ESTOS DÍAS pasados, las paginas de este periódico se han llenado de esquelas, comentarios y artículos acerca de la hermana de nuestro editor y director, Mª del Carmen, recientemente fallecida, y que también pasó su vida trabajando en este periódico que fundó su tío don Leoncio. No tuve ni la ocasión ni la fortuna de conocerla, pero sí a sus tíos y más íntimamente a su tía María, que para todos fue siempre María Rodríguez, así con nombre y apellido. Apenas conocí a don Leoncio, pero si bastante a su hermano Domingo, gran aficionado al fútbol y a quien todos conocían como Dominguito Prensa, que era también cronista deportivo y gran espíritu organizador. Mi conocimiento fue de allá por los años 38 y 39. Nuestro país estaba sumergido en una tremenda guerra civil que se prolongó tres años, pero seguían las actividades deportivas aunque a un nivel menor. Empezaron a surgir equipos aquí y allá, algunos recuerdo que con nombres entonces muy actuales como Águilas Negras o Flechas Negras, e incluso formamos los amigos en el verano en La Laguna uno que se llamaba nada menos que Ucrania, cualquiera sabe por qué. Pero ya en plan más serio se crearon equipos de juveniles por parte de los equipos entonces de primera categoría como Tenerife, Fomento, Price, Iberia, Hespérides, etc., y se organizaron partidos que me acuerdo tenían lugar en el estadio del Tenerife antes de las carreras de galgos, que entonces adquirieron entre el público un gran predicamento y que duró muchos años aún. Y esos partidos estaban organizados por don Domingo, como he contado alguna vez y volveré a hacer. No me acuerdo con qué frecuencia, pero después de los partidos don Domingo solía darnos una especie de gratificación que representó el primer dinero ganado "con el sudor de mi frente", algo que no ha cesado en estos largos decenios, y que entonces tanto representaba para la muchachada el disponer de unas perras extras a las de casa. ¡Fuerte suerte!, me decían los amigos.

María Rodríguez, mi María Rodríguez, daba clase de Ortografía en la Academia Trujillo, sita en un entonces recién edificado conjunto de viviendas compuestas de bajo y dos pisos, las conocidas como Casas de Manuel Cruz, en la Rambla, esquina a Numancia. Rambla un día de XI de Febrero y que ahora, después de llevar durante 60 años el nombre de General Franco, al señor alcalde se le ha ocurrido, tras profunda meditación, decirnos que es de Santa Cruz. ¡Chiquita novedad, usted! Mis estudios de Bachillerato comenzaron con la llegada de la República y con aquel Bachillerato de siete años y dos reválidas al que decían "cíclico" pues gran parte de las asignaturas se prolongaban durante varios años con temas cada vez más profundos. Y para no estar los veranos del todo ociosos, mi padre instituyó la obligación de que estudiásemos también Comercio aprovechando que ya en los últimos de los siete cursos había una serie de asignaturas susceptibles de convalidación, lo que simplificaba la complementariedad de ambos estudios, si bien buena parte de los de Comercio había que cursarlos, e incluso asistí como oyente a varias asignaturas, como la de don Chano Castro, lo que simultáneamente me creó amistades de las que aún me siento orgulloso de mantener más de 70 años después. Una de las asignaturas que forzosamente había que aprender era la de Taquigrafía, que en la Escuela la impartía doña Juana, la mujer de don Andrés Pérez Faraudo, catedrático asimismo y figura esencial para la profesión de titular mercantil en Tenerife, cuyo colegio presidió durante más de 30 años, según recoge con todo detalle el libro de Antonio Salgado titulado "Los 90 años del COTIME". Y durante un verano asistí a clase de taquigrafía en aquella academia, que en el 51 de la Rambla poseía la Academia Trujillo, a la que acudían muchos muchachos y muchachas de aquel tiempo que querían ampliar o complementar sus estudios o prepararse para empezar a trabajar. Las clases eran fundamentalmente de taquigrafía y mecanografía, así como de ortografía para la correcta aplicación de las dos primeras.

