1.- Paseo por las calles del Puerto. Son las calles de mi infancia, así que he de vivirlas, casi por obligación, tan llenas de sentimientos. Llenas de señales de aquellos años. Los laureles de la plaza del Charco conservan los agujeros en sus raíces que nosotros horadamos para jugar a los trompos. El tiempo los ha tapado, en parte, pero no ha podido con ellos. En las radios de los coches de los taxistas, aquellos "Mercedes", los viejos "Humber", las rancheras americanas, sonaban las canciones de . Los portuenses de los 60 tarareaban las melodías del Festival del Atlántico. La plaza era el foro. En las esquinas del "Dinámico" se reunían esa aristocracia falsa y devaluada en la Cámara Alta y los probos empleados en la Cámara Baja. Frente al Cinema Olympia se hablaba de fútbol, justo en la esquina del carrito de don Domingo el de los helados. Los taxistas se transformaban en espectadores de los partidos de baloncesto, sobre cancha de tierra marcada con líneas torcidas de cal. Todos los caminos conducían, y aún hoy conducen, a la vieja Plaza del Charco, en cuyo lateral más noble tenía mi abuelo su vieja mansión de dos plantas y habitaciones enormes que mi amigo Osman me ha recreado en un cuadro. La calle empedrada sonaba a hueco y a piedra suelta con el paso de los coches. Había varios surtidores en la esquina de la Viuda de Yanes, junto a la parada de taxis. La parada continúa allí. "¿Y quién te trajo?", preguntaban los portuenses. "Un coche de la parada", respondían. Era la manera de hacer más elegante eso del taxi. El límite con La Ranilla comenzaba en el Bar Capitán, la pensión de don Francisco donde se comía casero y se despachaba el mejor café.

2.- El mar siempre estaba presente. El gallinero del Cine Topham olía a pescado salado. No sé por qué. Quizá porque allí se sentaban los pescadores para ver la película del Oeste. Cuando en el film intervenía, siempre como secundario, Tom Hernández, el actor portuense en Hollywood, la gente aplaudía. Pero Tom no hizo demasiadas películas. Era un tipo elegante; yo lo recuerdo como Errol Flynn o algo así. Hizo mucha amistad con Peri González y con Tere Cruz, que en paz descanse. Tom Hernández era pariente de Rafael y Benito, zapateros portuenses de postín, que disfrutaban de su próspero negocio en la esquina de Quintana con Agustín de Bethencourt. Agustín de Bethencourt tiene ahora dos calles en la ciudad, absurdamente, porque le dieron el nombre de la Familia Bethencourt y Molina a la antigua Avenida del Generalísimo, una de las arterias principales del Puerto.

3.- A los cronistas post modernos, por ignorancia, les ha dado por citar al Puerto de la Cruz anteponiendo una preposición -"de"- en vez de la contracción -"del"-. Así dicen "Ayuntamiento de Puerto de la Cruz", en vez de "Ayuntamiento del Puerto de la Cruz", como siempre fue. Lo considero un godismo, no sé ustedes. El Puerto de Santa María siempre fue El Puerto y el Puerto de la Cruz toda la vida se abrevió como El Puerto. Así que yo creo que sobra la preposición y que debería permanecer la contracción. Es como esos que dicen ahora "en Península", en vez "en la Península", como siempre fue. Nos dejamos llevar por el lenguaje de otros cuando tenemos uno, estupendo, que usar, mucho más biensonante. Ahora van a arreglar la calle Zamora: ampliarán sus aceras, colocarán adoquines sobre su superficie de cemento, ganará en empaque. El Puerto siempre es una esperanza. Escucho con mucha nostalgia las campanadas del reloj de la Peña de Francia. Suenan igual que aquellas de los 60, cuando nos avisaban, en San Telmo, que había llegado el momento de ir a comer. Era la hora: enrollábamos el bañador en la toalla y nos dirigíamos a casa. Entonces, por aquellos tiempos, nos poníamos de pie sobre las olas, que nos subían, sin manos, a los riscos del charco grande. Qué tiempos tan felices, vigilados como estábamos por la Punta del Viento y por el viejo paseo de San Telmo. Y que lástima que el espacio se acabe aquí, sin dejarme practicar del todo el lirismo evocador de un domingo lleno de nostalgias del ayer. Habrá más ocasiones, supongo.