Aboga un lector desocupado -esos que tienen tiempo para enviar notas de apostilla o crítica a las noticias publicadas en los periódicos- por un cambio político inmediato ya que "estamos cansados de corrupción y prepotencia". No dice quiénes son los políticos que deben cambiar, o directamente marcharse a sus casas, pero tampoco hace falta; se infiere por el contexto.

Más que nunca he agradecido estos días navideños. Casi tres semanas sin los mismos mensajes de correo electrónico enviados por los mismos de siempre, insultándome tan impunemente como de costumbre, son el mejor regalo que uno puede recibir. Porque aquí, conviene repetirlo aunque el asunto no es nuevo, priman los derechos consolidados. Los derechos de algunos partidos políticos que un día se subieron al poder y siguen sin apearse de él, eso por descontado, pero también los pretendidos derechos de una línea de pensamiento que siempre ha querido acaparar la razón absoluta. Antes bastaba calificar al oponente de fascista para anularlo. Ahora esa expresión ya no degrada. A las nuevas generaciones el franquismo les queda un tanto lejos, pues nadie con menos de 40 años conserva una vivencia personal de la dictadura.

Sin embargo, considerando que la imaginación humana es ilimitada y la de algunos más grande todavía -como los números transfinitos que volvieron loco a Cantor por tener un cardinal superior a los infinitos naturales-, pronto ha llegado el sustituto adecuado al sambenito de fascista. O los sustitutos, hablando con más propiedad, porque son varios. El más utilizado es el de corrupto. Cualquier decisión política, desde proyectar un puerto hasta aprobar un plan general de ordenación, pasando por la construcción de una autopista o realizar una promoción turística, esconde una acción ilícita en la que se mezclan las deleznables intenciones de los especuladores con las ansias de riqueza de concejales, consejeros o simples funcionarios que son, por propia naturaleza, personas venales. Y así con todo. Ciertamente existen casos de corrupción. Abusos de poder que unas veces, por suerte, acaban ante la Justicia, aunque en otras ocasiones, por desgracia, sus autores logran escapar. Pero esto último no es lo habitual. Antes o después la ley termina por caer sobre el infractor. Da igual que sea un prevaricador o alguien que se salta los semáforos en rojo por costumbre.

Los demás sambenitos de uso actual son, por así decirlo, de calibre menor, si bien no por ello menos dañinos. La xenofobia, el machismo, el racismo o la homofobia sirven, igualmente, para denigrar a quien discrepa. Todavía no se han atrevido a utilizar el estigma de ser católico, la verdad sea dicha, aunque es cuestión de tiempo.

Estoy de acuerdo con ese lector cuando dice que se respira la necesidad de un cambio. Desde luego que sí, pero un cambio de mentalidad. Vaya por delante que agradezco una semana extra de vacaciones de correo-e (analicen ustedes quiénes han estado más o menos de asueto estas dos o tres últimas semanas y deducirán quiénes los envían). No obstante, me pregunto qué hace un país como este, el más sumido en la crisis de toda la Europa desarrollada, disfrutando de una semana adicional de jolgorio hasta que pase el día de Reyes. Es decir, en la práctica hasta el próximo lunes, pese a que todo el mundo civilizado está trabajando al cien por cien desde ayer. Pero a eso mejor respondo mañana. Mañana u otro día; hoy, no.