LA FRONTERA que separaba el viejo año del nuevo y prometedor 2010 estaba a punto de quedar atrás. Una avalancha de vivencias y emociones abrumaban mis sentidos por momentos. Mientras me aproximaba a aquella agotada línea fronteriza marcada por las horas, paseé por los caminos de mi mente recorriendo laberintos con nombres de meses y personas; algunos me entristecieron de tal manera que decidí olvidarlos; otros, los más alegres y entrañables, fueron guardados para siempre en el fondo de mi corazón. En un preciso momento, me encontré rodeada de recuerdos y esto sin ni siquiera habérmelo propuesto; por culpa de alguno de estos, el alma se me estremeció con un suspiro arrancado a mi memoria. Miré hacia el pasado, aún sabiendo que ya éste no existía, y me di cuenta de que las huellas profundas marcadas en la arena de la vida se iban borrando irremediablemente con las onduladas olas del tiempo.

Puntuales y certeros, los doce latidos del reloj marcaron el comienzo de un libro llamado Dos Mil Diez. Aquella noche, entre copas desbordantes de ilusiones y burbujas repletas de esperanza, llovieron besos y abrazos, perdones y sonrisas; pero también silencios y soledades escondidas en los rincones del alma. El transcurrir imparable de la recién estrenada madrugada, el bullicio de las gentes en medio de aquel escenario completamente nuevo y la música a raudales (entre otras cosas) forman parte desde ya de un diario de doce meses que acaba de empezar a escribirse.

Quiero aprovechar este humilde relato mío para desearles de todo corazón un feliz y venturoso año nuevo repleto de salud y alegrías. Ah, y que nuestro querido País Canario encuentre su lugar en el mundo.