EN LA SOCIEDAD actual se ansía vivir cada vez más y mejor. Cada vez más intensamente. Con frecuencia afirmamos que estamos, como nunca, mejor equipados para vivir una vida sana y de mejor calidad. Sin embargo, cabe preguntarse si queremos ser sinceros con la historia que estamos haciendo: Pero ¿qué es un ser humano sano? ¿Qué es una vida de calidad humana?

Ciertamente, hemos logrado que la vida sume más años, más cómoda y placentera, pero ¿no la hemos hecho también más vacía, más superficial y más absurda? ¿Es éste el camino para satisfacer la necesidad profunda de vida que se encierra en el ser humano? Además de esta realidad, está el hecho cultural -dicen serlo- sobre el que se quiere serlo como tal, que se manifiesta su existencia en una conspiración de silencio, meditando cada vez menos sobre el sentido último de la vida. Y la vida desconectada de toda relación con el Creador, privada del destino trascendente, el vivir del ser humano contemporáneo se está convirtiendo en un episodio irrelevante que está obligando a llenarlo de bienestar y de experiencias placenteras permanentes. Y esto ¿es el verdadero progreso de entender y vivir la vida de manera tan rudimentaria y tan pobre de contenido, de horizonte y de sentido como lo hacen hoy no pocas personas?

Por otra parte, para muchas personas "bueno" es lo que produce bienestar, y "malo" lo que causa malestar. Pero el concepto de bienestar es ambiguo y no coincide necesariamente con la verdadera realización del ser humano. Un hecho entre tantos: muchos jóvenes pueden tomar drogas -como está sucediendo desde mucho tiempo- para sentir "bienestar", pero, en la realidad, sus actuaciones no son sanas. Es cierto que estas personas pueden sentirse bien en medio de una sociedad injusta, ocupándose exclusivamente de su bienestar, pero olvidándose del sufrimiento de los más débiles y marginados. Esta conducta no puede considerarse sana mientras estén viviendo con esta insensibilidad.

A estas cuestiones e interrogantes, los obispos y los Papas, en sus respectivas comunicaciones pastorales, vienen dando oportuna respuesta desde la fe cristiana al servicio de una vida más humana y más espiritual. En realidad los mensajes de unos y otros no son sino el eco actualizado de esas palabras de Jesús que también las personas de hoy necesitan escuchar: "No sólo del pan vive el hombre". Su Evangelio se comprende mal con el estómago vacío. La actividad apostólica de Jesús desborda en una amplia acción social a favor de todos los necesitados. Encarna el mensaje de esperanza de una vida que no puede interpretarse como una droga para calmar sólo el hambre, o la injusticia, o el sufrimiento presente. Cada eucaristía es un anuncio de Cristo hasta que vuelva. Debe ser también una respuesta para los que sufren, para los débiles, incluso también para los muertos. Y todo esto es así porque los cristianos hemos sido ungidos y debemos actuar como Jesús para sanar, consolar, anunciar: para hacer la vida más agradable y para infundir en ella el sentido según Dios y en qué consiste entender el verdadero gusto de vivir, en lo temporal y en lo eterno.