Y ahí entraba María Rodríguez. De todos es sabido que nosotros, los canarios, tenemos una especial dificultad de la que carecen no todos los peninsulares, en la pronunciación de algunas consonantes como la "c" o la "z" y su plasmación en los escritos. La carencia de estudios de enseñanza secundaria en aquellos años para gran parte de la juventud no impedía que ésta accediese a puestos de trabajo, sobre todo de oficina, para los que eran de utilidad tanto la mecanografía como la taquigrafía, así como una correcta escritura más difícil de adquirir ante la carencia de estudios secundarios o profesionales. De ahí la conveniencia de afianzar la correcta transcripción de palabras con posible confusión como entre "b" y "v", o entre "c", "z" y "s", o con la "x" y no digamos con la "h". Nosotros, los canarios, no tenemos, por ejemplo, lo de los madrileños, que pronuncian como "z" una "d" final, y así dicen "Madriz" o "caridaz", por ejemplo. En todas partes cuecen habas, que dice el refrán. Los ejercicios que impartía María eran unos dictados donde la profusión de palabras con posible error ortográfico era grande, y todavía en esta mi familia se recuerdan algunas como: "Hombre prevenido vale por dos", o "un joven de este lugar vende su blusa con objeto de comprarse un abrigo", o "el pobre enfermo de tifus exantemático desvariaba (ignoro su continuación)"; o también "la hija de la lavandera lava ahora la ropa que lavaba su abuela", y una infinitud de otras más que la profesora descargaba impenitente sobre sus alumnos, mayormente femeninos.

Sólo ya en los años 40, de estudiante en Madrid, fue cuando la conocí personalmente al establecer relaciones que terminaron años después en boda con una de las hijas de los fundadores de la academia. Iba por allí en verano, de estudiante, pero también ya con la carrera acabada y trabajando o incluso de casado, y el encuentro con María era una de las obligaciones al entrar en aquella casa. Porque la amistad con María no era sólo como profesional de la enseñanza, sino que la unía una gran amistad con la madre y las tías de mi mujer, amistad que se traducía en la obligación de tomar el té en su momento, y después de terminadas las clases se organizaban unas partidas de chinchón entre el clan femenino de profesoras, con la eventual presencia de alguna que otra amiga de la familia. Las horas de cartas eran sagradas. María tenía no sólo una gran agilidad mental, sino también unas dotes de liderazgo bien patentes, por lo que en el juego se hacía por lo general lo que ella sugería. Había como participantes en el juego un trío permanente, formado por María y mis dos tías y profesoras Emma y Cala, al que se admitía un cuarto y hasta más para completar el equipo. Obviamente, las cuentas de las partidas, en las que se jugaban nada menos que unas perras de las de antes, las llevaba María, como correspondía a su liderazgo. Pero mi tía Cala, menudita y socarrona, no se fiaba demasiado de su amiga del alma, y llevaba su contabilidad particular, con los puntos de cada mano, que anotaba en un cuadernillo minúsculo donde escribía los tantos con una lápiz difícil de coger por lo diminuto, y hacía sus cuentas. Muchas veces me senté de cuarto para completar la partida y entonces la tía Cala sugería que llevase yo la contabilidad, lo que le causaba una cierta tranquilidad en el juego.

Una vez tan sólo estuve en casa de María Rodríguez en la calle Pérez Galdós, donde convivía con sus hermanos Leoncio y Domingo, con ocasión del regalo de bodas con que nos obsequió, momento en el que pude conocer a su afamado hermano Leoncio, ante una biblioteca llena de libros. Han pasado 40, 50 años de aquellas partidas y siempre recuerdo a María con una especie de chal, sentada junto a mis tías Cala y Emma en la que llamábamos "Academia Chica", un cuarto donde se daba clase, pero sólo a grupos reducidos, y que se convertía rápidamente en sala de juegos, donde María reinaba como experta también en el de cartas. El fallecimiento de su sobrina del mismo nombre ha hecho revivir unos gratos recuerdos de aquellos muy felices años de la Rambla y de las inolvidables partidas con "mi" María Rodríguez, que ahora que le ha llegado su sobrina estará también organizando su partidita de cartas con mis tías Cala y Emma.