- se han cumplido para nuestro mal: España es, de los países de la UE, el que más tardará en remontar la crisis, el que más inciertos tiene los caminos para esta recuperación y el que más dificultades padecerá para reducir la tasa de paro.

Perspectivas sombrías

Enfrentamos, pues, este año de gracia de 2010 con perspectivas económicas más bien sombrías. No puede decirse con total propiedad que Rodríguez Zapatero mienta cuando no para de decir que ya falta menos para superar la crisis. Efectivamente, a medida que transcurra el tiempo cada vez faltará menos para volver a una época de bonanza, exactamente igual que ocurre en Japón, en Islandia y en toda tierra de garbanzos. Lo único que convertiría este mantra zapatérico en una mentira sería la previsión de que España irá de mal en peor hasta su pura y simple desaparición, hundida en la más negra de las miserias, o bien que la llegada del fin del mundo no diera tiempo a cumplir la profecía del ocupante de La Moncloa. Pero como ninguna de estas dos hipótesis parece la más verosímil, acabará llegando un día en que el desplome de la economía española acabará, y volverá la época de las vacas gordas. Lo que no sabemos es ni cuándo ni cómo ni por qué, pues las decisiones del Gobierno continúan mereciendo muy severas críticas de los mismos que hasta ahora han ido viendo cómo se cumplían sus pronósticos.

En cuanto a otros campos de nuestra vida pública, las perspectivas no son mucho mejores, al menos para este año: nuestras relaciones internacionales seguirán privilegiando a los dictadorzuelos despóticos bananeros del corte de Chávez, Morales o Castro; en educación, el cacareado pacto escolar eludirá las cuestiones de fondo, y el adoctrinamiento obligatorio en forma de corrupción de menores va a seguir tratando de imponerse, sin que la oposición del Partido Popular ni la fortaleza del Tribunal Constitucional sean lo que quepa esperar de estas dos instituciones: Rajoy se obstina en mantenerse de perfil y el TC está en el fondo del pozo del descrédito. Además, la investigación ha sufrido para 2010 un serio recorte presupuestario y no se vislumbra siquiera la posibilidad de una acción decidida del Gobierno frente a los disparates educativos autonómicos que se vienen acumulando, sobre todo en las comunidades gobernadas por nacionalistas de diverso pelo.

Rodríguez y su Gobierno van a seguir, por otra parte, envileciendo nuestra vida pública con su agenda de destrucción de principios morales básicos mediante leyes contra la vida y la dignidad de las personas, especialmente las más indefensas y débiles: no nacidos, ancianos, enfermos. Es curiosa esta contumacia, que encima se nos pretende presentar como un continuado sermón de moralina, que condena con más energía el hábito de fumar que la vida de los hijos en el seno de sus madres. Desgraciadamente, no parece que en 2010 vayamos a experimentar un cambio de dirección en este aspecto.

Pero, eso sí, durante todo el primer semestre seremos obsequiados con la tenaz propaganda de la presidencia europea de turno. Algo es algo. Feliz año nuevo.